El corpus teórico del Nuevo
Nihilismo -o también conocido como Realismo Especulativo- empezó a cristalizar
en el año 2007 en la Universidad de Londres, a raíz de unas conferencias donde
se defendía la necesidad de orillar intelectualmente, de una vez y para
siempre, al humanismo y cualquier forma de antropocentrismo. Sus representantes
(Eugene Thacker, Ray Brassier, Reza Negarestani…) son académicos bastante bien
formados en la tradición filosófica, con amplios conocimientos de cultura mainstream
y especial devoción por el género de terror, que consideran que es el ámbito de
la ficción que mejor expresa el sinsentido de la existencia humana (H.P.
Lovecraft y su concepción del “horror cósmico” el su referente más señero).
Estos neo nihilistas
sostienen que el ser humano es un error que no tendría que haber existido, o al
menos no con conciencia, y que el Universo en un despropósito hostil y que todo
lo que hacemos es contarnos historias para ahuyentar el pánico ante el vacío.
La ciencia, la religión, la sociedad, el individuo…son narraciones que nos
evitan caer en el suicidio, que tampoco es la solución porque no borra el hecho
de haber nacido. A quien haya visto la serie de televisión True Detective
muchos de estos argumentos le reverberarán como eco de las palabras del
detective Rust Cohle, que interpreta magníficamente Matthew McConaughey y que
está inspirado en esta corriente de pensamiento.
Los libros de sus autores más
representativos han estado limitados hasta hace poco a lectores de habla
inglesa, y solo recientemente se han traducido algunos a nuestra lengua. El más
accesible de todos es el ensayo La conspiración contra la especie humana
del escritor de relatos de terror Thomas Ligotti (Detroit, 1953), que está
publicado en Valdermar y que es interesantísimo en sus dos facetas: como fuente
primaria y como fuente secundaria. Como primaria, es decir, como exposición de
las propias ideas del Ligotti es un libro atractivo y desafiante; y como
secundaria, o sea como manual de historia del envés del pensamiento occidental,
nos encontramos con un valiosísimo y didáctico repaso de autores minusvalorados
o directamente ignorados por su pesimismo radical y sin fisuras. En este último
sentido hay referencias a filósofos célebres como Arthur Schopenhauer, E.M.
Cioran o Clément Rosset, que se pueden encontrar en cualquier librería y que
gozan de cierto prestigio, pero también otros que son desconocidos y que
seguramente aparecen por primera vez ante el lector, como Peter Wessel Zapffe o
Philipp Mainländer.
Aunque el libro es mucho más
rico y tornasolado, sus propuestas se podrían sintetizar en tres ideas
principales: la conciencia humana es ilusoria, la libertad es mentira, y lo
mejor es no tener hijos.
Uno de los grandes referentes
del escritor norteamericano es el metafísico noruego Peter Wessel Zapffe
(1899-1990), que tuvo una larga vida para alguien que consideraba que lo mejor
sería no haber nacido. Zapffe pensaba que la conciencia humana es algo que ha
salido mal en la evolución bilógica, que el hombre no está hecho para este
mundo; lo trágico de su condición es vivir en una Naturaleza que nunca podrá
cumplir sus expectativas y que además le hace saber que va a morir
irremediablemente. Esto se vincula al principio de que el individuo no existe
como tal, que nos limitamos a reproducir pautas de comportamiento, idea que
está sustentada aquí por filósofos y literatos, pero sobre todo en las tesis de
un neurocientífico alemán llamado Thomas Metzinger (1958), que considera que el
ser humano es un “automodelo fenoménico”, o sea una entidad maquinal que
percibe información y cree que esto le constituye como persona aunque en
realidad todo es ilusorio. La “paradoja Metzinger” se resume en que el ser
humano, al ser una entidad maquinal que recibe información, no puede conocerse
a sí mismo y menos concluir que no hay nada que saber.
La idea de que la libertad es
una falacia más que nos echamos a la cara es por supuesto una consecuencia
clara de la imposibilidad de ser personas. Abundan los ejemplos que demuestran que
no somos libres, que solo funcionamos impulsados por retóricas. Para Ligotti lo
que mejor representa a la esencia del hombre en este caso son las marionetas.
Estas “efigies de nosotros mismos” son una paradoja muy diciente, ya que se
crearon por hombres para que se asemejen a ellos, y hablan por voz ajena y se
mueven por cables y sin voluntad. Luego se acaba el espectáculo y vuelven a la
caja. Un reflejo esperpéntico de lo que somos.
(Una cosa que se le puede
reprochar al autor es que no quiera adentrarse en las implicaciones políticas
de lo que propone. Negar la libertad, dignidad y los derechos del hombre se
aproxima demasiado a ideologías poco recomendables. Según Ligotti somos siervos
sin sustancia y nuestro único derecho es “el derecho a morir”; tal vez esto
queda muy bien como maximalismo epatante, pero el uso que se puede hacer de
muchas teorías de este libro, que está muy bien argumentado y escrito, es
inquietante.)
La tercera idea expuesta con
amplitud en La Conspiración contra la especie humana es el
antinatalismo. Una vez más Zapffe es su inspiración más reconocida, pero hay
muchos autores que le respaldan. Se trata de una conclusión que cae por su
propio peso tras las dos ideas precedentes: lo mejor es elegir libremente no
reproducirnos, que la especie humana se apague poco a poco y deje de ensuciar
el cosmos con nuestra presencia. Los antecedentes históricos de esta creencia
van desde los cátaros hasta los ecologistas radicales actuales, que quieren
salvar a la Tierra acabando con su principal amenaza.
Podemos concluir utilizando
una referencia que viene en el libro. Hay una parte en la que describe la
esencia del género de terror y lo llama la “perversión ontológica”, que es
cuando aparece algo que no debería de ser, pero es. Más inquietante que cualquier
monstruo, vampiro o sacamantecas, es la paradoja “hecha carne”, lo que no tiene
lógica en un contorno al que le correspondería tenerla. Pues bien, lo que
leemos entre líneas en este libro es que el ser humano es el que es y no
tendría que ser. Nosotros somos la perversión ontológica en este mundo, somos
lo que asusta porque no tiene sentido. No es el zombi que persigue a la rubia
gritona, es la rubia gritona lo que da miedo, porque ella es un sinsentido que
además cree que es la medida de todas las cosas.