16.10.15

Transterrados. Los españoles y sus exilios (y II)

11, Adolfo Sánchez Vázquez nació en Algeciras, España, en 1915. La guerra civil le sorprendió, pues, con 21 años. Santiago Carrillo le llamó a Madrid para que dirigiera Ahora, la publicación de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). El 1939 llega exiliado a México siendo militante comunista, pero sin una formación universitaria completa; en su nuevo país se dedicará a estudiar filosofía precisamente para apuntalar sus convicciones. Muere en el Distrito Federal en el 2011, reconocido con un gran pensador marxista heterodoxo. Escribió muchísimo sobre muchísimas cosas (política, estética, utopía, literatura,…) pero lo que más nos interesa ahora es su crítica a la idea gaosiana de transterrado, siendo él mismo un paradigma de la misma.

En Recuerdos y reflexiones sobre el exilio Sánchez Vázquez enumera las razones por las que no se identifica con el calificativo de transterrado. Para él supone una idealización tanto del continente americano como del observador: evita centrarse en lo oscuro de la nueva tierra como en la condición impuesta del exiliado. “La idealización y la nostalgia, sin embargo, no se dan impunemente y cobran un pesado tributo, que pocos exiliado dejan de pagar: la ceguera para lo que le rodea”.
Además no se cree que la adaptación sea tan completa como sugería Gaos. Sobre todo en los primeros años los españoles vivían con “los ojos puestos en España” y cita el caso del exiliado García Maroto, que iba por las casas de los republicanos españoles para asegurarse de que no compraban muebles, porque eso sería señal de que se estaban asentando.
Le pesa también que la querencia orteguiana de los exiliados fuera tal que se hubieran hecho “impermeables al marxismo” –lo que en él viene a significar ser “apolíticos”, un poco como ya decía Abellán.
Sánchez Vázquez parece ser condescendiente con los que se ven a sí mismos como transterrados. Entiende que se consuelen así, pero él no soporta que se suavice el dolor del exilio: “Yo, al contrario, consideraba que era un golpe terrible lo que habíamos sufrido al ser arrancados de nuestra tierra, quedándonos sin raíz, en vilo”.
Por supuesto creemos que tiene razón en todas sus objeciones a Gaos. Pero tal vez lo que sucede es simplemente que la separación entre exiliado y transterrado no se la cree. Porque seguramente no son más que los dos estados anímicos en los que se movieron ellos toda su vida. Casi podríamos concluir que en transterramiento era un objetivo inalcanzable al que sin embargo no había que renunciar.
Contemplando la vida y obra de Sánchez Vázquez, el gran objetor, sin embargo, vemos bastante de transterramiento: no regresó a vivir en España a pesar de haber sobrevivido 36 años al final de la dictadura. Y cuando volvió de visita se sintió extraño y exiliado en su país de origen: era ya un mexicano que murió como mexicano, con familia mexicana, con obra casi exclusivamente mexicana.  

12, El planteamiento de los transterrados adolece de excesivo intelectualismo, como ya hemos visto. Valerio Pie dice en su artículo: “La tendencia a asociar la patria con sus componentes intangibles, principalmente culturales, es un fenómeno común entre los intelectuales exiliados quienes, de esta forma, se erigen en guardianes, cuando no en la viva imagen, de un pueblo y de la tierra de donde fueron expulsados”.
María Zambrano, en su fabuloso Pensamiento y poesía en la vida española, parece confirmar todo esto: “(…) si siento tiránicamente la necesidad de esclarecimiento de la realidad española, es porque creo que continuará existiendo íntegramente en espera de alcanzar, al fin, la forma que le sea adecuada; porque espero que España puede ser, es ya, un germen, aunque en el peor de los casos, este germen no fructifique dentro de sí mismo. Porque al fin, la dispersión puede ser la manera como se entregue al mundo la esencia de lo español”.
Analicemos las últimas frases: ¿Qué es España para María Zambrano? Es un germen que puede fructificar fuera de sí ¿Una España que florece en México, por ejemplo?¿No es un poco excesivo, y claramente desacertado, pensar que esto pudiera suceder?¿Y cómo se va a trasladar más allá de las fronteras lo que claramente no puede existir fuera de ellas: nada menos que la “esencia española” (en caso de tal cosa exista, claro)?
Obviamente María Zambrano reduce España a episodios de su alta cultura –ni siquiera la cultura popular puede ser extrapolable a otras regiones, evidentemente. Para ella España es, entre otros, Velázquez, Cervantes y Galdós. Eso sí se puede transterrar, aunque sería muy ingenuo pensar que llegaría inmaculados, que los mexicanos no los aprehenderían según su perspectiva.
¿Cómo salvar el concepto de “transterrado”?
Tal vez aceptando las consignas de Zambrano. Reduciendo la cultura española a sus ejemplos más sobresalientes. Creyendo que su estudio, defensa y predicación merecen la pena. Podemos establecer cierto paralelismo con los hombres-libro de aquella novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, que tras la hecatombe y la prohibición de los libros, los memorizaban para salvarlos de la quema.
Igual en el 39 los pensadores españoles que escaparon fueron un poco esos hombres-libros que salvaban lo mejor de su país del incendio. Y así además aportaron ideas y perspectivas al Nuevo Mundo. Luego desdramatizaron su situación y acabaron siendo medianamente felices en su tierra de acogida.

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