Jesús Mosterín
(1941-2017) fue un filósofo de ingente obra. Sus intereses abarcaban, entre
otras disciplinas, la ciencia, la antropología, ética y la lógica. Si hubiera
nacido en Estados Unidos o Francia sería una eminencia mundial y libros suyos
como La naturaleza humana competirían en la lista de best sellers
junto a los Jared Diamond o Steve Pinker. Pero nació en España, así que sus
libros circulan con dificultad y raramente se citan en la academia.
Lo que sí se encuentra
en cualquier librería son los diez volúmenes de su Historia del pensamiento.
Están en bolsillo en Alianza y leer la colección completa es uno de los mayores
placeres que nos depara la vida, junto al buen vino y una alegre velada con los
amigos.
El hilo histórico
empieza en el pensamiento arcaico y termina con la Contrareforma católica.
Vemos entre medias a griegos, hindús, chinos, judíos y musulmanes. Todo ello
desde el descreimiento de Mosterín, que relativiza el poder de las ideas y
nunca pierde de vista la base material de la que surge el mundo intelectual. En
esta historia del pensamiento hay siempre contexto histórico, económico y hasta
climático.
Al autor no le importa
desmitificar a los grandes hitos del pensamiento universal y reivindicar a
pensadores marginales o incluso silenciados por el canon (maravillan las
referencias a autores que sabemos que existieron y que parecían
importantísimos, pero cuyas obras se han perdido en las cenizas del tiempo).
Dentro de las
asociaciones que se pueden hacer de distintos los volúmenes, Mosterín afirma que Los
cristianos complementa a Los judíos. También podríamos añadir El
Islam para cerrar la trilogía de los monoteísmos.
Mosterín es agnóstico y
derriba sin contemplaciones a los profetas y sus dogmas religiosos, pero lo
hace desde el conocimiento y el respeto por los hechos.
Los cristianos,
mi relectura más reciente, pasa de las quinientas páginas y es el más largo de
la colección. Pero como los otros volúmenes está muy bien escrito y tiene
voluntad divulgativa. Empieza poniendo en duda la figura del Jesús histórico,
explica que el cristianismo es más bien obra de Pablo de Tarso, San Agustín no
sale bien parado, tampoco los protestantes, y concluye que el cristianismo ha
sido fundamental en la historia de Occidente, pero que últimamente no ha hecho
grandes aportaciones culturales.
Sin embargo, como
expone tan bien las ideas de los pensadores cristianos (o tal vez es que me estoy haciendo
mayor), si le quitamos el aura de infalibilidad que la religión se da a sí
misma y olvidamos que esta gente tuvo un poder omnímodo sobre millones de
vidas, no dejan de ser cautivantes las porfías religiosas. Uno se reconcilia
con el cristianismo leyendo este libro laico.
Se entiende que cuando
debates sobre algo tan grave como el alma y la vida eterna haya cierta
exaltación, como cuando Domingo de Guzmán conoció la herejía cátara, o San
Agustín se las vio con los reproches de Pelagio por su teoría del pecado
original.
Los llamados herejes,
como Marción, Orígenes o Arriano, que transitan por estas páginas son fascinantes.
Sus teorías pudieron haber cuajado si hubieran tenido el apoyo político de
algún emperador o rey, y hoy serían tal vez los padres de iglesias hegemónicas.
De fondo, leyendo Los
cristianos de Jesús Mosterín, sobrevuela la pregunta de si la erradicación
del cristianismo de nuestras sociedades ha sido algo positivo. Al menos sus
grandes pensadores tenían inteligencia y coraje, y luchaban por ideales trascendentales. En el ateo mundo actual no hacemos más que divagar en torno a figuras menores, como Kim Kardashian o Martin Heidegger.
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