Juan Benet cincelaba novelas inexpugnables (que levante la mano quien se haya terminado Herrumbrosas lanzas) pero como ensayista y autor de textos autobiográficos resultaba muy
legible e interesante. De entre los varios libros de no ficción, el
último en publicarse ha sido la compilación que ha hecho Ignacio
Echevarría de algunos de los artículos benetianos sobre literatura: Ensayos de incertidumbre
es un libro diáfano, pedagógico, algo irregular como es lógico, pero
recomendable. Y de entre los varios textos cimeros, resaltamos aquí
“Sobre Galdós”, que más bien debería de haberse llamado “Contra Galdós”.
Se trata de un carta de 1970, suponemos que verídica, en la que Benet
rechaza la petición de Cuadernos para el diálogo de escribir un artículo sobre el autor canario para un número especial de la revista.
Benet
se explaya en dar razones por las que considera que este referente de
la literatura española le parece un autor sobrevalorado y mediocre, que
no merece su atención ni aun para denostarlo. Dice, entre otras cosas,
que Pérez Galdós es un mal escritor, y lo ejemplifica diciendo que no
hay en sus libros “frases sugerentes” de esas “que sirvan luego de
pórtico en un libro de poemas”. Hago memoria y, en efecto, no recuerdo a
nadie citando frases galdosianas epatantes. Por si acaso echo un ojo a
un par de volúmenes que tengo en casa de los Episodios Nacionales y corroboro que no es un escritor de prosa conmovedora. Por el contrario, aprovecho y releo párrafos del Volverás a Región de Benet y se revela un narrador genial capaz de crear frases técnicamente brillantes.
Pero
¿y qué? Al final, ¿qué es el “gran estilo” que propone Benet, la
literatura como arte puro, como mundo propio? Del Benet novelista no nos
queda nada –salvo algún truco lingüístico que podemos plagiar-,
mientras que Galdós enmarca con realismo personajes inolvidables en sus
circunstancias sociales. Benet dice más adelante que esto de plasmar sin
imaginación es sociología, pero no literatura; que el único interés
galdosiano reside en que “se propuso una especie de levantamiento
catastral de la sociedad de su tiempo” (Lo que por cierto no es poco ni
reprobable). Benet, en cambio, siguiendo la estela de Faulkner, pretende
crear un mundo legendario y mítico –o sea, irreal- en un pueblo español
inventado. Aquí más que interés sociológico podría haberlo psicológico,
para entender los afanes grandilocuentes benetianos, que supone que
habría de deslumbrarnos su riquísimo mundo interior, no el desnudo mundo
exterior auténtico, que más modestamente presentan los naturalistas
decimonónicos.
Es además infantil creer que la literatura es algo
más que sociología, que en los libros lo que prima es la belleza, que se
leen fuera de contextos porque no son hijos de su tiempo -cuando la
circunstancialidad es precisamente su mayor valía-. Los libros han de
ser actuales, o sea políticos en el sentido más amplio del término. Pero
esto es, precisamente, otro de los problemas que Benet ve en Galdós,
que es un autor que pone su prosa al servicio de una causa, en este
caso, aunque no lo dice específicamente, la formación de una identidad
nacional republicana.
A Benet le molesta que Galdós sea claramente
un autor comprometido en el sentido sartriano. Y considera que parte del
prestigio que atesora de debe a que la progresía cultural le ha
considerado siempre uno de los suyos. La acusación podría tener cierta
razón ¿Tendría Galdós la fama que tiene si hubiera escrito, por ejemplo,
desde el carlismo? Seguramente no, pero tampoco sería un autor
completamente descartado.
Si bien Galdós sigue siendo más popular
que Benet, en la actualidad el punto de vista del segundo es el
hegemónico. Prima lo metaliteriario, los jueguecitos lingüísticos, lo
verboso. Borges ha enterrado a Sartre. Sin embargo quizá los nuevos
tiempos que ya están aquí desordenen un poco los prestigios y las
prevalencias, y se vuelva a valorar hablar del mundo como es, y no como
se ve desde el ombligo propio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario