1984 de George Orwell es una novela tan
icónica que todos creemos conocerla bien aunque no la hayamos leído, ya que ha
permeado en la cultura occidental para crear un imaginario que todos
identificamos al instante. Hasta ha originado un adjetivo, “orwelliano”, que
utilizamos a discreción en nuestra vida diaria. Pero conviene no dar por leído
este libro, que es mucho mejor de lo que su trascendencia social deja ver. La
prosa de 1984 es potente y sabia; siempre que ojeamos una página al azar
nos cuenta algo sobre nuestro tiempo presente.
Esta novela es uno de los hitos
culturales del siglo XX y es inevitable que haya generado inúmeros debates,
epígonos, copias o/y homenajes. 1985 de Anthony Burgess, es un obvio
ejemplo. Publicada originalmente en 1978 en el Reino Unido, Minotauro ha tenido
a bien reeditarla este año en español en su cuidadísima colección de clásicos
de la ciencia ficción.
Es un libro extraño, se compone de
dos partes independientes. Una primera, que son artículos y reflexiones sobre
la obra de Orwell, y luego una novela independiente, que más allá del guiño del
título y de pertenecer también al género distópico, no se desarrolla en el
universo de 1984, por lo que en ningún caso se podría considerar una
continuación.
La primera parte es, en mi opinión, mucho más nutritiva. Burgess medita sobre el género distópico (que él
prefiere llamar “cacotopía”), compara la novela reseñada con otras similares
como Un mundo feliz o Nosotros, analiza las políticas implícitas del
Gran Hermano, y hasta menosprecia su propia novela más célebre, La naranja
mecánica.
La segunda parte es un relato de
ciencia ficción en la que Inglaterra se retrata como un Estado fallido
controlado por los sindicatos, y su protagonista es un profesor de historia que
se convierte en un paria tras romper su carnet de afiliado, y como castigo por
sus insolencias termina en un centro de reeducación. Está bien, es una novela
políticamente heterodoxa y con mala baba, pero es un ejemplo de ese tipo de
literatura en la que toda la trama parece subordinada a momentos en los que los
personajes tengan excusas para soltar monsergas ideológicas. El conjunto no
acaba de cuajar; aunque 1985 es una lectura grata, no podemos dejar de
sospechar que si la hubiera publicado un autor con menos renombre, no
ameritaría aparecer en una colección de clásicos.
De cualquier manera, si bien ninguna
de las dos partes tiene grandes aportaciones, sí que resulta una lectura
curiosa. Viene con una introducción de Andrew Biswell, biógrafo de Burgess, que
contextualiza todo y da datos interesantes, como que Orwell nació rico, fue a
colegios finos, y toda su vida fue un intento por borrar su pasado y hacerse
socialista, mientras que Burgess conoció una infancia con estrecheces, y terminó
siendo conservador y elitista. Son cosas de la vida, esto suele pasar. Aunque si
los comparamos intelectual y literariamente, Orwell es muchísimo más provechoso.