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Tal vez en tiempos venideros se
tendrá la impresión de que la parte de nuestra literatura que menos ha
surgido de propósitos literarios es la más vigorosa: todos esos relatos,
cartas, diarios que han brotado en las grandes batidas, en los cercos y
desolladeros de nuestro mundo. Tal vez en aquellos tiempos futuros se
verá que en el De profundis alcanzó el ser humano una hondura
que roza los cimientos y que quebranta el fuerte poder de la duda. De
esto se sigue la pérdida de la angustia.
En
las anotaciones de Peter Moen, que fueron encontradas en el pozo de
ventilación de su calabozo, puede verse el modo en que se presenta esa
operación, incluso allí donde fracasa; Petter Moen fue un noruego que
murió en las cárceles alemanas y del que puede decirse que es un
descendiente espiritual de Kierkegard.
La emboscadura. Ernst Jünger
Petter Moen nació en 1901 dentro de una familia de fuertes creencias religiosas. Tras la ocupación nazi de Noruega pasa a coordinar la prensa clandestina. En febrero de 1944 es arrestado y confinado a una celda de aislamiento. Allí se las apaña para escribir su Diario.
Lo hacía agujereando con un clavo un rollo de papel higiénico hasta
crear letras. Luego arrojaba los textos por el ventilador. En Septiembre
es trasladado con otros 400 militantes noruegos a Alemania. El barco en
el que van topa con una mina y sólo cinco de ellos sobreviven. Moen no
estaba entre ellos, pero sí un amigo que conoce la existencia de los
papeles, que tras la guerra son encontrados, descifrados y, en 1949,
publicados.
Hay libros que han sido escritos mientras el verdugo
afilaba el hacha en el cuarto de al lado. No se puede esperar de ellos
trama o estilo, sólo testimonio. La sangre es de verdad. El Diario de
Moen es inconexo y su lectura no es grata; conmueve su desnudez. En
frases y párrafos cortos, Moen cuenta que la fe que tuvo de niño no ha
pasado la prueba del calabozo de la Gestapo. Y le falta coraje, ha
delatado a un compañero y se siente un cobarde. Habla de su mujer y de
la victoria, de las relaciones con otros presos y la libertad. Es la
despedida de un hombre ante el patíbulo.
Pero lo que más llama la atención es la religiosidad existencialista de Moen,
como nos señala Jünger. Dios está prácticamente en todas las páginas.
Sin embargo casi no es interpelado directamente. Es un monólogo que
espera ser leído por sus pares y escuchado in situ por Dios: o sea, lo que de siempre se ha llamado una Confesión, que tal vez hubiera sido un título más adecuado en este caso.
Coda
Existe un equivalente checo a Moen. Julius Fucik era militante del Partido Comunista y fue arrestado, torturado y ejecutado por los alemanes en 1943. Su libro se llama Reportaje a pie de horca,
y fue escrito gracias a la ayuda de un guardián de la prisión que de
daba papel y lápiz y que finalmente se encargó de salvar los textos. Se
nota que el Reportaje está más elaborado. Aquí se nos narra lo
que es ser torturado y la inflexibilidad de las convicciones. A Fucik su
fe no le ha abandonado, por lo que todo el horror de alguna manera
tiene un sentido. No duda que va a ser ejecutado y escribe para la
posteridad.
Sus últimas palabras son: El telón se levanta. Hombres: os he amado ¡estad alerta!
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