Acudo en Lavapiés a una performance
trasgresora subvencionada por el Ayuntamiento. Uno de los actores sale vestido
de monje y orina sobre una Biblia. Luego nos exhorta a abandonar las religiones
alienantes y sobre todo a la puta Iglesia, y que no hay Dios, que el amor es la
única fuerza que mueve el universo, y que por ello nos amemos como hermanos, nos
abracemos como amigos, follemos como amantes.
Da la sensación de que cree que lo que dice es algo epatante y que nos está abriendo los ojos.
Da la sensación de que cree que lo que dice es algo epatante y que nos está abriendo los ojos.
Salgo de allí más refractario
que nunca hacia el anticlericalismo de parvulario. El Vaticano tiene sin duda
un departamento de marketing mejorable, pero es un buen rompeolas frente a
charlatanes progres y vendehúmos new age.
Me sumo con orgullo a la ya
extensa y honorable lista de católicos sentimentales.
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