El mundo de la
blogosfera es un fluir inabarcable de planteamientos atrayentes y
desconcertantes. Aquí nos topamos con gente que desde el anonimato, y tal vez a
miles de kilómetros, desarrolla conceptos innovadores que nos desordenan los
imaginarios personales.
Sigo fielmente,
aunque con discrepancias, a un tipo norteamericano que firma sus artículos con
un escueto “Charles”. Su blog se llama The Worthy House, y la mayoría de sus textos
se desarrollan desde la crítica inicial de un libro y finalizan con la
exposición de sus propios planteamientos. Da la sensación de que el bueno de
Charles necesita el primer impulso de la reseña para descubrir primero que piensa
él mismo, y luego poder ordenar para nosotros sus conclusiones (evidentemente
me siento identificado con esta manera de escribir).
Según parece una
serie de lectores le insistieron en que explicara sin muletas en qué consiste lo
que él llama “Fundacionismo”, término que aparece intermitentemente en sus
textos y se supone que nuclea su pensamiento. Publicó entonces uno de sus raros
artículos independientes, “Sobre el Espacio”, donde nos encontramos unas
propuestas programáticas.
Nos dice que el
Fundacionismo es “una política de futuro pasado. Es una novedad formada por
la sabiduría de lo viejo, construida alrededor de lo que es pasado, lo que está
pasando y lo que está por venir” que favorecería “la conquista del espacio por
la humanidad”.
Un nuevo-viejo
orden para poder expandirnos por la Galaxia. “En pocas palabras, el Espacio ayudará
a renovar nuestro mundo”. Ahí es nada.
No tiene en
mente un logro científico en concreto, no apunta a un planeta o un astro
determinado, más bien lo que le interesa es la revolución civilizatoria completa
que supondría si la humanidad se orientara hacia la carrera espacial: “Lo ideal
sería que eso incluyera a los seres humanos en permanente expansión en el
Espacio, porque es la obra más inspiradora y más grande. Pero también podría
significar cualquier otro número de logros, desde sondas robóticas muy
expandidas hechas con propósitos puramente científicos, hasta la minería de
asteroides con fines económicos.”
El problema,
para Charles, es la distorsión que provoca la ciencia ficción en su variante “perfeccionista”
y cuyo paradigma es Arthur C. Clarke, o
sea “un conjunto de mitos perniciosos, (…) que ve el Espacio como el reino de
la perfección humana, a ser alcanzado a través de la desconexión de los hombres
de su naturaleza.” Son planteamientos metafísicos, políticos o meramente líricos
en los que los viajes por las estrellas ofrecen respuestas a las grandes
preguntas humanas, y nos permiten conocer extraterrestres que son como nuevos
dioses y se convierten en nuevos padres. Una extraña teleología que “ofrece una
amplia gama de mentiras ilusorias. Lo que no ofrece, sin embargo, es el Espacio
real”.
Lo que hace
falta es una nueva ciencia ficción, o más bien, una “ciencia especulativa”, que
plantee el Espacio que realmente existe, con los problemas que encararían los nuevos
navegantes intergalácticos. Porque el
Espacio no es “el lugar físico más elevado donde nos liberaremos de las
restricciones de la Tierra, y las maravillas nos serán garantizadas.” Va a ser
una lucha ardua y morirán muchos; no hay una escatología salvífica a final del
viaje. Charles propone un nuevo Realismo Heroico para que los hombres salgan en
un busca de lo desconocido, como ya hicieran los conquistadores de los albores
de la Era Moderna.
Cito in extenso:
“¿Por qué deberíamos querer tener un Realismo Heroico, y lograr el Espacio?
Porque es necesario para lograr el florecimiento humano, el cual es impulsado
por una compleja interacción de características y conductas humanas. Requiere,
para cada sociedad verdaderamente exitosa, algún enfoque externo y temporal de
logro. Ese enfoque une e impulsa. Ofrece una meta para una sociedad, generando
y desarrollando un optimismo de cara al exterior que no puede ser creado o
mantenido artificialmente, sino que debe ser una corriente dentro de la
sociedad. Esto es algo raro; en cambio, el estancamiento o el vicio son las condiciones
normales de la gran mayoría de las sociedades humanas, la primera más que la
segunda, ya que puede durar mucho más tiempo. Una sociedad que percibe
simultáneamente los límites y lo ilimitado puede crear algo que tenga eco a lo
largo de las edades del hombre. Y el espacio es, hoy en día, el único foco externo
y temporal posible.”
¿Y qué puede
decir la filosofía en todo esto? Para Charles poco. La “ciencia ficción perfeccionista”
no es más que la superestructura de un zeitgeist asentado por los filósofos
desde la Ilustración, y que responde a unos intereses muy determinados. “La filosofía
nunca alcanzará el Espacio, y no quiere hacerlo.” Se limita a defender una
libertad atomizada y un igualitarismo incapacitante. La filosofía es un relato
de los poderosos, una narrativa de poder que opaca todo logro colectivo y busca
mantener el status quo.
Pensar el
Espacio requiere una nueva clase intelectual. Y los viejos mandarines prefieren
seguir con sus pleitos identitarios y sus postmodernidades.
Por supuesto
que la filosofía no es un sujeto unívoco al que le podamos recriminar
tendenciosidad, pero sí es cierto que hay un corpus filosófico más o menos canónico
en el que encontramos unos temas privilegiados sobre otros. Y no hay, o yo no lo
conozco, mucho escrito sobre el tema de un mañana fuera del planeta.
Hay que
recordar, eso sí, un artículo del gran filósofo español José Ferrater Mora
llamado “El exilio planetario”, que apareció en su descatalogado libro Ventanas
al mundo de 1986.
Ferrater Mora parece escribir en diálogo
con las inquietudes de Charles.
Empieza las
primeras páginas describiendo qué es el exilio (drama muy presente en su vida
como sabemos ya que él mismo tuvo que exiliarse tras la Guerra Civil española).
Considera que básicamente es “estar, por un tiempo indefinido, o suficientemente
largo, fuera del propio habitáculo”, y que se puede ser exiliado por cuestiones
políticas o por carencias económicas, ya que el exilio es ante todo un movimiento
“geográfico”. El exiliado se ve obligado a irse de su patria para ir a otro lugar,
y al principio se lleva “partes” de su mundo y se comporta según sus patrones nativos.
Solo deja de ser un exiliado cuando asume su nueva circunstancia y deja de ser
una “anacronía” permanente en el nuevo territorio (Ferrater Mora referencia a
José Gaos, que intentó repensar el exilio desde su concepto de “transterrado”).
El filósofo a
continuación plantea que para el siglo XXI habrá que empezar a pensar en una
nueva forma de exilio, ahora ya planetario. “Se trata, en efecto, de dejar tras
de sí el planeta entero, no una porción”.
El exilio es
el marco en el que hay que pensar esta nueva migración, porque al menos al
principio va a transitar por las sendas similares a las que ya hemos conocido hasta
ahora
Coincidiendo
con Charles, Ferrater Mora nos dice que lo primero es dejar de preocuparnos por
las novelas de ciencia ficción. Esto no va a tener nada que ver con imperios
galácticos y guerras marcianas, lo que nuestra generación podría llegar a ver,
y lo que por ello tenemos que pensar, son los albores de la expansión, que será
por fuerza mucho menos fantasiosa.
Todo empezaría
con docenas de seres humanos asentándose fuera del globo terráqueo. Lo lógico es
que lo hicieran en estaciones espaciales orbitando alrededor de la Tierra. Inicialmente,
siguiendo las constantes del exilio, estos colonos actuarán siguiendo las pautas
aprehendidas en la Tierra. Y podemos predecir por ello cómo se comportarán al
principio.
Pero luego, en
su radical e inédita circunstancia, empezarán a crear una nueva cultura para
encarar su día a día; ante desafíos desconocidos encontrarán soluciones autónomas.
Y de la reacción de la nueva metrópolis ante estas soluciones dependerá la
duración del sentimiento de lealtad de los colonos.
Éstos dejarán
de hablar de una “estación espacial”, porque “estación” implica transitoriedad
y ése será ya su hogar permanente. Olvidarán gradualmente su terruño originario
para percibir a la Tierra como una unidad, y los terrestres también empezarán a
verse a sí mismos como unidad al saberse tal a los ojos de esos nuevos Otros.
En modelo
social de estos nuevos “módulos-ciudad” orbitales será seguramente un
comunitarismo colaborativo, ya que cualquier forma de despotismo haría inviable
la supervivencia de tan pocas personas. No hay un contexto más favorecedor para
la cooperación y el diálogo racional entre individuos que éste, porque su
alternativa es convertirse en fósiles flotantes.
Si el exilio
planetario sale bien, y estas nuevas comunidades son libres y prósperas, cundirá
el ejemplo y una vez más millones de personas querrán asumir graves riesgos en
pos de una vida mejor. Sabemos por experiencias previas que todo cambiará para
mejor, y “el exilio planetario quedaría plenamente justificado”.
Ferrater Mora
también cree que la expansión transformará, en efecto, la civilización, aunque
la mayoría de los humanos se queden en la Tierra.
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