De
entre los honorables autores de fuente secundaria uno de los que más apreciamos
es José María Valverde (1926-1996). Este poco rimbombante profesor
barcelonés dejó mucho material escrito, y si bien no hay nada que se pueda
estudiar como punto de inflexión en la historia del pensamiento universal, sus
introducciones y análisis de los clásicos de la literatura y la filosofía, así
como sus libros de contextualización histórica, están entre nuestras lecturas
más agradecidas.
En
un principio su obra completa iba a aparecer en cinco volúmenes en Trotta.
Lastimosamente sólo han pasado a la imprenta cuatro de ellos, porque el quinto,
que pretendía llamarse Intervenciones, no se ha publicado ni parece que
lo vaya a hacer nunca por un pleito entre sus herederos.
De
cualquier manera, los cuatro que sí tenemos son un placer para el intelecto. El
primero, Poesía, reúne su obra poética completa, que es existencialmente
católica y kierkegaardianamente marxista, muy en la línea de su tiempo. Los
tres volúmenes siguientes agrupan por temas su obra académica. El segundo, Interlocutores,
es un análisis de la obra de grandes autores clásicos: Goethe, Machado, Joyce,…
(si tuviéramos que ejemplificar escuetamente el talento de Valverde señalaríamos
que es un autor tan pedagógico que consigue hacer de Joyce no sólo un autor
inteligible, sino hasta sugestivo). El tercero, Escenarios, se centra en
sus estudios sobre estética, con Hegel al fondo de interlocutor. Y el cuarto, Historia
de las mentalidades, nos trae sus estudios sobre historia de la filosofía y
el arte (aquí se reedita su célebre Vida y muerte de las ideas. Pequeña
historia del pensamiento occidental, que tan buena fortuna editorial ha
tenido).
En
este cuarto volumen es en el que encontramos su El Barroco, una visión de
conjunto, que publicó originalmente en 1980 en la Biblioteca de divulgación
de la Editorial Montesinos. Como es una obra generalista de consulta el autor
evita utilizar un vocabulario enrevesado y no abusa de las citas. De hecho está
redactado con el tono habitual de Valverde, al que no le gustaba escribir, pero
como no le quedada otro remedio por imperativos laborales, lo hacía como a
regañadientes, directo y sin relleno, lo que le hace paradójicamente claro y
amable de leer.
El
manual principia con el inevitable rastreo sobre el origen del término:
“Barroco” era una palabra portuguesa que se refería a las perlas irregulares.
Seguramente el nombre viene de ahí, pero lo que es seguro es que surgió como un
insulto. Lo siguiente es averiguar a qué se pretendía despreciar. Aparece aquí
la polémica en torno al Barroco que entretuvo a Eugenio d´Ors y J.A. Maravall.
Para el primero Barroco es un “eon”, una fuerza espiritual, una voluntad que
lucha por imponerse a través de la historia. Estaríamos entonces ante un estilo
-en el sentido más amplio del término- que en parte seguiría vigente hoy. Para
Maravall en cambio Barroco es el imaginario de un periodo histórico determinado
y centrado en los países contra-reformistas.
Si
bien la propuesta de d´Ors es atractiva, la que sigue Valverde -y nosotros con
él- es la de Maravall.
Datar
un período histórico es siempre problemático, y lo hacemos desde el
escepticismo y asumiendo que las fechas son sólo boyas para orientarnos en los
mares del tiempo. Valverde incluye una cronología final para enmarcar al
Barroco que se inicia en el año 1540 con el Greco, los Ejercicios
espirituales de San Ignacio de Loyola en 1542 y con la
convocatoria
del Concilio de Trento en 1545. Esta misma cronología termina en 1767 con la
publicación del Diccionario de la música de Rousseau y la muerte del pintor
Tiépolo en 1770 (“en el siglo XVIII no se encuentra ya nada importante que
llamar Barroco” dice Valverde en las primeras páginas).
Así
que el período que vamos a estudiar se comprende, más o menos, desde el siglo
XVI hasta la primera mitad del siglo XVIII. Pero tampoco queremos reducirlo todo
al historicismo extremo de hablar meramente de la “Era barroca”, donde las
expresiones artísticas sean secundarias. Valverde cita a Benedetto Croce como
ejemplo de autor que habla de Barroco meramente como época, no como arte,
porque “lo que es barroco no es arte” sostenía el italiano.
El
Barroco es para nosotros la expresión artística que prevaleció en los países
católicos entre los siglos XVI y XVIII. Valverde no explicita una definición
así, pero creemos que la suscribiría. Y como él tampoco nos atrevemos a hablar
tan ligeramente de “Era Barroca” porque de hecho coincide con la consolidación
del racionalismo en Europa. Resulta paradójico que un arte basado en la
exuberancia y la desmesura triunfe precisamente en los albores del mundo
moderno. También hay que resaltar que, salvo Baltasar Gracián, tal vez, no hay
grandes obras filosóficas que se puedan etiquetar como barrocas.
Valverde
explica este fenómeno e interpreta este estilo como una transición entre el
“alto Renacimiento” y el Siglo de las luces, y si pudo existir cuando las
élites económicas iban ya por otro camino es la prueba de que los cambios
empiezan entre las minorías, mientras que el común de la gente sigue teniendo
la mentalidad de sus antepasados. El Barroco era del pueblo; sería así un arte
más popular y no de lo que hoy llamaríamos “alta cultura” (de hecho, tanto
Valverde como los autores que referencia afirman que el Barroco fue hegemónico
pero no único, convivió con estilos opuestos).
La
estructura económica en la que se consolidó este estilo es el mercantilismo. El
profesor barcelonés dedica un capítulo de su manual a esta contextualización.
Insiste en él en que el Barroco es una transición entre “la expansión
renacentista y la expansión dieciochesca”. Se descubre América y se abren rutas
comerciales, pero los beneficios siguen siendo para minorías; el pueblo, como
hemos dicho, sigue enraizado en la tradición.
El
mercantilismo es una especie de “refeudalización” en el que cada nación lucha
contra las demás por acumular oro y plata. A la larga lo que parece estar dando
más fuerza a los reyes los acaba arruinando, y todo empieza a girar en torno a
las deudas nacionales. Y aquí encontramos uno de los pocos momentos en los que
Valverde se atreve a hablar de una mentalidad barroca generalizada, cuando
afirma que el gusto por la abstracción está relacionada con un rechazo a la
quebrada realidad económica, que causaba un malestar muy concreto.
En
cuanto a lo teológico, la idea de un Dios único para la Cristiandad se había
perdido en la época, pero el sustrato católico sigue sólido en sus territorios.
En los países luteranos sí se ha producido un cambio que ha permeado todos los
estratos sociales, pero allí el Barroco no cuajó si quiera como arte minoritario
(en la Rusia ortodoxa sí, pero con su propia idiosincrasia).
En
cuanto al estilo artístico, resulta difícil de definir en una serie de
características y Valverde evita precisar. Justifica sus reticencias por la
porosidad de las fechas y fronteras con otros estilos, como las que tiene con
el manierismo o el rococó. Y lo que hace es analizar qué es el Barroco en las
distintas formas de arte:
Sobre
la pintura Valverde señala que el gran autor es por supuesto Velázquez, y que
de hecho es tal cima que tras él hay retrocesos en cuanto a innovación se
refiere. En general en la época se sacrifica la idea del centro óptico y en los
márgenes de la pintura también hay focos de atención. Ya no hay, nos dice el
profesor respaldándose en Arnold Hauser, la ingenuidad de creer que el cuadro
refleja la realidad. El cartesianismo ambiental se traduce en la idea de que el
artista transmite meramente su visión, aunque siguen existiendo presiones
teológicas y políticas que impiden que se exagere esto como sucederá en el arte
contemporáneo.
En
la arquitectura es donde el Barroco alcanzará su mejor expresión, y sobre todo
en Italia. Hay una versión un tanto extrema que es el rococó, pero por lo
general el estilo barroco, aun siendo voluptuoso será más comedido. No hay
grandes innovaciones técnicas desde el Renacimiento, aunque sí estilísticas. Y
hay que resaltar que aunque la construcción de edificios siguiendo pautas
barrocas desaparece, el mobiliario y la decoración típicamente barroca seguirá
medianamente triunfante entre algunas minorías hasta el siglo XX.
Valverde
no deja de ser un profesor de literatura, y le dedica a este género el estudio
más profundo y extenso del manual. Destina dos capítulos al Siglo de Oro
español. Aquí el término de “Barroco” no supone ningún dilema, cree que la
literatura española de la época puede llevar esa definición sin ningún tipo de
problema, siempre que no olvide que hubo una producción más clasicista y sobria
en aquellos tiempos. Góngora es el gran exponente, junto con Quevedo. Ambos son
herederos de la tradición católica, y los silogismos encubiertos y temas, aun
secularizados, pueblan su obra. También se amplían recursos estilísticos y se
juega con el idioma; Quevedo inventará palabras, por ejemplo. Cervantes, que
aparece en muchas páginas si bien no queda claro que merezca el calificativo de
barroco con el mismo entusiasmo que Góngora y Quevedo, recurre a unos juegos
metaliterarios claramente barrocos. Sin embargo donde mejor trasluce el Barroco
español es en el teatro, principalmente con Calderón, que representa la
existencia como un teatro dentro del teatro, y cuya celebérrima sentencia de
que “la vida es sueño, y los sueños sueños son” podría resumir el zeitgeist
al que nos estamos refiriendo.
El
Barroco, una visión de conjunto
termina con un capítulo titulado “El Barroco en el pensamiento abstracto”,
donde se incide en la cuestión de la naturaleza del Barroco. Se resalta que
triunfa cuando la razón matemática empieza a convertirse en la koiné de
su tiempo. Las últimas frases del libro dicen: “El pensamiento teórico, pues,
ha representado, en la entraña de la época barroca, su elemento
desbarroquizador con exigencia de otra época, el reinado de la Razón”.
Creemos
que así se resume la tesis de este manual: Hay un período que podemos llamar
Barroco, con un tipo de arte que tuvo esplendor, pero que no representaba las
inquietudes de las minorías intelectuales y de la incipiente burguesía, que
buscaba otro tipo de imaginario más proclive a sus intereses. Este tipo de
pensamiento racionalista acabó prevaleciendo y enterró al Barroco, que se
desvaneció cuando se generalizó la expansión económica del siglo XVIII.