Cuenta Vila-Matas, y yo
doy razón, que fue él quien auspició el nacimiento de la legendaria estación
fantasma.
Todo empezó cuando,
harto de que se le acusara de ser un personaje poco vilamatasiano, decidió
convertirse en otra persona y desaparecer. Se transmutó entonces en un tal
Onofre Villaespesa, poeta y ajedrecista aficionado, así como conocedor de que
bajo Madrid existen docenas de kilómetros de vías abandonadas. En un arrebato decidió
conquistar esta fabulosa red, y como un D´Annuzio suburbano, congregó a todos
los poetas, bohemios y desahuciados varios para crear en las profundidades una
ciudad paralela de artistas. A su llamado acudimos muchos voluntarios, a cada
cual más sarnoso. Cuando llegamos a los cien hombres decidimos constituirnos en
brigada rebelde. Armados con palos y liderados por Villaespesa nos lanzamos a
la conquista del nuevo mundo entrando por las cocheras de Sol (En honor a la
verdad, he decir que la resistencia que nos encontramos se ha exagerado. No
tuvimos que enfrentarnos a una división de húsares, como luego se dijo, si no a
un vigilante jurado, bastante apático y que nos dio las llaves si muchas
reticencias).
Una vez dentro, vimos
que nuestro nuevo hogar era aún más espectacular de lo que habíamos soñado. El
agua se había filtrado a lo largo de los años y sobre las vías en desuso fluían
canales ¡No era una nueva Trieste, sino una nueva Venecia lo que teníamos!
Pero pasados unos días
de celebración, y una vez que fortificamos el lugar, nos dimos cuenta de que
había unas cuantas cosas con las que no habíamos contado, como los polizones o la
falta de comida. No calibramos bien nuestro daño al ecosistema y en seguida
cazamos a todos los cocodrilos. Sólo quedaron unos peces verdes bastante
insípidos y… las ratas.
Pronto el inefable Benjamín
Prado, que fue brigadista al principio, publicó su hoy célebre Noticia de las catacumbas y nuestra
ciudad de los malditos dejó de ser secreta. Cientos de inadaptados suplicaron en
las puertas el poder unirse. Al principio les dejamos entrar, pero temerosos de
que el número de bocas que alimentar superaran al de los roedores, tuvimos que
empezar a hacer cribas entre los candidatos. Hubo que configurar una sociedad
con reglas.
Villaespesa, como líder
que era, estipuló un perfil de malditismo bastante estricto para unirse. Pensó
que los lunes por la mañana era un buen momento para abrir las puertas de
nuestra ciudad y elegir entre los aspirantes.
-El lunes es un día
óptimo. La gente de provecho suele estar ocupada.
Un barullo de apestados
se congregaba a las puertas. Villaespesa señaló a un cojo sin dientes.
-¡A ver, ¿usted quién
es?
-Yo soy el Peñas, babeo
al hablar y soy el borracho oficial de La Elipa…sssff… Puede preguntar por ahí…sssff
-¿Alguna obra fallida?
-Unos cuantos poemas
que me publicaron y no tuvieron repercusión…sssff
-Muy bueno, muy
bueno…aquí comemos ratas ¿lo sabe?
-No será la primera vez…sssff
-Entonces
mmm…-Villaespesa dejó unos segundos de suspense-… disfrute de su estancia en
nuestra ciudad suburbana ¡Siguiente!
Se acercó un tipo con
pinta de estrella de rock, repugnantemente limpio. Se presentó como Raimundo
-Ya… no me la
cuelas…eres Ray, Ray Loriga- dijo Villaespesa, que parecía enfadado.
-Bueno… sí. Pero quiero
ser un maldito.
-¡No!¡Aquí tenemos
reglas! No aceptamos a cualquiera. Hay que ser un maldito de verdad. Tú tienes
éxito ¿Esgrimes algo a tu favor? No sé… ¿sífilis, esquizofrenia,…eres
satánico?... Algo… ¡no es tan difícil!
