Ante mi insistencia Jara
accede a acompañarme a un club de swingers. Viene un poco renqueante,
escéptica; yo en cambio rezumo libido y expectativas. He imaginado aquello como
una mezcla entre la mansión de playboy y un spa de aromas orientales. Solo pago yo la entrada porque para chicas es gratis. Nos ponemos unos albornoces y
cruzamos una puerta de cortinas moradas. Al poco experimento una decepción tan
pesada que siento que me achata el cuerpo. Todo es muy hortera y huele a cloro
y sudor. Hay una piscina en el centro de la sala y una barra de bar a la
derecha. Solo hay otra chica, en una esquina, y está desnuda pero también anclada
a su novio y parece que solo quiere que la admiren. Los demás son unos treinta
hombres de mirada rijosa que por supuesto ven aparecer a Jara como un regalo de
los dioses. Jara cambia entonces de actitud; la veo crecerse, endiosarse. Está
súbitamente encantada de estar allí. Se nos acerca un africano desnudo y
notoriamente listo para la acción que me hace sentir pequeño, minúsculo, una nonada
albina. Nos saluda respetuosamente, se presenta como Mike, y luego da dos besos
a Jara y le invita a tomar algo. Jara se despide de mí sin mirarme, musitando
algo así como hasta dentro de un rato, y desaparecen por un pasillo agarrados
de la mano. Me dan ganas de gritarles que se dejan el bar a la derecha.
Avergonzado trato de esconderme, ya que sigo siendo el foco de algunas miradas
escudriñadoras. Como no me quiero quitar el albornoz, me voy hacia donde está
un señor mayor que tampoco se lo ha quitado. En seguida nos ponemos a hablar.
Me dice que a su edad ya se conforma con mirar a la juventud. Desde donde
estamos en efecto hay una buena perspectiva; pero yo no veo juventud, solo una
horda de hombres solitarios y misérrimos que tampoco esta noche van a saciar su
sed de mujer. La espera se me hace larga. Acepto mi condición de lumpen sexual
y me retiro vencido. Le dejo un mensaje en el móvil a Jara diciéndole que estaré
en el coche, que no tenga prisa que me he traído un libro. Se presenta un par
de horas más tarde. Me sondea por si estoy enfadado o herido. Insiste en que no
fue para tanto y con una sonrisa delatora se queda dormida en el asiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario