3.10.16

Futuro primitivo, de John Zerzan


John Zerzan (n.1943) es un teórico anarquista norteamericano cuyos postulados contra la tecnología y a favor del anarco-primitivismo pueden parecer maximalistas y un tanto absurdos. Y de hecho lo son; pero sus análisis del mundo en el que vivimos son sin embargo brillantes y merecen ser leídos. Es un autor que tiene su público, sobre todo en Estados Unidos, y se considera que fue el referente intelectual del Bloque Negro que protagonizó los disturbios de Seattle en 1999.

A raíz de la relevancia que tuvo por este hecho se tradujo a nuestro idioma Futuro primitivo, texto publicado originalmente en 1994, y del que hay dos ediciones españolas fácilmente hallables en la red. Una de ellas (retitulada El Malestar en el tiempo) tiene un antílogo, o sea un prólogo crítico, del recientemente fallecido Gustavo Bueno, que consideró que una forma de homenaje a Zerzan era presentarle una “beligerancia sistemática”.

Futuro primitivo se forma de varios ensayos, uno homónimo y tres o cuatro más, dependiendo de la edición. Como dice Bueno, los textos huyen del discurso filosófico y se acercan sin complejos al panfleto, lo que les dan accesibilidad. Zerzan tenía por entonces el aura de intelectual marginal que vivía humildemente en Eugene (Oregón) con trabajos mal pagados y leyendo y escribiendo en sus ratos libres. Se nota que hay más de intuiciones y vivencias que de innúmeras horas de lecturas universitarias en sus escritos, lo que se agradece.

“Futuro primitivo” es el más famoso de sus escritos, no necesariamente el mejor, donde propone lo que será una constante en su obra, la anticivilización. Para Zerzan hubo algo que se perdió en el tránsito del paleolítico al neolítico. Seres humanos con una inteligencia igual a la nuestra vivieron durante miles y miles de años en grupos nómadas de cazadores recolectores, sin jerarquías, ni propiedad, ni desigualdades entre sexos; sin embargo la aparición de la agricultura hizo que hubiera especialización en el trabajo, los chamanes se convirtieron en jefes y apareció la cultura simbólica; o sea que se inició lo que hoy llamamos civilización, que realmente ha sido recientísima  -solo 2500 años-  y ocupa solo el 1% de la historia del ser humano en el planeta, ya que los primeros restos del homo sapiens datan de hace casi 200 000 años. La conclusión es que es antinatural que vivamos en ciudades, con tecnología y clases sociales, desarraigados de la Naturaleza. Pero el reverso no es fácil ni deseable. Zerzan tampoco se acaba de creer que la solución sea irnos a vivir a las montañas para vivir de la caza. Él de hecho vive en una ciudad y usa gafas graduadas. La intención parece más bien que va por una reivindicación estética de lo feral y una búsqueda de formas de organización más libres, menos jerárquicas y libertarias. La meditación que hay de fondo sin embargo sobre la condición humana y la cuestión de cómo seríamos sin lenguaje simbólico, o sea del paso de la Naturaleza a la Historia, es interesante y poco explorado en la historia del pensamiento occidental.

Los tres ensayos restantes –en la edición de Ikusager, la de Bueno- son análisis del mundo actual, y sin duda al no arrojar propuestas descomedidas son más dignas de una valoración pormenorizada.

El primero es “Piscología de las masas desdichadas”,  donde plantea una corrección a Marx: no es la miseria material la que conducirá la revolución sino el sufrimiento psíquico el que finalmente hará que la gente explote. Zerzan muestra un panorama bastante verosímil de la sociedad estadounidense, extrapolable a cualquier otro país occidental, donde la psiquiatrización de la sociedad mediante antidepresivos es lo único que puede contener unos índices de suicidio elevadísimos y unas tasas de enfermedades mentales que afectan a grandes sectores de la población. El texto subvierte muchos de los postulados marxistas sobre la conciencia revolucionaria para encontrar un nuevo sujeto revolucionario, las masas desdichadas. Habrá revolución porque esta civilización nos separa de la Naturaleza, nos aísla de la comunidad y no es capaz de darnos un sentido existencial.  Gustavo Bueno le reprocha aquí su “estipe teológica”, ya que el hombre no ha venido aquí ni a ser feliz ni infeliz. De cualquier manera este razonamiento no serviría para desarticular llegado el caso a las masas desdichadas en acción, ya que no se sentirían invalidadas por este razonamiento.

Le sigue “Tonalidad y totalidad”, que es un estudio contra la música en general, omnipresente en nuestras vidas, cosificadora y alienante, y sobre todo a la tonalidad occidental, que limita las posibilidades expresivas de la expresión musical. Zerzan despliega conocimientos de melómano y a veces el profano se puede perder. Pero la idea general está clara: el tipo de música que se hace hoy es mediocre y serial, y solo sirve para manipular nuestras emociones y ocultarnos que no somos más que peones en un engranaje que se ha salido de todo control.

Al último de los ensayos “El malestar en el tiempo”, Gustavo Bueno le reprende que  a pesar de ser una reflexión sobre el tiempo no se cite a Heidegger o a Bergson. Sin embargo eso hace seguramente que no se convierta en un ladrillo y se pueda leer de un tirón aun siendo denso filosóficamente. Aquí Zerzan explica que el tiempo se empezó a medir por la agricultura y para gestionar los pagos, y luego San Agustín lo hizo lineal. Desde entonces la medida del tiempo se perfeccionó hasta el presente, que vivimos una vida estructurada por el segundero.  Por supuesto sin relojes no habría sistema industrial y las posibilidades humanas se ampliarían.

Hay dos ensayos que hubieran complementado muy bien esta edición, pero sin embargo aparecieron en la antología Cultura del apocalipsis, junto con apologías satánicas y teorías conspiranoicas, algo que desmerece a Zerzan, que al no cobrar ni registrar sus obras se queda sin derecho a decidir quién le publica. Se trata de “Contra el arte” y “La agricultura, motor maligno de la civilización”. Ambos tienen títulos tan específicos que casi no hace falta explicar su contenido. El primero sigue un poco las ideas del autor contra la música, resaltando que durante un millón de años los hombres no crearon arte, y que sólo lo empezaron a hacer con fines alienantes, como todo forma de lenguaje simbólico. El segundo busca un pivote sobre el que hacer descansar el mito de la caída original del hombre. En este caso es la agricultura, con la que para él  todo se echó a perder (así como en otros autores es la presa hidráulica la que inició la división de poderes). Este ensayo, como todo trabajo que busca explicación en tiempos remotos, no es más que especulación, pero está muy bien elaborada.

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