8.11.21

Filosofía: quién la necesita, de Ayn Rand

 


Siempre consideré a Ayn Rand la Bruja Avería del liberalismo; una señora que en su empeño por defender lo indefendible acaba convertida en una caricatura de la amoralidad, facilitándole así la tarea a sus adversarios. Me desconcertaba que tuviera unos lectores tan fieles en Estados Unidos, y que su influencia entre ciertas minorías dinámicas de aquel país fuera tan profunda. Claro, que también tengo que reconocer que sólo había hecho una lectura superficial de su obra.

Sin embargo la Editorial Deusto se ha lanzado a republicar en español nuevas y cuidadas traducciones, y le he dado otra oportunidad. Compré Filosofía: quién la necesita, en parte porque pensé que sería un ataque contra la disciplina, y resultó que es un apasionado alegato a favor de la misma y una crítica a los impostores (véase Kant y sus herederos) que la han convertido en una forma de irrealismo. Se nota que Rand tiene formación filosófica, mala uva, y que no le importa pisarle los callos a los popes del gremio, lo que le hace a ratos subversiva y a ratos hilarante.

Filosofía: quién la necesita son dieciocho capítulos independientes y reunidos tras la muerte de la autora por su discípulo Leonard Peikoff. Es una buena selección y el orden es muy acertado. Empieza por los más densos filosóficamente y termina con los más circunstanciales. Peikoff recomienda que los legos en el universo randiano empecemos por el capítulo 7, que es una conferencia introductoria al objetivismo, el sistema filosófico de Rand. Doy razón de que es una sugerencia acertada, porque creo que no hubiera entendido nada si hubiera empezado por el principio.

Ahora que tengo unas nociones muy básicas de lo que decía esta buena señora, soy consciente de que me equivoqué y de que es mejor escritora de lo que suponía. También me doy cuenta de que su alegato por el egoísmo es menos literal de lo que yo pensaba. Sin embargo, ya estoy muy mayor, y muy ajado, como para aspirar a ser un hombre independiente, superior y productivo, que es el ideal randiano, y quiero seguir queriendo a mis semejantes y pensando que el mundo es mejor si nos ayudamos los unos a los otros. 

Ayn Rand me pilla cansado.

 

¿El randismo como hegemonía?

Para mí es tarde, digo, pero me intriga qué sucederá con la nueva traducción de las principales obras de la autora. Ahora que parece que se va a distribuir en condiciones por primera vez en España, nos queda saber si aquí surgirá una generación modelada por sus propuestas, como ya sucedió en Estados Unidos. Será interesante ver qué sucede, pero sigo pensando que nuestro país es demasiado católico en su ADN y dudo que alguien que sostiene que el altruismo es malo pueda tener mucho recorrido más allá de ciertas minorías. Aunque también me desagrada pensar que si estas minorías obtuvieran el poder eventualmente, tendrían la capacidad para imponer su nuevo ideal sobre una sociedad que les resultaría hostil.

Porque la otra cosa de hacerse mayor es que uno ya no quiere decirle a nadie lo que tiene que hacer. Cada día siento más rechazo por los colectivistas woke que se meten en nuestras vidas para decirnos qué comer, cómo desear y cuánto de culpables somos, y me posiciono sin dudarlo con las resistencias de la gente de la calle; estoy con la mayoría silenciosa que empieza a estar hasta el gorro del canon progre. Pero para mí no sería la solución imponer otro imaginario igualmente contrario a las convicciones mayoritarias, y el objetivismo randiano lo sería sin duda. Porque éste, como aquél, es potente, cohesionado y da respuestas fáciles. Tiene una antropología, una estética, y una teoría política; además exhibe cierto tono desafiante que resulta especialmente atractivo para soliviantar a los jóvenes. Lo tiene todo para ser una narrativa de poder; cumple con los requisitos.

Si el público randiano se queda en un colectivo bullicioso y con ganas de hacer cosas inspiradoras me parecerá magnífico. Si sale de esos márgenes, y poderes económicos y mediáticos lo apoyaran, y un grupo de poder hiciera bandera de ello para imponerse socialmente, me repugnaría tanto como lo hace el izquierdismo actual.

Las ideologías están bien cuando están a libre disposición del consumidor. Son aberrantes cuando se convierten en monopolios que entran en nuestros hogares. Me declaro enemigo de Gramsci y de todos sus pupilos.  

A lo primero que tendríamos que aspirar políticamente es a dejar de atragantar a las personas con hegemonías que les producen arcadas.   

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