14.10.16

Crónica de un aplastamiento: Jack Henry Abbott

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Le dije hace tiempo que no conozco otro camino. Nadie, sisiquiera 
usted, aunque usted es quien más se ha aproximado y eso, en sí, es un hecho patético, me ha tendido una mano para ayudarme a ser un hombre mejor. Nadie.

Jack Henry Abbott nació en 1944. Fue hijo de un soldado americano y de una prostituta china. Creció en distintos hogares de acogida, donde nunca llegó a integrarse, y a los dieciséis años fue enviado a un reformatorio. Con dieciocho años trató de cobrar un cheque sin fondos y lo encarcelaron. A los veintiuno mató a golpes a otro preso y recibió una condena de 19 años. Intentó fugarse y pasó casi un lustro en una celda de asilamiento. En 1977 inició una correspondencia con Norman Mailer que acabaría recopilándose como el libro En el vientre de la bestia. Cartas desde la prisión. El éxito editorial y la presión de Mailer ayudaron a que consiguiera la condicional en 1981. Después de un mes en la calle, y tras una discusión, mató a un joven. Volvió a prisión, donde se suicidaría en el 2002.  

Sólo había vivido 12 semanas de su vida adulta en libertad.
 
Su libro queda como testimonio de una vida aplastada. La cartas son más bien aullidos donde desgrana lo que es la prisión, el aniquilamiento del individuo, el sadismo de los guardianes, las palizas, las castas y traiciones de los propios presos. Describe lo que es sobreponerse al aislamiento sensorial, al abuso constante, a las drogas disfrazadas de tranquilizantes que le obligan a tragar.
 
Abbott es capaz contarlo. Su escritura es poderosa. En los cinco años que se pasó en aislamiento sólo podía tener contacto una vez al mes con su hermana, que le facilitaba libros seleccionados por un librero amigo. Abbott lo leyó todo y se nota: clásicos de la literatura, Hegel, existencialistas, Russell, poesía y Marx. Sobre todo a Marx. Con él analiza todo el sufrimiento y la opresión que le rodea. Desde su celda imagina un mundo donde los pobres y humillados de las periferias caen justicieros sobre los poderosos. Abbott ha forjado sus ideas revolucionarias a partir del dolor y el daño inflingido a su carne y a sus nervios durante una vida entre rejas (Mailer). La conciencia política le mantiene vivo, con mente de acero.
 
En otras cartas deja claro que quiere entender al Hombre, tiene una necesidad casi infantil de sentir emociones positivas. No he tenido contacto corporal con otro ser humano en casi veinte años excepto la lucha, en actos de violencia. No cree en Dios y carece de una visión purificadora de la muerte, ni todo el horror que ha vivido le lleva al alivio de cierto sentido religioso. Abbot no hace las paces. Jamás he aceptado que soy responsable de lo que me ha ocurrido. El adoctrinamiento en esa creencia nunca ha tenido éxito conmigo. Esa es la única razón de que haya pasado tanto tiempo en la cárcel.

En el vientre de la bestia no se lee impunemente. Como Abbott hay millones de personas encerradas hasta incapacitarlas para la vida en el exterior. Gente cuyo delito inicial fue la pobreza: no pudieron pagar su libertad y el Estado los convirtió en criminales. Es la intrahistoria de los sumideros del planeta.


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