Hace unos días nos perturbaron las imágenes de unos hooligans holandeses humillando a unas mendigas
romaníes en la Plaza Mayor de Madrid, algo que recordó a aquello de
hace unos años en Hamburgo cuando un periodista deportivo malparido
decidió auspiciar las burlas de unos aficionados a un sintecho. Un
jerarca de la Liga dijo la semana pasada que deseaba la llegada de un Le
Pen español. No hace mucho en las gradas del Betis se han coreado
frases jaleando a un futbolista que supuestamente maltrató a una mujer.
Por cierto, que ellas, las mujeres, están vedadas en el mundo del fútbol
y las únicas que se pueden acercar son modelos gomosas cosificadas como
objetos sexuales. Y en cuanto a los gays, no hay ni un solo jugador que
haya podido salir del armario por miedo a represalias…
Ante estos ejemplos solo cabe una pregunta: ¿están exentos los futboleros de respetar las normas cívicas consideradas hoy como elementales?
Es decir, ¿cabe imaginar lo que hubiera sucedido, el escándalo cósmico
que hubiera supuesto, si estos hechos mencionados hubieran sido
perpetrados por miembros de un partido político, de una institución
pública, de una congregación religiosa, o simplemente por un grupo de
viandantes anónimos sorprendidos infraganti?
Vivimos en
una sociedad en que el racismo, el sexismo o la homofobia son rechazados
del pleno. El respeto a las minorías se entiende como base de nuestra
convivencia; somos estrictos con quien vulnera este principio, y solo
mostramos cierta indulgencia si los infractores son niños o
discapacitados o incluso gente de otras culturas que tal vez no entiende
la nuestra. Pero ¿qué explica la tolerancia o el mirar hacia otro lado
cuando son los futboleros lo que cometen estos desmanes? Ellos no son
niños, no tienen por qué tener dificultades de aprendizaje y la mayoría
son compatriotas. Entonces ¿por qué ellos sí pueden ser racistas o machistas?
Si
se pregunta esto a ciudadanos ejemplares, a gente de bien preocupada
por la solidaridad y el respeto, musitarán cínicamente que con los
futboleros hay que hacer una excepción, que ya sabemos cómo son, que si
el nivel cultural del país es muy bajo… ¿No es esto nauseabundamente
condescendiente? Considerar que los futboleros están dispensados de
acogerse a las normas morales porque no las van a entender es
considerarlos profundamente estúpidos, casi como una minoría
desaventajada con la que harían falta políticas de empoderamiento. Si
así fuera tendríamos que empezar a obrar en consecuencia.
¿Lo son?
Sabemos que no, que no hay eximente en ese sentido. Son miembros de esta
sociedad, con todos los derechos y deberes que esto conlleva. Negarlo
es despreciarlos. Y como no queremos hacer eso, como no les
infravaloramos, tenemos que empezar a exigirles los mismos
comportamientos legales y morales que a todo el mundo. Incluso aunque
implique penalizaciones, como cerrar estadios o cancelar
retrasmisiones. Hay que hacer lo posible por insertar a los futboleros en la normalidad, o civilización contemporánea si se prefiere decir así.