10.10.16

Biopoder y depilación


El Biopoder está disponible en cremas, píldoras y aerosoles.
Tiqqun

En Asfixia de Chuck Palahniuk hay un momento en que una loca sale corriendo desnuda, y al describir su vagina totalmente depilada, el narrador sugiere que le recuerda “una ranura por la que pasar la tarjeta de crédito”. No es baladí la metáfora económico-consumista.  Caitlin Moran en Cómo ser mujer abomina de la modas rasuratorias. Cuando hace cuentas de lo que hay que gastarse en cremas y otras vainas afirma que “por fin han conseguido que las mujeres tengamos que pagar por tener coño”. Luego se pone a recordar cómo empezó todo, y explica que fue muy rápido, que en los años noventa lo normal era la peludez, pero que con el nuevo siglo, en poco más de un año, ir completamente lampiña se convirtió en un imperativo social.

El fenómeno es fascinante. Es prácticamente imposible encontrar ya un matojo de los de toda la vida –eso ahora es vintage-, todas las mujeres han pasado por el aro. Y si todavía queda alguna hippie vergonzante, por lo menos se lo reduce hasta casi invisibilizarlo.  Luego además hay derivados de esto. Si los labios vaginales quedan demasiado sobreexpuestos, o sea poco infantiles, ya hay cirugía para recortarlos. Si el ano se desvela como poco chic, hay operaciones de blanqueo.

¿Bajo qué clase de poder molecular vivimos que puede meterse a decidir hasta lo que hacemos con nuestros bajos? O sea, los vendedores de cosméticos se reúnen, hacen estudios sobre cómo sacar más dinero, y deciden que van a convencer a las mujeres que tener pelo es sucio y poco fashionista. Y si solo fuera eso las mujeres podrían utilizar maquinillas eléctricas, que lo rebajan hasta el mínimo, pero no. Eso no es suficiente; necesitan abrasarse, hacerse cortes, echarse cremas, que salgan granitos: comprar en suma los carísimos productos salvíficos que ellos venden.

Cuando ya han conseguido que las mujeres tengan cuerpos inorgánicos, perfectos y onerosos constructos, la conjura de los vendedores de cosméticos se frota las manos, y decide ampliar mercado apuntando hacia los hombres. Como el ideal del macho alfa despreocupado y oloroso no es proclive a mirarse al espejo y derrochar en su cuerpo, deciden crear un nuevo ideal. “Mediante el uso de imágenes de la subcultura homosexual masculina, la publicidad comienza a exhibir el cuerpo masculino según su mito propio de la belleza”, ya advertía en los años ochenta Naomi Wolf en El mito de la belleza, cuando el “metrosexual” se estaba todavía configurando.

Así que ahora los hombres también. Entrar en un vestuario masculino produce desconcierto ¿cómo puede un varón rasurar y muscular su cuerpo hasta transformarlo en una versión más grande del Ken de Barbie?¿qué clase de hombre se depila las cejas como Ronaldo y no piensa que pierde su dignidad instantáneamente?

Lo peor es que si ahora los de los cosméticos calculan que van a ganar más dinero revirtiendo la moda, lo harán sin que esto suponga una vuelta a la naturalidad. Por ejemplo hasta hace poco se llevaban las cejas femeninas prácticamente inexistentes. Cuando la tendencia fue de nuevo tenerlas frondosas, miles de mujeres tuvieron que ir a implantarse pelo, ya que tras tanto tiempo quitándoselo dejó de salir. Por supuesto los implantes salían a miles de euros (o sea, que seguramente alguien algún día pronto hará fortuna repoblando las cejas de millones de canis futboleros de extrarradio español).

Vivimos en una era extraña.

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