Los últimos cinco minutos del metraje de El
show de Truman son brillantes. El protagonista, atrapado en una serie
televisiva que durante treinta y tantos años ha tenido en vilo a la audiencia,
decide rebelarse contra su dios-productor, y ante el júbilo de los
telespectadores elige dejar en directo el programa. La banda sonora subraya la
intensidad de una escena de gran clímax emocional. Sin embargo, tras el subidón
épico, viene el ultimísimo plano antes del fundido en negro; ése en el que tras
el corte de la retrasmisión uno de los hasta entonces fiel espectador de las
aventuras de Truman se limita a preguntar apático: “¿Qué hay en otro canal?”.
Un indolente “¿Qué hay en otro canal?” tras más
de tres décadas de estar pegado a un único serial televisivo es un poco la
clave de todo.
Aquí llevamos también treinta y tantos años de
un único show nacional: el de la España sin remedio, el del cainismo y un
pesimismo generalizado que han acabado por convertirse en una actitud vital.
Todos los medios de comunicación parecen sintonizados en este canal
monopolístico, uno cuyo único objetivo parece ser la intoxicar a la sociedad.
Hemos crecido, como los espectadores de El show
de Truman, pegados a un discurso monocorde.
Hay una visión hegemónica, ya convertida en
“sentido común”, que viene a certificar que no hay escapatoria y que España
será siempre la pelea a garrotazos de Goya. Mejor no intentarlo, nos susurran;
mejor dejar que los que dirigen el cotarro sigan haciéndolo, que el cambio
puede ser a peor porque llevamos la ira en las venas.
Barra libre, pues, para políticos abyectos,
empresarios sibilinos, y sobre todo los secuaces de ambos, esos miles de
profesionales de la opinadera que se dedican a “sembrar vinagre en los
periódicos de la mañana”, que diría Julián Marías.
Este último gremio es especialmente dañino. Los
profetas de tremendismo utilizan su poder en los medios para imposibilitar la
concordia. Agota verlos, siempre con lo mal que está todo y lo maléficos que
son los de la bancada de enfrente y qué país éste donde habita gente que no
está de acuerdo en todo con uno.
La cuestión es que si alguien decidiera
saltarse el guión y terminar con el monotema seguramente no pasaría nada, como
en la película, en la que parece que va a acontecer un cataclismo cuando cortan
la conexión tras el abandono de Truman, y luego no pasa realmente nada.
Si de repente las ideas que nos transmiten los
medios de comunicación dejaran de ser sobre lo insufrible que es la vida
española, igual nos limitaríamos a buscar otro canal tan tranquilos. Uno que
hable de lo estupendos que son en Portugal y que por qué no nos confederamos, o
que importante es la ciencia, que vamos a invertir más en ella.
Solo hace falta que alguien inicie la desconexión.