1.3.20

sábado


Ante mi insistencia Jara accede a acompañarme a un club de swingers. Viene un poco renqueante, escéptica; yo en cambio rezumo libido y expectativas. He imaginado aquello como una mezcla entre la mansión de playboy y un spa de aromas orientales. Solo pago yo la entrada porque para chicas es gratis. Nos ponemos unos albornoces y cruzamos una puerta de cortinas moradas. Al poco experimento una decepción tan pesada que siento que me achata el cuerpo. Todo es muy hortera y huele a cloro y sudor. Hay una piscina en el centro de la sala y una barra de bar a la derecha. Solo hay otra chica, en una esquina, y está desnuda pero también anclada a su novio y parece que solo quiere que la admiren. Los demás son unos treinta hombres de mirada rijosa que por supuesto ven aparecer a Jara como un regalo de los dioses. Jara cambia entonces de actitud; la veo crecerse, endiosarse. Está súbitamente encantada de estar allí. Se nos acerca un africano desnudo y notoriamente listo para la acción que me hace sentir pequeño, minúsculo, una nonada albina. Nos saluda respetuosamente, se presenta como Mike, y luego da dos besos a Jara y le invita a tomar algo. Jara se despide de mí sin mirarme, musitando algo así como hasta dentro de un rato, y desaparecen por un pasillo agarrados de la mano. Me dan ganas de gritarles que se dejan el bar a la derecha. Avergonzado trato de esconderme, ya que sigo siendo el foco de algunas miradas escudriñadoras. Como no me quiero quitar el albornoz, me voy hacia donde está un señor mayor que tampoco se lo ha quitado. En seguida nos ponemos a hablar. Me dice que a su edad ya se conforma con mirar a la juventud. Desde donde estamos en efecto hay una buena perspectiva; pero yo no veo juventud, solo una horda de hombres solitarios y misérrimos que tampoco esta noche van a saciar su sed de mujer. La espera se me hace larga. Acepto mi condición de lumpen sexual y me retiro vencido. Le dejo un mensaje en el móvil a Jara diciéndole que estaré en el coche, que no tenga prisa que me he traído un libro. Se presenta un par de horas más tarde. Me sondea por si estoy enfadado o herido. Insiste en que no fue para tanto y con una sonrisa delatora se queda dormida en el asiento.           

No hay comentarios: