1.2.17

Sin excusas


Recuerdo un cántico tirapiedra que decía “el hijo del madero a la universidad/para que no sea como su papá”. Tamaña estupidez, claro, solo la podían decir universitarios. Es absurdo dar por hecho que un policía no tiene estudios superiores, que eso le convierte necesariamente en un bruto y que su prole únicamente puede salvarse de la ignorancia en los campus universitarios. No he conocido muchos policías, pero sí a muchos académicos, y estoy seguro de que a poco que los primeros tengan buen oficio serán más avispados que una inmensa mayoría de los segundos

La universidad no es panacea que cure la estupidez; pero desde luego tampoco es inútil. Se supone que cumple con la función de garantizar que sus egresados van a desempeñarse con ciertas habilidades básicas: saben leer y comprenden, escriben con cierta fluidez, razonan, hilvanan argumentos nutriéndose de distintos saberes…en fin, que pueden ser unos cretinos en los personal pero por lo menos están mínimamente capacitados intelectualmente.

O tal vez puede que ni eso. Puede que los universitarios salgan siendo analfabetos funcionales; pero por lo menos ellos y sus familias han hecho el esfuerzo de sacarse un título, que ya es algo.

En la última década ha habido sin embargo cierto desdén hacia quienes han pasado por la universidad. Por ejemplo el anterior presidente del gobierno no lo consideraba requisito para llegar a ser un alto cargo institucional. Así tuvimos en la proa del Estado a gente que se jactaba no tener diploma alguno y que además consideraba que eso les ungía como de auténticos hombres y mujeres del pueblo.

Dejemos de un lado las consabidas catástrofes que arrojó aquella ralea política y reflexionemos sobre el argumento de los estudios y la clase social. Es cierto que para los jóvenes de clase media/alta es mucho más fácil instruirse que otros menos favorecidos que se tienen que poner a trabajar muy pronto; también es innegable que el haber nacido en familias de menor nivel cultural y económico no ayuda a menudo a seguir en la aulas.

Pero eso no es excusa. Que al principio no pudiéramos estudiar no implica que no lo hagamos ya de adultos. En España tenemos una universidad a distancia excepcionalmente buena. Así que todos estos ministros y directivos que llevan años trabajándose el cargo, y que además provienen de capas mesocráticas,  podrían haber hecho el esfuerzo de sacarse el título antes de postularse.

No es tan complicado. En la UNED dan todas las facilidades posibles para quien no pueda ir a las clases. Incluso permiten emplear más años que un alumno presencial; o sea, hacer cada curso solo una parte de las materias, ir poco a poco. Y si ni con esas -ya sea porque los hijos dan mucha guerra, o porque la Champions es larga-, se pueden sacrificar las vacaciones de agosto para presentarse en septiembre.  Solo hay que organizarse.

Sinceramente, la titulitis no ha demostrado aportar grandes cosas al país e incluso ser un problema, pero ya somos varias generaciones las que hemos crecido en ella. Hemos dedicado mucho tiempo y dinero como para ver que todo ese esfuerzo sea despreciado por políticos que han empleado una voluntad similar en trepar. Hay demasiados jóvenes y adultos españoles irritados por este hecho, con sensación de haber sido estafados.

Sabemos que un título universitario no certifica un saber elevado, pero sí un esfuerzo. Al exigírselo a los altos mandatarios simplemente lo hacemos como forma de respeto, hacia nosotros y hacia nuestras familias, que tanto empeño pusieron en nuestros estudios pensando que nos garantizaba una vida mejor.

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