21.4.18

Julio Endara, del positivismo al Rorschach

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Nada debió de ir bien en la vida de L.E.E., un delincuente habitual más conocido como el dientes. A la fatalidad de ser soltero y mueco a los veintiséis, se le sumaba la de provenir de padres “alcohólicos y absolutamente pobres”, y por supuesto la consecuencia intolerable de esto: “Desde temprana edad, tuvo que enfrentarse con la vida”.
Lo que sabemos de la persona que fue L.E.E. lo sacamos de un informe psiquiátrico escrito en Quito en algún momento a principios de los años 50. Se trata de un preso condenado a cinco años que va a ser sometido a un test de Rorschach y son necesarios los antecedentes: L.E.E. se junta con hampones, ha robado algunas cosas, y una vez hasta causó heridas a alguien. Al ser arrestado se ha mostrado “presuntuoso”, indisciplinado, y además no parecen atraerle los talleres que se imparten en la cárcel. El dictamen es que “pronto será homicida y asesino. Es incorregible” (Dictamen, por cierto, que aparece en la sinopsis previa, antes de haber hecho el test).

Cuando le pasan el Rorschach, que como es sabido consiste en mirar una sucesión de diez láminas con manchas de color y decir lo que se ve, los datos no son sorprendentes: L.E.E. dice distinguir en la mayoría figuras anatómicas, principalmente de mujeres y animales comestibles (recordemos que es un hombre joven y pobre). Solo varía un poco la lámina 7, donde adivina una puerta; y en la 2, donde se le aparecen “unos payasos que están amigablemente tocándose con las palmas de las manos”.
Tras unos extraños cálculos basados en las respuestas, y sobre cuya credibilidad no hay consenso ni entre los practicantes del método, el informe nos dice: “En casi todas las respuestas hay comentarios exhibicionistas, unas veces marcadamente petulantes y otras con aspecto de falta modestia”. Y ya al final, las conclusiones criminológicas anuncian que se trata de un “delincuente habitual estereotipado”, con “buena capacidad lógica” pero “afectividad inadaptada”. Listo, pero asocial. O sea, “muy peligroso”.
¿Cómo puede ser que una entrevista de diez minutos, con respuestas aleatorias -L.E.E. hubiera respondido sin duda otras cosas si le hubieran interrogado después de haber cenado y dormido bien-, pueda determinar tan fatídicamente la vida de alguien? Lo desconocemos, como desconocemos qué le sucedió a L.E.E. tras finiquitar su condena. Desde luego estamos seguros de que el informe psiquiátrico no le ayudó a conseguir una disminución de la misma.
Y la siguiente pregunta: ¿Quién es el autor de informe? ¿Quién decidió tan apresuradamente que L.E.E. no tenía futuro? ¿Era alguien negligente o insensible al dolor ajeno? No lo creemos.


El autor, Julio Endara (1898-1969), fue un psiquiatra cuyos hitos biográficos solo los podemos hilar desde libros olvidados y algún dato suelto en la Red. Parece que fue siempre un profesional reconocido y dedicado al bien de la psiquiatría y de su país, Ecuador.
En un libro suyo que hemos rescatado del fondo de la Aecid, porque ni siquiera está en la Biblioteca Nacional, Psicodiagnóstico de Rorschach. Técnica General-aplicaciones clínicas (Casa de Cultura Ecuatoriana, Quito, 1954), en donde viene el informe de L.E.E. junto al de otros dos presos y muchos otros capítulos de interés, sostiene que el Test de Rorschach es el mejor sistema para proporcionar una “síntesis de la personalidad” y “arrojar muchísima luz cuando se trata de iniciar la tarea de la clasificación de delincuentes”.
Está claro de Endara fue un hombre de entusiasmos. Siendo un jovencísimo médico publicó en 1921 una oda al pensamiento de Ingenieros, el gran positivista argentino, José Ingenieros y el porvenir de la filosofía, en el que veía la respuesta a todos los interrogantes científicos y humanísticos posibles.
Hay otros dos libros de la época inhallables en España, pero de los que la Biblioteca Nacional del Perú da fe en su catálogo de internet: Los fundamentos biológicos de la filiación natural (1921) y La naturaleza del hombre ante los modernos problemas de la evolución y otros datos de la antropología (1922). No están digitalizados y no hemos podido leerlos. Pero suenan claramente a Darwin. El naturalista inglés no aparece citado en el libro sobre Ingenieros, pero todo él transpira darwinismo.
Así que perfilamos un joven Endara donde traman positivismo y darwinismo hasta que, según cuenta él mismo en el prólogo de Psicodiagnóstico, se topó en 1935 con una obra del psiquiatra español César Juarros sobre el método Rorschach. Una nueva revelación que volvió a embriagarle en una época en la que Ingenieros ya no era para nadie el porvenir que fue.
Julio Endara se convertirá en los siguientes treinta y cuatro años de su vida en una eminencia mundial en Rorschach y escribirá varios artículos sobre el tema ¿Hay una separación radical entre el darwinista seguidor de Ingenieros y el experto en Rorschach? Creemos que no, que hay un hilo de inquietudes y metodología que les une, como iremos viendo.
Si Julio Endara tuvo inquietudes o publicaciones más allá de Rorschach, lo desconocemos. El texto biográfico más informativo que hemos encontrado es la introducción que el psiquiatra español A. Serrate hace de su colega ecuatoriano para la edición barcelonesa de Test de Rorschach. Técnica y evolución y estado actual (2ª ed., Editorial Científico-Médica, 1967), libro escrito como manual sobre el método y continuación de Psicodiagnóstico.
Por este texto sabemos que Endara también tuvo cierta audiencia en la España de la época, y tal vez sería interesante investigar si el Rorschach se pasaba también en las cárceles por aquellos años.

Nos permitimos reproducir parcialmente este texto biográfico:
[…] El Prof. ENDARA es ya conocido en nuestro país por sus publicaciones anteriores y por los lazos amistosos que ha anudado con numerosos psiquiatras y psicólogos españoles, entre los que se cuenta el firmante de estas líneas. Pero es posible que las generaciones jóvenes no tengan noticia cabal de la personalidad del autor de esta obra. Por eso querría señalar ante todo que es Profesor principal de la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Quito desde 1926, así como director de la Escuela de Psicología de la Universidad Central ecuatoriana desde 1964, habiendo llegado así a la culminación de una brillante carrera que empezó en 1922 siendo Profesor de Psicología y suplente de Psiquiatría. Ha sido también Profesor de Técnicas proyectivas de la Facultad de Filosofía y Letras de Quito y ha ocupado altos cargos universitarios, como el de Decano de la Facultad de Medicina y el de Vice-Rector de la Universidad de Central de Ecuador. Entre numerosos galardones recibidos ostenta la distinción de Profesor honorario de las Universidades de San Marcos de Lima y de la de Chile. Es muy conocido internacionalmente como Director de los “Archivos de Criminología, Neuro-Psiquiatría y Disciplinas Conexas”, revista que ha tenido siempre cordialmente abiertas sus páginas a la colaboración de investigadores españoles.
