Henry Kamen anda diciendo por ahí
que la economía española está creciendo no a pesar de que carecemos de
gobierno, sino gracias a ello. La gente está moviendo su dinero
precisamente porque no hay una administración pelmaza promulgando
normativas que nadie entiende y desacelerando así la prosperidad
económica, que es lo que el Cotarro acostumbra a hacer de vez en cuando
por si la cosa va demasiado bien y hay cambios estructurales que
descoyunten así el juego de poderes que se han montado.
El storytelling
oligárquico en España insiste mucho en que sin ellos descenderíamos al
averno y nos comeríamos a los ancianos para merendar. Por ello están
estoicamente obligados a defender el capitalismo de Estado en el que
vivimos, donde el aparato estatal controla directamente el 48% del PIB.
Es decir, es una economía abandonada a las prebendas y compadreos entre
empresarios y políticos, con un anemiado sector financiero internacional
que no llega al 5%.
(Paradógicamente las corporaciones
financieras globalizazadas que nos quieren presentar como amenazas a
nuestra calidad de vida son de hecho marginales en el horizonte
económico nacional; los que realmente juegan con nuestras existencias lo
hacen desde despachos oficiales. Aquí nuestras carteras dependen de
Rajoy y Florentino Pérez, no de Bill Gates o George Soros; es la
situación que hasta Marx consideraba el peor escenario posible: la
fusión del poder estatal y el económico).
Se nos dice que
es necesario el intervencionismo estatal para que exista el llamado
Estado del Bienestar, lo que en parte puede ser cierto, pero se nos
miente al justificar así el intervencionismo a priori. Puede entenderse que el Estado cobre impuestos sobre los beneficios del mercado, o sea que intervenga a posteriori
para así financiar hospitales y escuelas, pero es inadmisible que se
nos traten de convencer de que es necesario que el Estado usurpe de
entrada el papel de principal agente económico. La seguridad y
protección social de la ciudadanía no requiere que los políticos decidan
quién hace negocios y cómo, o peor, que los hagan ellos mismos.
El
ejemplo más claro es Irlanda, que aparece en prácticamente todas las
listas como el país de economía más liberalizada del mundo y que sin
embargo tiene un Estado del Bienestar a la altura del de los
escandinavos, como podemos dar razón los miles y miles de españoles que
hemos tenido la fortuna de vivir ahí y de disfrutar de sus seguros para
el desempleo y ausencia de burocracias varias.
Que las
gentes menos favorecidas tengan el respaldo de sus conciudadanos está
fuera de duda, que nadie deba de preocuparse por las tarifas del médico a
la hora de acudir a él también. Lo que es deleznable es que eso se
convierta en la justificación para medrar en todos los ámbitos de la
vida social, y que además tengamos que estar agradecidos por ello.
Michel
Foucault analizó lo que es el poder y sus argumentos legitimadores. De
todas las formas que describió tal vez el más inquietante es el “Poder
pastoral” que aparece en El sujeto y el poder, que es la manera
que tiene el Estado moderno de incorporar las funciones que antes eran
propias de las iglesias. Ahora el Estado es “pastoral”: se preocupa por
todos nosotros y la salvación de nuestras almas ciudadanas; además va
un paso más adelante, ya que con su infinita misericordia va a
encargarse también de que no pasemos hambre ni frío, e incluso va a
proteger nuestros sentimientos en caso de que alguien los hiera. Por
supuesto solo nos pide una contrapartida, que le entreguemos nuestra
libertad con una sonrisa de agradecimiento.
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