8.1.19

resentimiento

       
Solo sabemos portarnos con decencia frente al mundo cuando sabemos que nada se nos debe.
Sin mueca dolorida de acreedor frustrado.
Nicolás Gómez Dávila

El gran teórico del resentimiento en el siglo XX se supone que es Max Scheller. A mí este señor me parece un poco un filósofo de esos que han aupado desde la academia para evitar que se encumbren por sí mismos otros más valiosos. Su teoría es un poco floja y demasiado claramente construida para frenar al marxismo. De hecho yo no me atrevería a llamar resentimiento, como hace él, a lo que experimentan las víctimas de la explotación, o desde luego no la metería en el mismo saco que el mero resentimiento existencial del que habla Nietzsche.
Un autor que tampoco ha aguantado bien el paso del tiempo es Gregorio Marañón. Sin embargo en su defensa podemos decir que su teoría del resentimiento está maravillosamente expuesta y sintetizada en apenas una docena de páginas en la introducción de Tiberio, historia de un resentimiento, una novela histórica que dejo para quien tenga afición a las mismas.
Marañón empieza explicando que el resentimiento es una pasión que se incuba largo tiempo; está lejos de ser una efusión espontánea.  No se debe tanto a la crueldad de una agresión, ya sea real o no, como al receptor de la misma. Una misma agresión puede ser perdonada de inmediato por uno o resentida eternamente por otro. Lo que determina el calado del resentimiento es la persona. El generoso perdona porque se reconcilia o porque es un pánfilo; el resentido sin embargo es medianamente inteligente pero no consigue amar lo que le rodea, se duele y siempre considera que no ha tenido la vida que merecía. No es necesariamente malo ni su resentimiento explota en una violencia catártica; el resentido de hecho puede morirse plácidamente mascando bilis sin que nadie de sus allegados supiera de sus oscuridades anímicas.
A diferencia del odio o la envidia, el resentimiento no tiene un objeto concreto en el que canalizarse. El resentido abomina de algo tan abstracto como es su destino; el éxito social de los otros, el mismo que él siente que le es negado, es uno de sus principales nutrientes. Marañón dice que la adolescencia es una etapa crítica para el germen de esta triste pasión, que surge al sentirse minusvalorado en la competencia con sus pares. La timidez, la fealdad, la ingratitud y sobre todo la frustración sexual son decisivas. Si el resentido no consigue llegar a una tregua con el mundo cuando crece, y no suele hacerlo, tiene difícil solución.
Hay muchas máscaras con las que puede encubrirse el resentido, sigue Marañón. Citaremos aquí tres ejemplos: uno es por la política, que es un imperio de resentidos. Otra es la ejemplaridad moral; los resentidos pueden ser unos grandes hipócritas y presentarse como excelsos ciudadanos, como por ejemplo hacen los puritanos, que disfrazan su incapacidad para amar de virtud. Luego está el humor insano, ése que se utiliza no para sobreponerse ante las desdichas, sino para crearlas al escarnecer a quien se sale del guion y busca su propio camino; o sea, el resentido utiliza el humor como forma de control social.            
Marañón concluye que el resentimiento es más bien incurable, porque su única medicina es la generosidad, y eso es un poco difícil cuando ya se llevan demasiados kilómetros caminando con la llaga en los tobillos.     

1 comentario:

Anónimo dijo...

En favor de Marañón hay que decir que curraba y mucho, y que su visión aborde lo que aborde es medica.Tengo cuando le leo la impresión de estar en su consulta. Después de la guerra creo que todo el mundo estaba resentido, al menos ese es un poco el sabor de mi infancia, y que ese sentimiento de que te han quitado algo tuyo o te falta algo, también se puede llevar con elegancia y generosamente,no necesariamente va con la envidia de la mano, ni con el ansia de revancha.El humor que consiste en humillar y en mostrarle al otro los tomates de sus calcetines, Umbral lo usaba mucho y es su pero cara, también lo usaba PLa, y Baroja lo uso, y era una cara de la época,hasta Cela el gran endiosado lo usaba a profusión, incluso un Fernan Gomez tontamente encumbrado, le dio cancha pensando que era una prueba de talento y cultura.La envidia lo usa pero también lo usa el deseo de mirar de arriba abajo, y las ganas de que te dejen en paz. Para diseccionarlo habría que pensar en sus tres elementos el verdugo,la victima y el filo de la daga.
Que la política es reino de envidia por lo inmerecido y de carambola de las posiciones, antes de que dependiera del experto que contratas,y el puritanismo por lo que tiene de deseo no conseguido también,tienes toda la razón.La envidia maneja un hacha entre nosotros y el afán de que nadie se acerque a un trono en red otra.