Thomas Szasz (1920-2012) fue un psiquiatra libertario que se opuso
siempre a las intromisiones del Estado y a las coacciones médicas en la
vida del individuo. Para él nadie, salvo el propio interesado, tenía
derecho a decidir si podía o no consumir drogas, recibir o no cualquier
tipo de tratamiento psiquiátrico, o suicididarse o no por decisión
propia cuando se estime oportuno.
Sobre este último tema, el del suicidio, escribió un libro, Libertad fatal, cuya lectura todavía hoy incita al debate.
El
suicidio se ha interpretado durante siglos como un "autoasesinato", o
sea el suicida como un asesino de sí mismo, y como tal ha sido
criminalizado y perseguido. Pero para Szasz la voluntad por parte del
poder religioso, luego estatal, de controlar el uso de esta "libertad
fatal" es una injerencia intolerable.
Lo ilustra contando, entre
otras, la historia de un señor que intentó rebanarse el cuello, pero no
le salió bien, sobrevivó y fue curado...para ser condenado a la horca
por haberse intentado suicidar. El médico advirtió que la herida en el
cuello se podría reabrir pero le ignoraron. Al colgarle en el cadalso,
el tajo efectivamente se rasgó de nuevo, y el reo empezó a respirar por
él. Los verdugos tuvieron que bajarle, subir la cuerda por encima de la
hendidura, y volver a ahorcarle. Todo un suplicio para un hombre cuyo
delito solo había sido tratar de quitarse la vida sin molestar a nadie.
También un ejemplo de cómo se las gasta este biopoder al que llamamos
Estado y de lo celoso que es salvaguardando sus atribuciones.
La
cuestión que queda clara, y que se repite como un mantra a lo largo del
libro, es que el suicidio es una decisión individual, un derecho. Ni el
policía, ni el juez, ni el médico pueden impedirle a alguien que desea
hacerlo que lo haga. Su libro fácilmente puede leerse como una
vindicación del suicidio como forma de resistencia política
antiestatal. De hecho así se ha hecho.
Pero Szasz no busca
orígenes ni lenitivos, casi parece que hasta tratar de disuadir al
desdichado que está a punto de saltar desde una azotea sea un acto
liberticida.
¿Pero no habría que borrarle las exclamaciones de
furor libertario a la idea de que el suicidio es un derecho individual
inviolable? Lo es sin duda, si alguien lo tiene claro, pues adelante,
nada que alegar, pero también es un fracaso colectivo, y precisamente
una forma de resistencia es cuidarnos entre nosotros y tratar de que los
que peor digieren las miserias no se rindan antes de tiempo.
Y
sobre todo, ¿en qué le quita el sueño a los que manejan el Cotarro que
unos cuantos infelices se corten las venas? Es como ese "escuadrón de
suicidio" que aparece al final de La Vida de Brian, cuando unos
hebreos deciden absurdamente clavarse sus espadas al grito de "¡así
aprenderán esos romanos!" frente la mirada perpleja de los crucificados.
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