Baruch
Spinoza (1632-1677) estuvo olvidado durante mucho tiempo. Sin embargo
hoy nadie le negaría su condición de autor canónico dentro de la filosofía
occidental; sin duda es uno de los diez grandes filósofos de la historia. Escribió poco
en parte porque murió joven y en parte porque, contrariamente a lo que se nos
dice, en la Holanda del siglo XVII era mejor no significarse demasiado si se
quería evitar los grilletes. Además de escasa, la principal obra de su
producción es la Ética, que es realmente difícil de entender.
Aunque nadie lo reconozca, estoy seguro de que la mayoría de los que lucimos
diplomas de filosofía hemos leído únicamente el Tratado político y el Tratado
teológico-político, que son accesibles, y de la Ética sólo conocemos
lo que explican las fuentes secundarias.
El
problema con los autores que son difíciles de entender es que es fácil
inventarse lo que dicen. Con Spinoza esto llega ser escandaloso. Ya vimos que
Antonio Negri, en su empeño por hacer del holandés una especie de Marx afable,
tergiversa partes enteras de los textos spinozianos. En
este caso, como Negri lo que manipula son ambos tratados, es fácil de demostrarlo.
Pero seguramente los académicos que aseguran estar explicándonos la Ética
también nos la cuelan, aunque ahí habría que tener muchas ganas de meterse en jardines para contradecirles.
En
realidad un Spinoza leído a brochazos sostiene cosas propias del sentido común:
La razón unifica a todo lo que existe, la ética no tiene que ser tanto una obediencia
como un vivir según lo que es bueno para los hombres, la democracia es el más
funcional de los regímenes, hay que buscar que la sociedad saque lo mejor de
cada uno… Luego, si rascamos bien, matiza que la democracia está bien siempre y
cuando se haya formado previamente a los ciudadanos, que el Estado tiene que
salvaguardar su propia existencia incluso frente a la libertad individual, o
que lo más importante en política es defender la paz social.
Es
un autor definitivamente tornasolado, refractario a las simplificaciones, y
además con mucha niebla argumental sobre la que se puede improvisar según la agenda propia y esperar que
no se note. O sea, que si hemos aceptado al Spinoza comunista que propone Negri, también es
legítimo defender la existencia de un Spinoza psicólogo, como argumenta Antonio
Damasio, o incluso uno que escribe libros de autoayuda, como plantea Frédéric
Lenoir.
El
milagro de Spinoza. Una filosofía para iluminar nuestra vida
de Frédéric Lenoir es breve, pedagógico y claro. Según anuncia la solapa del
libro ha vendido 120.000 ejemplares, lo que para un libro de filosofía es algo
excepcional (subrayamos que es un libro de filosofía para recochineo de los
pedantes que dirían que si ha vendido tanto no puede ser un libro de
filosofía).
Alguien versado en el filósofo lo encontrará simplón, pero yo imagino que Lenoir quería llegar más bien al público lego. Y cumple con creces, aunque para ello haya primado el tema de la felicidad sobre otros ámbitos de la obra spinoziana. Hay una breve introducción biográfica donde cuenta, entre otras cosas, que Spinoza tuvo una novia católica que le dejó por su negativa a renunciar al judaísmo. En general las cuestiones políticas, teológicas o epistemológicas se tratan muy por encima en este libro, porque lo que interesa aquí es Spinoza como autor de manuales de supervivencia existencial para nuestro caótico mundo. Al final Lenoir le afea sus comentarios sobre las mujeres y los animales, poco políticamente correctos desde nuestra perspectiva, pero en general el acercamiento al filósofo es entusiasta y clarificador.
El milagro de Spinoza es un libro
recomendable para quien no tenga tiempo o ganas para leer tochos académicos más
complejos. Y en cuanto a los talibanes de la filosofía, que se horrorizan
cuando se simplifica a los grandes pensadores para hacerlos llegar al gran
público, habría que recordarles que los primeros en manipular lo que dijeron
éstos son los propios académicos actuales, que (casi) literalmente se los
inventan para llevarlos al terreno que les interesa en el momento. Así que si no protestan ante estas instrumentalizaciones sistemáticas, que tampoco se quejen cuando los grandes popes del canon filosófico acaba
salpimentando la sección de autoayuda del Carrefour.