18.9.15

Wallerstein y su teoría de las unidades domésticas




En América Latina las comunas -o villas miseria, o favelas, o como quiera que las llamemos- consternan al visitante europeo. Sube a las montañas por curiosidad y baja queriendo hacerse sacerdote o guerrillero, cuando no ambas cosas a la vez. Afortunadamente, con la postmodernidad mediante, se conforma con ayudar económicamente y prestando sus horas a alguna ONG. Luego vuelve a su país, y a las pocas semanas todo aquello que vio se convierte en un recuerdo vaporoso que poder esgrimir en las cafeterías cuando quiere pasar por un hombre interesante.
Al observador europeo no habrá dejado de llamarle la atención lo extensa y flexible que es para los habitantes de la comuna la idea de familia. Tienen casas mínimas construidas con deshechos sobre colinas o en veredas de ríos -ya que suelen estar donde nadie con otras opciones quiere o puede construir-. Allí conviven supuestas familias de hasta una docena de miembros. Casi nunca hay un matrimonio basal sobre el que se ramifica la ascendencia y descendencia. Más bien es una especie de asociación de un hombre o mujer con la enésima pareja sentimental, con hijos propios y de relaciones previas, tíos y primos de parentesco no siempre cierto, laboriosos abuelos y abuelas, y algún niño extra rescatado o dejado al cargo.
Luego buscará explicaciones ¿Por qué se mantienen unidas familias pobres donde hay alcoholismo y abusos constantes?¿Por qué este océano de infraviviendas donde los niños siguen naciendo a pesar de que los padres no pueden alimentarlos?¿Por qué esta madre indígena soltera arrastrando media docena de hijos famélicos mientras unos kilómetros más al norte un hermoso matrimonio criollo exhibe un único bien nutrido y bilingüe retoño?
Las respuestas no suelen ser convincentes, tal vez porque las esperaba con cualidades lenitivas, pero agradece igual que autores como Wallerstein traten de entender los suburbios del planeta conceptualizando las realidades en las que sobrevive la inmensa mayoría de la humanidad.


Teoría de las unidades domésticas
Immanuel Wallerstein (Nueva York, 1930) dirigió hasta su jubilación en 2005 el Centro Fernand Braudel en la Binghamton University. Su pensamiento está muy marcado por este historiador francés y por la Escuela de Annales, por el marxismo y por los movimientos insurgentes de los años sesenta. Experto en África, vivió allí en los tiempos de la descolonización. En la actualidad, su teoría del “sistema-mundo” está siendo muy utilizada por el postcolonialismo latinoamericano y otros movimientos antihegemónicos.
El “sistema-mundo” es un concepto abarcador donde cabe todo el trabajo de Wallerstein. Para el autor estadounidense, en el siglo XVI la crisis de feudalismo impulsó a los europeos a cruzar el Atlántico, lo que provocó que la “economía-mundo” continental se convirtiera en casi planetaria –África y gran parte de Asia siguieron excluidas-. El Mediterráneo perdió su primacía frente Atlántico. Desde entonces vivimos en un “sistema-mundo” capitalista, que ha originado su propia “geocultura” (discurso legitimador) y que carece de un poder unificado, es más, ha de mantener una serie de estados asimétricos en su seno para subsistir. Tiene un centro más fuerte que ha ido variando con los siglos entre unos pocos países (primero España, luego Holanda, Inglaterra…). Frente a los críticos culturalistas o estatistas, Wallerstein sostiene que solo pensando en la totalidad del “sistema-mundo” y los ciclos largos de la economía, podemos entender la realidad en la que vivimos.
La historia del “sistema-mundo” moderno se plasma en los cuatro volúmenes de El moderno sistema mundial (los tres primeros traducidos por Siglo Veintiuno Editores), que se complementan con su Análisis de sistemas-mundo. Una introducción y El capitalismo histórico, ambos también en la editorial mexicana.
Tiene otras obras de gran interés sobre la crisis del estado, las cuestiones de raza y género, la epistemología y los movimientos de resistencia, todas ellas encuadradas dentro de su teoría del “sistema-mundo”. Akal publicó en el 2004 una interesantísima antología de artículos sobre estos subtemas, Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos.
Tanto en este libro como en el citado Análisis de sistema-mundo es donde más desarrolla su visión de las “unidades domésticas”, que es la que queremos estudiar aquí.

Socialización: clase, nación y etnia
Para Wallerstein, una “unidad doméstica”, o “unidad de consumo” (household), está formada por un grupo de entre tres a diez personas, de distintos géneros y edades, que durante un período de tiempo de unos treinta años mancomunan ingresos y consumo para sobrevivir. Cubren así las necesidades básicas individuales (alimento, cobijo, ropa…). No es un grupo estable ya que algunos pueden irse o morir, y otros llegar o nacer. Los vínculos familiares suelen existir, pero no son necesarios. Lo fundamental es la participación en el ciclo de ingreso-consumo.
Las unidades domésticas son el principal medio de socialización. Enseñan a respetar y adaptarse a las normas sociales, e insertan al individuo en una clase social, una nación y una etnia.
Cuando las constricciones son de índole económica, estamos ante una clase social; cuando lo son de carácter político, lo llamamos nación. La primera es una realidad objetiva en la que Wallerstein cree con ciertas reservas, porque considera que está velada por realidades subjetivas, como la de pueblo. Para él, como para la tradición marxista, es triste que los oprimidos se movilicen bajo la bandera de pueblo antes que de la de clase social. Lo ve, empero, como inevitable y lo que sugiere es reorientar políticamente a los movimientos populares. Además cree que en el “sistema-mundo” hay un componente racial en los desequilibrios: “Creo que las ¨clases¨ y lo que yo prefiero llamar ¨etno-naciones¨ son dos tipos de envolturas de la misma realidad básica” (Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos, página 294)
A la idea de nación liberal no le concede ningún crédito. Aquí Wallerstein se alinea claramente con la escuela modernista que sostiene que el concepto de nación es una invención de la modernidad. El Estado precede a la nación siempre, justo al contrario de lo que sostienen las narrativas nacionalistas. Lo ejemplifica con la India, una contingencia producto del colonialismo británico que tal vez deje de existir en el futuro. Sin embargo sus políticos e intelectuales han creado, ya desde antes de la independencia, una historia nacional milenaria que adquiriría un sentido al nacer en el siglo XX el movimiento nacionalista indio.
La etnia es la tercera categoría donde la unidad doméstica inserta al individuo, y la principal fuente de normas y legitimidad, tanto hacia dentro como hacia fuera. Enseña a vincularse con otros miembros de la unidad doméstica con criterios no mercantiles (lealtad a los padres, respeto a las hermanas), y también a desenvolverse en el trabajo y la actitud hacia el Estado. Es la cultura y subcultura, la lengua y la religión. Desde la infancia se aprehende. De estos dos primeros grupos, clase y nación, en teoría se puede cambiar, de la etnia es más difícil salirse. La mayoría de las unidades domésticas son homogéneas en este sentido. Y si no lo son, el miembro de otra etnia se adaptará para que su diferencia no cause problemas de convivencia.
Wallerstein cree que la etnia también evoluciona con el tiempo según las necesidades económicas. Cambia según la geografía y no en todas partes es igual de exigente. Hay etnias que enseñan sumisión al Estado, otras que fomentan las rebeliones colectivas o individuales. La etnia media dentro de la unidad doméstica, pero también en su relación con las estructuras económicas y las instituciones políticas.

Mancomunidad de ingresos
Hay unidades domésticas de dos tipos: las proletarias y las semiproletarias. Se ubican en una u otra categoría según el salario. Las primeras pueden permitirse vivir del pago regularizado a uno o dos de sus miembros por un trabajo fuera de la unidad doméstica. Viven en estados con un salario mínimo que garantiza cubrir los gastos mínimos sin necesidad de buscar ingresos extras. Pueden permitirse menos miembros o incluso la individualidad. Aunque los empresarios siempre preferirán pagar por debajo del salario mínimo, también necesitan consumidores, por lo que el “sistema-mundo”, que también es un reparto global del trabajo, permite que haya “unidades domésticas” privilegiadas.
Luego están las unidades domésticas “semiproletarizadas”, que tienen como característica principal la incapacidad de subsistir con el salario de uno o dos de sus miembros, por lo que buscan fuentes de ingreso alternativas (las unidades domésticas proletarizadas también puede ser que lo hagan, pero no tan intensamente como las semiproletarizadas).
Los niveles salariales tan desequilibrados contradicen las leyes económicas, nos advierte Wallerstein, ya que en teoría los flujos económicos deberían erosionar las diferencias en poco tiempo. Sin embargo se mantienen, y por un mismo trabajo se cobra muy distinto en Londres o La Paz. Las razones históricas o culturales que se arguyen no son más que consecuencias intermedias: el verdadero origen está la configuración del “sistema-mundo”.
Las fuentes de ingreso de una unidad doméstica son cinco principalmente:
1) El salario, que puede ser por transferencia bancaria, en efectivo o en especies; y ocasional o eventual (a destajo), dependiendo de las leyes y necesidades laborales. Por lo general, el empleador no está obligado de por vida a mantener al trabajador, y le contratará según el ciclo económico. Si un sueldo es suficiente para mantener una unidad doméstica el dinero sobrante puede gastarse en comprar bienes de consumo. Y aunque no sea suficiente sí es la principal forma de ingreso. Suele corresponder a un varón en edad adulta sin cuya contribución la unidad doméstica podría hundirse. De ahí el imperio doméstico que puede ejercer el “hombre de la casa”.
2) La actividad de subsistencia, que es la que practicaban los campesinos, por ejemplo, es otra forma de ingreso; pero Wallerstein cree que en su sentido original está desapareciendo del “sistema-mundo” actual. La caza o la pesca para consumo propio también están en declive con las migraciones a las ciudades y la falta de tiempo y espacio. Hoy la unidad doméstica como autarquía es casi imposible. Lo que sí sigue vigente son los trabajos tecnológicos o de mantenimiento (arreglar y utilizar una cocina, o un ordenador) hechos dentro de la unidad doméstica.
3) La tercera forma de ingreso está vinculada al mercado. Los miembros de una unidad doméstica venden productos (un niño cigarrillos en la calle) o servicios (cuidar al hijo del vecino). No suele suponer una fuente de ingresos primaria, pero está muy generalizada en las zonas pobres del globo, y al estar pagado en efectivo sus beneficios se dedican habitualmente a las necesidades inmediatas. A diferencia del trabajo asalariado, éste está capitalizado por mujeres, niños y ancianos.
4) También hay ingresos que no suponen un esfuerzo real: son las rentas, que se definen por ser propiedad y no trabajo. Una unidad doméstica puede cobrar un dinero por ofrecer una parte de una casa en alquiler, o un medio de transporte; o ver cómo sus ahorros aumentan en el banco; o recibir subsidio del Estado. En este último caso, el poder político da dinero a un miembro de la unidad doméstica bajo ciertas condiciones, lo que lleva a cierta configuración social. Es una manera de intervenir dentro de la unidad doméstica.
5) La última forma de ingreso que menciona Wallerstein es el pago por transferencia o “regalo”. Es una forma de ingreso irregular pero predecible. Unos miembros exteriores pero cercanos a la unidad doméstica aprovechan un bautizo o una boda para dar dinero. También pueden ser préstamos. Es una manera de equilibrar los gastos extraordinarios y puede implicar reciprocidad de alguna manera.

Factores de presión externos
Además de analizar la configuración inmediata de la unidad doméstica por medio de los ingresos, Wallerstein sí fija en los factores externos que la perfilan, su transformación según los cambios en el “sistema-mundo” moderno, que es, recordemos, una “economía-mundo” capitalista con necesidades variables.
Para ello empieza desmontando la imagen tradicional que se tiene de la unidad doméstica: que se hace menos extensa con el tiempo, que se sostiene por el salario regular y que son una realidad social ajena a la esfera económica. Eso queda claro que es una visión idealizada de la familia occidental, pero las unidades domésticas donde viven la inmensa mayoría de los habitantes del globo son prácticamente lo contrario.
En la realidad hay tres factores que presionan para delimitar la idiosincrasia de la unidad doméstica: uno es la división axial y jerárquica del trabajo, dependiendo de si está en el centro o la periferia de la cadena mercantil la unidad doméstica necesita más o menos miembros, como ya hemos visto. Las oscilaciones en los ingresos también le harán variar su configuración, pero éstas no suelen ser radicales, así que los cambios son graduales-lo que no quiere decir que las exigencias económicas no modifiquen con relativa rapidez la composición y tamaño de la unidad doméstica-.
Además de la presión económica, hay una segunda forma de presión que es la estatal. El Estado legisla sobre un extenso campo de hábitos y convicciones. Sus leyes cambian según las necesidades de la “economía-mundo” y están siempre destinadas a planificar el desarrollo de la unidad doméstica: leyes de cultivo restrictivas si se necesita trabajadores urbanos, penas o gratificaciones por tener más de un hijo, subsidios condicionados a ser familia monoparental…
Y finalmente la tercera presión que se ejerce es básicamente la colusión de las dos primeras en un imaginario que los miembros de la unidad doméstica integran como marco mental. Los cambios aquí se expresan en esa especie de superestructura marxista que es para Wallerstein la “geocultura”, ese magma cultural que ha acabado cubriendo todo el globo.

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