Además del libro que ahora ofrece a los lectores españoles e hispanoamericanos es autor de numerosas publicaciones, entre ellas de la de 1954, que, con el título “Psicodiagnóstico de Rorschach”, constituyó un valioso avance del actual libro, y de muchos trabajos aparecidos en las revistas especializadas sobre los más diversos temas psiquiátricos y psicológicos, destacando las investigaciones personales con el método Rorschach en delincuentes, con las que ha realizado una contribución muy valiosa. En todos estos estudios ha mostrado el Prof. ENDARA su espíritu abierto a las innovaciones, pero matizado de una sabia prudencia para realizar una adecuada selección. Su interés por las técnicas proyectivas en general y por el método de las manchas de tinta en particular, le llevó a establecer repetidos contactos con los más afamados especialistas de Europa y América que cristalizaron en sus viajes a Estados Unidos para comprobar directamente las investigaciones allí realizadas […]



JOSÉ INGENIEROS Y EL PORVENIR DE LA FILOSOFÍA (1921)
¿Quién fue José Ingenieros? Existe consenso sobre su fecha de nacimiento, 1877, pero no sobre el lugar, que pudo ser Italia o Buenos Aires. Vivió su infancia en Montevideo y ya en la adolescencia se trasladó a Argentina, que se convertiría definitivamente en su patria. Sus padres eran unos socialistas italianos que le inculcaron su ideología y el amor por la cultura. A los 18 años Ingenieros era ya militante del Partido Socialista Obrero Argentino. Su pensamiento mantuvo siempre ciertas bases socialistas y anticapitalistas; aunque gradualmente incorporó el darwinismo, biologismo y ciertas formas de racismo, además de su adscripción masónica, que es patente en sus escritos. Estudió y publicó sobre ámbitos tan disparejos como la criminología, la psicología, la medicina y la filosofía. Murió en 1925, con 48 años, según sus admiradores, había quebrado su salud por no dormir casi al dedicar tantas horas a la lectura
En 1921 Julio Endara, un joven médico de 23 años, publicó en Quito el ensayo José Ingenieros y el porvenir de la filosofía, texto inmaduro pero muy iluminador, sobre el pensador argentino. Un año más tarde sería reimpreso en Argentina en una edición que llegó hasta España. No volvió a haber aparentemente más ediciones y el libro se perdió.
El texto hace un repaso de las principales aportaciones de Ingenieros, defendiendo y radicalizando sus tesis. La obra del argentino que tiene más peso en la exposición es El hombre mediocre, de la que dice Endara que puede compararse a uno de los medios de “diagnóstico” que a menudo se emplean en medicina (Ingenieros, p. 24).
El hombre mediocre es un libro muy bien escrito, potente, en la estela de Max Stirner - autor que aparece citado no en vano-, con ideas sugerentes y a veces agudas (“No es posible recorrer sus páginas sin sentirse touché en alguna de las interioridades”, dice acertadamente Endara, p. 24). Pero una lectura más atenta lleva a expresar más que reservas. La calificación de hombre mediocre no responde a ningún interés por mejorar la sociedad; es más, parece justificar al final la desigualdad de derechos según una desigualdad de talentos, que ve como determinada por la biología, sin una explicación material, educativa o económica.
Este libro inspiró en parte la idea del “hombre masa” de Ortega y Gasset. Pero en el pensador español aparece limpio de determinismo biologicista: uno se hace masa según sus faltas, y puede convertirse en élite según sus méritos. Además las categorías tienen que ver con la autoexigencia y el trabajo bien hecho, no como en Ingenieros, cuyo “hombre idealista” parece un ser nacido en un pedestal y orientado al desprecio.

Las dos culturas
La glosa de Julio Endara, que sin duda no es una obra cumbre en la historia del ensayismo, es muy representativa sin embargo de una de las banderas que Ingenieros ondeó, y con él otros muchos, la del cientifismo.
Cristina Beatriz Fernández rastrea en José Ingenieros y los saberes modernos (Alción Editora, 2012) el origen de la separación entre cultura humanística y científica, y la toma de partido de Ingenieros.
En algún momento del siglo XVIII, una separación que sólo estaba implícita, comienza a hacerse explícita. Empezó en Inglaterra, donde el saber “desinteresado” se empezó a ver con malos ojos. Y luego en las repúblicas latinoamericanas, ya en el siglo XIX, la polémica adquirió aires antihispánicos al identificar cultura humanista con la herencia española, lo que no es del todo desacertado, pues las universidades de la colonia se dedicaban casi exclusivamente a la Filosofía y la Teología.
José Ingenieros, nos dice Fernández, quería una especialización y desarrollo científicos, pero como nacionalista argentino, necesitaba integrar ciertas disciplinas de las humanidades dentro de la cultura nacional para dotar de una moral laica a la población.