-No, pero…
Raimundo miró alrededor,
buscando un salvavidas. Entonces se fijó en un gafapasta que aguardaba su turno
-¿Y qué pasa con ese
tío que tiene pinta de creativo publicitario? -preguntó a la desesperada.
-Oiga, oiga, si faltar
que a mí me han rechazado seis novelas y tengo gonorrea ¡Mire!- replicó el
gafapasta mientras se desabrochaba los pantalones.
-¡Fabuloso, fabuloso,
qué hermosura, pase, pase, no le entretengo!- sentenció Villaespesa mientras le
indicaba el acceso al aludido.
Raimundo, decepcionado,
bajó la cabeza y murmuró:
-Siempre he querido ser
un maldito…
-Pero tú publicas y te
dejas ver con hembras portentosas. No puedes dártelas de perdedor encima- le
espetó Villaespesa
Michi Panero, que
pasaba por allí, intervino en defensa del joven.
-Villaespesa, tú tienes
un avatar que no es un maldito precisamente…¿Por qué no le das una oportunidad
al chico? Ya sabes, como hiciste con aquél Grande de España.
-Sí…le di unos días
para que cambiara el final feliz de su novela y se asegurarse así el fracaso.
Luego se metió en desintoxicación, él ¡tan abstemio! y se hizo adicto a la
metadona…también perdió todo su dinero en un casino…se dejó de lavar…¡cómo
apestaba!…Sí, sí, se redimió.
Raimuno sintió que él
podía hacer todo eso. Súbitamente eufórico se despidió.
-¡Vuelvo en unos días!
LA ÚLTIMA NOVELA DE RAY
LORIGA AGOTA TRES EDICIONES EN UN FIN DE SEMANA
Cuando leí el titular
en uno de esos periódicos a los que el Peñas daba utilidad, me di cuenta de que
algo no iba bien.
-¡Villaespesa, lo juro!
Recorté y pegué a lo loco los párrafos. Borré páginas enteras, aquello era
ilegible, ¡una mierda! pero lo publicaron igual.
Otro lunes, otro
intento por entrar y Villaespesa, endiosado, abre con sorna un ejemplar de Qué leer.
-Vaya, vaya, vaya…¿qué
pone aquí? Ray Loriga lleva al paroxismo el lenguaje postmoderno…y a la novela
española a un punto maestro…
-Pero si era una
parida…
-...una nueva era para
la novela universal…se preparan traducciones…candidato al Cevantes…premio
Planeta…
-Noooo…
Y bueno, ya os
imagináis el resto.
Su última esperanza era
perder con estilo en Montecarlo. Lo intentó toda la noche, y ganaba y ganaba. Miss
Abril y miss Agosto se le acercaron dispuestas a complacerle. Él se tiraba
pedos para ahuyentarlas, pero nada; el vil metal segregaba hormonas. Salió en
la prensa rodeado de playmates y con fajos de billetes. ”Retrato de un
triunfador” decían los titulares. Y él con una mirada de infinita tristeza.
Raimundo tuvo que
soportar la carga de haber nacido con buena estrella.
Recuerdo que una noche
de Abril, cuando debatíamos sobre el alimento, Villaespesa no dijo nada. Tenía
la mirada perdida. Y a la mañana siguiente había desaparecido. O mejor dicho,
se transmutó de nuevo. Apareció convertido, casualmente, en el muy sibarita
Marqués de las Praderas que, horrorizado ante nuestros modales plebeyos y lo
reducido del catering, abandonó el lugar para volver a sus fincas sorianas.
Nadie pudo decirle nada porque era, de hecho, otra persona.
Tras el abandono de
nuestro prócer todo decayó, y las deserciones continuaron, incluida la mía. Pero
quedaron algunos, que todavía siguen ahí, robando la merienda a los
funcionarios de metro o reventando las máquinas de chocolatinas. Ahora son
pocos ya. Pero les va mejor. Salieron a las vías, en la línea 1. Han ocupado la
estación fantasma entre Iglesia y Bilbao, dónde viven. Son los que mantienen
viva la leyenda, aunque bien es cierto que el instigador fue Vila Matas, claro,
que ya ha vuelto a ser el de siempre.