22.9.15

Volverás a Galdós


Juan Benet cincelaba novelas inexpugnables (que levante la mano quien se haya terminado Herrumbrosas lanzas) pero como ensayista y autor de textos autobiográficos resultaba muy legible e interesante. De entre los varios libros de no ficción, el último en publicarse ha sido la compilación que ha hecho Ignacio Echevarría de algunos de los artículos benetianos sobre literatura: Ensayos de incertidumbre es un libro diáfano, pedagógico, algo irregular como es lógico, pero recomendable. Y de entre los varios textos cimeros, resaltamos aquí “Sobre Galdós”, que más bien debería de haberse llamado “Contra Galdós”. Se trata de un carta de 1970, suponemos que verídica, en la que Benet rechaza la petición de Cuadernos para el diálogo de escribir un artículo sobre el autor canario para un número especial de la revista.

Benet se explaya en dar razones por las que considera que este referente de la literatura española le parece un autor sobrevalorado y mediocre, que no merece su atención ni aun para denostarlo. Dice, entre otras cosas, que Pérez Galdós es un mal escritor, y lo ejemplifica diciendo que no hay en sus libros “frases sugerentes” de esas “que sirvan luego de pórtico en un libro de poemas”. Hago memoria y, en efecto, no recuerdo a nadie citando frases galdosianas epatantes. Por si acaso echo un ojo a un par de volúmenes que tengo en casa de los Episodios Nacionales y corroboro que no es un escritor de prosa conmovedora. Por el contrario, aprovecho y releo párrafos del Volverás a Región de Benet y se revela un narrador genial capaz de crear frases técnicamente brillantes.

Pero ¿y qué? Al final, ¿qué es el “gran estilo” que propone Benet, la literatura como arte puro, como mundo propio? Del Benet novelista no nos queda nada –salvo algún truco lingüístico que podemos plagiar-, mientras que Galdós enmarca con realismo personajes inolvidables en sus circunstancias sociales. Benet dice más adelante que esto de plasmar sin imaginación es sociología, pero no literatura; que el único interés galdosiano reside en que “se propuso una especie de levantamiento catastral de la sociedad de su tiempo” (Lo que por cierto no es poco ni reprobable). Benet, en cambio, siguiendo la estela de Faulkner, pretende crear un mundo legendario y mítico –o sea, irreal- en un pueblo español inventado. Aquí más que interés sociológico podría haberlo psicológico, para entender los afanes grandilocuentes benetianos, que supone que habría de deslumbrarnos su riquísimo mundo interior, no el desnudo mundo exterior auténtico, que más modestamente presentan los naturalistas decimonónicos.

Es además infantil creer que la literatura es algo más que sociología, que en los libros lo que prima es la belleza, que se leen fuera de contextos porque no son hijos de su tiempo -cuando la circunstancialidad es precisamente su mayor valía-. Los libros han de ser actuales, o sea políticos en el sentido más amplio del término. Pero esto es, precisamente, otro de los problemas que Benet ve en Galdós, que es un autor que pone su prosa al servicio de una causa, en este caso, aunque no lo dice específicamente, la formación de una identidad nacional republicana.
 
A Benet le molesta que Galdós sea claramente un autor comprometido en el sentido sartriano. Y considera que parte del prestigio que atesora de debe a que la progresía cultural le ha considerado siempre uno de los suyos. La acusación podría tener cierta razón ¿Tendría Galdós la fama que tiene si hubiera escrito, por ejemplo, desde el carlismo? Seguramente no, pero tampoco sería un autor completamente descartado.

Si bien Galdós sigue siendo más popular que Benet, en la actualidad el punto de vista del segundo es el hegemónico. Prima lo metaliteriario, los jueguecitos lingüísticos, lo verboso. Borges ha enterrado a Sartre. Sin embargo quizá los nuevos tiempos que ya están aquí desordenen un poco los prestigios y las prevalencias, y se vuelva a valorar hablar del mundo como es, y no como se ve desde el ombligo propio.

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