El factor de la humanidades con fines nacionalistas o modernizadoras se le escapa a Julio Endara, más radical, que no entiende por qué su maestro cede en ese punto. Rechaza así la propuesta de Ingenieros de crear una “escuela” que renueve el léxico filosófico y salvar así la Filosofía, y lo hace porque dice que ninguna “escuela” actúa sin fines interesados (p. 82). Algo que seguramente no desmentiría Ingenieros, partidario de una “escuela” interesada en hacer filosofía inequívocamente argentina.
Por lo demás, Endara sigue utilizando su Ingenieros como alegato por la ciencia y contra las intromisiones humanísticas. Lo hace, de hecho, con ideas y frases bien trabajadas:
 “Cada día se olvida más y más aquella tendencia que conducía a los filósofos a una posición de originalidad, a veces ridícula, y la deleznable celebridad de las cosas absurdas. El escepticismo ambiente ya no es ni puede ser terreno feraz para el cultivo de hipótesis a cual más fantástica y más desligada de la realidad” (p. 14).
Pero por supuesto las preguntas de la metafísica (Dios, libre albedrío,…) no son “ilegítimas” en sí. Solo es ilegítima la metodología (p. 74). Y hay dos métodos –aquí hemos vuelto a Ingenieros– particularmente ilegítimos: los místicos (que son los religiosos, adivinos e idealistas filosóficos) y los dialécticos (que son los humanistas, los cuales más que resolver los dilemas se preocupan por la “arquitectura del lenguaje”). Tanto místicos como dialécticos utilizan una lógica metafísica, cuya finalidad se limita a “legitimar”. La única solución para la metafísica, y las humanidades en general, es la aplicación de una lógica científica que busque “probar”, esto es, que se funde en la duda metódica, la construcción de hipótesis y la crítica lógica de las mismas. Una nueva metafísica del porvenir (p. 77), que Ingenieros anuncia y Endara celebra, que tenderá a la universalidad, la impersonalidad y el antidogmatismo.

Nuestra América
El libro de Endara se abre con unos párrafos sobre la situación intelectual de la Argentina. Le parece muy admirable que se extienda un nacionalismo que tiende a homogeneizar las aspiraciones (p. 10), y que aspira a ganarse el respeto de los europeos. Además, el dinamismo nacional produce trabajos como la Sociología Argentina de Ingenieros, que busca establecer una tipología racial que ayude a crear una nación (p. 11). Argentina hace que el futuro se anticipe con optimismo. Lo único que lamenta es que en Ecuador no se haga una tipología nacional similar a la que se hace en Argentina.
En el último capítulo de Ingenieros, Endara retoma el tema continental con el capítulo “Su influencia en nuestra América”, que versa sobre el influjo de Ingenieros en América Latina, influjo que considera inmenso.
Endara ve el continente “envenenado” por la teología y el “sentimentalismo fantasmagórico” de herencia española, que han hecho que la raza no admire a los talentos nuevos, sobre todo sin son patrios. Sólo Ingenieros ha conseguido ser respetado por haber sido aplaudido primero en Europa.
Los que más hay que valorar de Ingenieros desde un punto de vista latinoamericano es su defensa del idealismo moral, que busca mejorar las sociedades renovando continuamente sus ideales y rechazando quedarse en un idealismo abstracto. Sólo hay que lamentar que el peso que Ingenieros ha tenido en la psicología y la criminología no sea tan fuerte en el campo de la filosofía.



ENDARA Y EL “PSICODIAGNÓSTICO DE RORSCHACH” (1954)
Como ya hemos comentado, en la obra de Endara tiene una importancia capital el trabajo de Hermann Rorschach (1884-1922), quien fue un psiquiatra suizo con especial talento para la pintura, y que desarrolló un método consistente en mostrar diez láminas al paciente con dibujos de tinta negra o de color. Teniendo en cuenta la rapidez y el tipo de respuestas, Rorschach extraía relevantes resultados para conocer la personalidad, inteligencia y nivel pedagógico del sujeto analizado. Todavía hoy se sigue usando este método, si bien, y en contraste con el Julio Endara de su Psicodiagnóstico, ya no se confía en la infalibilidad de sus conclusiones.
En el libro de Endara de 1954 encontramos a un científico mucho más maduro y serio que al joven autor que más de treinta años antes había venerado a Ingenieros. Sin embargo seguimos reconociendo al mismo Endara.
En el primer y segundo capítulos, en los cuales presenta la citada técnica, Endara es amablemente didáctico. Al igual que agradecimos la claridad de la exposición del pensamiento de Ingenieros y del Zeitgeist en que se movía, ahora el lector se hace una idea sobre lo que es el Rorschach y sus aplicaciones. Para profundizar más, este mismo lector podría acudir al manual sobre el Test que Endara publicará una década después.
Pero en Endara sigue pesando su cientifismo extremo, su convicción en las respuestas totalizadoras y su biologismo. Para él toda explicación de la condición humana empieza y termina por la prueba de las manchas de tinta. Por ejemplo, llega a asegurar que el Rorschach explicita la genética del paciente.
Hay un tercer capítulo sobre delincuencia que recuerda inevitablemente a la criminología de Ingenieros, que el joven Endara asimilaba con leves reservas: “La clasificación de los delincuentes […] ha sido casi resuelta mediante los esquemas de Ingenieros; es claro que en lo futuro dicha clasificación podrá estar expuesta a reformas, pero en la actualidad, y desde su punto de vista psicológico, es la que más carácter científico revela” (Ingenieros, p. 23).
Ingenieros escribió: “a las consideraciones jurídicas debe sustituirse el estudio rigurosamente clínico de los delincuentes para establecer a qué categoría pertenece el sujeto estudiado […] Determinada así la posición clínica del delincuente se procederá, en cada caso, a ponerle en condiciones de no perjudicar, siguiendo el principio de la correlación entre represión defensiva y la categoría del sujeto, con las variantes sugeridas por la psicología personal de cada uno”. O sea, que más que ver la responsabilidad y el tipo de crimen, lo que cuenta es el análisis psicológico del delincuente, y según lo que saquemos en claro del mismo, la condena será una u otra.
En este capítulo, “Tres psicogramas de delincuentes”, Endara parece aplicar la idea de la clasificación, reformándola como sugirió en su juventud. Además del informe a L.E.E. que ya hemos comentado, incluye otros dos de homicidas reincidentes.
Uno es Justo S, de 33 años, que mató a su patrón cuando tenía 16 años y que, al salir de prisión, mataría a Luis F. G. por encargo de la hermana de la víctima. En un informe de varias páginas, sólo hay un breve párrafo de introducción a la biografía del preso, que parece carecer de importancia, como los propios crímenes, por cierto. Lo único que tiene peso es el test, que es el mismo que para L.E.E., quien solo era un ladrón. Endara concluye que Justo S es “altamente peligroso. Debe permanecer recluido indefinitivamente en la Penitenciaria”. Por lo que leemos, Justo S. ha visto en casi todos los dibujos cuerpos humanos, lo que denota su instinto asesino.
Y el tercer informe es el de Manuel Antonio, de 30 años, zapatero y casado, que mató a un guardia y luego, junto a compinches, a siete miembros de una familia a los que ahorcaron y garrotearon. Sin embargo, lo que a Endara le lleva a concluir que Manuel Antonio es “muy peligroso” no es lo obvio, si no que el choque cromático del test delata “signos de represión afectiva y acaso dominación consciente del afecto”. Es decir, se trata de un homosexual reprimido.
En los capítulos cuarto y quinto se centra en la inteligencia y las vivencias de los presos. Una vez más estudia dicha inteligencia y habilidades de sociabilización Endara con el instrumento de los tests. En el capítulo “Tipos de vivencia”, utiliza este orteguiano término de forma muy interesante. En su opinión, el término haría referencia a la forma subjetiva de responder a la experiencia, pero de una manera siempre constante. Endara dice a este respecto: “[…] el aparato de vivencia con el cual el hombre existe es una creación mucho más amplia que el aparato con el cual vive. Para vivir, el hombre tiene una serie de registros, de los cuales muy pocos utiliza para la acción de la vida. El tipo de vivencia demuestra cómo es el aparato con el cual el hombre puede vivir” (p. 252). Y luego enumera hasta seis tipos de hombres según su “aparato” de vivencias. Entre los presos destaca el “tipo coartado”, que es “el hombre sin alma y sin temperamento”.
