Con 87 años Juan José
Sebreli escribe ya, como diría Baroja, desde la última vuelta del camino. En el
2016 publicó en su Buenos Aires natal Dios
en el laberinto. Crítica de las religiones, un libro pertinente que acaba
de aparecer en España. En él nuestro autor deja claro que se va a morir sin
reencontrarse con ningún dios, fielmente impermeable a cualquier supuesta
dimensión espiritual del cosmos.
Son más setecientas páginas
de repaso al hecho religioso, pero no desde un punto de vista histórico sino
conceptual; es una cartografía de los lugares comunes de las religiones, si se
quiere decir así. Desmonta la Biblia, el judaísmo y el Islam. El espiritualismo
new age, o cualquier forma de profesar ajeno a los grandes monoteísmos, tampoco
sale impune. Sebreli no acepta que se pueda creer en fantasmagorías, por muy
envueltas que estén en incienso y cantos de chacras hare hare.
También analiza las imbricaciones
de la religión con la política, sobre todo en Argentina e Iberoamérica. Los
sacerdotes de la teología de la liberación y los de la extrema derecha, los
evangelistas que envían las petroleras, el chavismo cristiano y el papa
Francisco -éste último con especial profusión- sufren todos escarnio en estas
páginas.
El libro está escrito con un
tono crepuscular. Las primeras páginas son una recapitulación autobiográfica y
una buena introducción a su pensamiento;
las últimas una reflexión sobre la muerte, tanto en general como la propia.
Sebreli solo encuentra consuelo en el ligero recuerdo que puede dejar su obra,
nada más.
Su repaso a los autores que
a través de la historia humana intentaron dar un sentido a la muerte es
ilustrativa: no hay manera de que lograran nada en este terreno. Para
reconciliarse con la muerte los creyentes crean un espacio en el no-ser,
necesariamente indemostrable, donde morarán nuestras ánimas; los ateos lo
intentan con narrativas poéticas de cierto tufo religioso, como Carl Sagan con
aquello de que estamos hechos del mismo material que estrellas y volvemos a
ellas con el último suspiro.
De ambas maneras, el dislate
está garantizado. Se puede asumir la muerte con serenidad, nunca “perdonarla” o
ver en ella algo bueno.
Juan José Sebreli tiene un
discurso propio. Ha publicado mucho en Argentina, desafortunadamente poco ha
llegado aquí. La era del fútbol es,
por ejemplo, el más bello y completo estudio sobre esta enfermedad social, pero
solo podemos conseguirlo por internet. Que circulen por las librería españolas
tenemos Comediantes y mártires, que
es una crítica de los principales mitos argentinos, como Maradona o Evita, y es
interesante desde luego; pero sobre todo destacan El
asedio a la modernidad y El olvido de
la razón. Ambos libros tienen una continuidad. Y tal vez podríamos decir
que Dios en el laberinto es el final
de una trilogía.
El
asedio a la modernidad
es seguramente el mejor de todos y el que tendrá su lugar en la posteridad.
Siempre desde la perspectiva latinoamericana, reivindica la Ilustración, el
pensamiento liberal, democrático y moderno. Con Jürgen Habermas defiende que la
modernidad no ha sido un proyecto fallido que hay que superar, sino más bien un
horizonte de libertad en el que hay que profundizar. Frente a los brujos
postmodernos y neo románticos, tan buscadores de exotismos, el autor argentino
pide que los países de habla hispana no sean excepcionales, que lo que no se
tolera en Europa no hay por qué tolerarlo en casa.
No hemos de ser tierras
excéntricas para agradar a académicos políticamente desahuciados del norte.
El
olvido de la razón
es una vindicación de la susodicha razón centrándose en el terreno de la
filosofía. El destronamiento que hace de los grandes popes europeos como
Heidegger o Foucault, a los que acusa de irracionalistas y mediocres, es
vigorizante. Sebreli se propone desordenar los prestigios y finaliza con una
lista de autores, muchos de ellos a veces poco valorados por el canon actual,
que él considera mucho más útiles para pensar el presente (Sartre por ejemplo).
El
asedio a la modernidad, El olvido de la razón y Dios en el laberinto son tres libros
accesibles, formativos y brillantes que ameritan las horas de lectura que
requieren. Si su autor se hubiera sumado a alguna corriente hegemónica hoy
sería una celebridad. Como eligió ser libre, es un placer minoritario.