6.10.19

martes

Camino por los pasillos ajados y grises de la Complutense. Acudo a una reunión de esas burocráticas y autocomplacientes que solo sirven para justificar gastos y horas de despacho. Rumio mi desagrado cabizbajo. No quiero ver caras, no quiero estar allí. Preferiría ir a prenderle fuego a una perrera y sentarme tranquilamente a escuchar los aullidos y crepitaciones.

De repente, al pasar por la zona de las fotocopiadoras, escucho que me llaman.
Me giro y veo a Nicasio.
Nicasio me gusta ya solo por su aspecto. Me recuerda a eso que decía Baroja de Galdós, que se notaba que se vestía exclusivamente por no ir desnudo. Nicasio lleva siempre la misma ropa discreta –tiene varios vaqueros y camisas iguales, para no tener que pensar en qué ponerse cada mañana-, y su rostro es el más neutral imaginable. Es un notable alumno de los cursos de doctorado y sin embargo, al contrario que sus compañeros, busca pasar desapercibido.  
Originario del extrarradio, desclasado tanto o más que yo, Nicasio vuelve al barrio todas las semanas, y en la Casa del Pueblo enseña como voluntario historia y literatura a toda a una inclasificable gama de parados, amas de casa, currelas y punkis.

Empezamos a charlar. Le pregunto por las lecciones que imparte y veo que está algo decepcionado con ello, pero mantiene la sonrisa.
-La señora Julia, panadera y una de mis alumnas favoritas, ha dejado de venir a mi curso de introducción a la literatura -me comenta.
-¿No le gustaba? -pregunto.
-¡Qué va! Si estaba encantada. Al principio le costaba leer. Empezó poco a poco con libros de niños y luego me pedía bibliografía y la tía se lo leía todo. Al final ya estábamos con Kafka. Pero ha venido esta mañana y me ha dicho: “mire usté, don Nicasio, yo voy a tener que dejar este curso porque cuanto más vengo y más leo más cuenta me doy de lo ceporro que es mi marido y lo tontos que son mis hijos. Empieza a complicarme la vida. Tengo que elegir y elijo quedarme con ellos, así que lo siento pero no puedo seguir viniendo”.
No se me ocurre nada que decir. Opto por darle una palmadita en la espalda.
Me despido de él y sigo mi camino de suplicio hacia la reunión.

1 comentario:

anonimo dijo...

Deprimido y misantropo hasta mas alla de la compasion,sueño con cargarme perros, por no acabar con los mios y conmigo propio.Si encuentro alguien que me gusta,por su lugar en su propia vida, me cuanta sus disgustos y su impotencia frente a la igorancia militante.
¿De verdad nada me puede alegrar un poco?¿ nada?Algo me esta pasando conmigo y con mis cosas,algo tengo que cambiar antes de morder a un amigo, y solo yo puedo buscarlo.