Como sucediera con Ingenieros décadas atrás con su clasificación del hombre como idealista, mediocre e inferior, hay un determinismo sin origen claro ni cambio posible en estas tipologías. Para Endara hay que comprender “un hecho de gran interés: la ligazón que existe entre tipo de vivencia y talento” (p. 253). No hay menciones a los padres, la educación, las capacidades económicas o las estructuras políticas. Todo se relaciona con el talento, que asumimos que es innato, puesto que Endara no se molesta en indagar su configuración.
El último capítulo del libro se llama “Psicodiagnóstico de Rorschach y raza”. Aquí también vemos que las inquietudes de Ingenieros –y de gran parte de la intelectualidad latinoamericana, a decir verdad– sobre las posibilidades de progreso en un continente mestizo siguen siendo tan importantes para el Endara maduro como para el joven (“El criterio de raza en nuestros días, es del dominio de la sociología y no exclusivamente de la antropología”, Ingenieros, p. 11).
En este capítulo, los presos dejan de ser el objeto de estudio, y se centra en los indígenas. Endara nos recuerda que estos son una realidad económica y social en los países andinos, y lamenta que se haya hecho mucha literatura pero no ciencia sobre ellos, que es lo que realmente hace falta: “No puede ocurrir de otra manera, porque si no se llega por este camino a conclusiones sólidas, la incorporación del elemento indígena a la civilización tendrá que adolecer de improvisación y ligereza, lo que de ninguna manera es propio de una política social bienintencionada y seria” (Psicodiagnóstico, p. 208). Por supuesto, el método científico infalible que determinará si los indios de las serranías pueden incorporarse al progreso será el Test de Rorschach.
Endara convoca para su investigación a setenta individuos blancos de entre 18 y 25 años, y a setenta indígenas de las mismas edades. Algunos de estos últimos tienen estudios universitarios, así que, como nos advierte, más que diferencias culturales, sólo difieren étnicamente. En esta investigación, en la que se ve que Endara tiene más tiempo y recursos que para los presos, hay gráficos y un desglose de datos mucho más minucioso.
Las conclusiones del estudio comparativo de las manchas de tinta se sintetizan en siete puntos que resumimos: 1) El indio tiene un ligero debilitamiento de sus capacidades abstractivas, pero dentro de lo normal; 2) Hay un matiz depresivo en el temperamento indígena; 3) Tienen tendencia a la oposición; 4) Aunque los indígenas adolecen de cierta inmadurez, su nivel intelectual es equivalente al de los blancos; 5) Cierta constricción de los indígenas a la hora de interpretar las formas; 6) Aptitud menos potente para el razonamiento; 7) Buena capacidad para la conquista intelectual, pero menor capacidad productiva que los blancos.
Luego Endara se desvía un poco de su metodología habitual y explica que las deficiencias de los indígenas no son genéticas, innatas o atribuibles a alguna categoría patológica sin origen indeterminado. En realidad, son ambientales, culturales. Los indígenas universitarios han dado un nivel más alto que los indígenas campesinos. Así que para Endara el problema no sería tanto la raza como la cultura de los indios de las serranías. Incorporarlos gradualmente a la vida republicana es el objetivo final. Endara termina el libro con este párrafo con el que damos término a esta breve aproximación a la obra de un autor que comenzó siguiendo la estela del gran positivista argentino José Ingeniero:
“Habría que afirmar, pues, a manera de conclusión sintética final, que tanto las capacidades intelectivas como emotivas del indígena de nuestras serranías presentan los caracteres de una perfecta normalidad; y que, por ello, espera de la comprensión de los organismos estatales y de los dirigentes de nuestra cultura, el impulso y el auxilio que le permitan incorporarse definitivamente a la civilización” (Psicodiagnóstico, p. 293)

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