El teatro requiere una predisposición mayor por parte del espectador.
En él todo es falso; notoria y desprejuiciadamente falso. Hay casi que
figurarse el contexto, como cuando los niños juegan con cochecitos de
juguete imaginado que la alfombra de la casa en una pista de carreras.
No es tan versátil como el cine, que tiene la opción de rodarse en
escenarios reales, con millares de extras, o que incluso puede
transformarse luego en la sala de montaje.
Y sin embargo, o tal vez por ello, el teatro resulta más auténtico. Lo primero, claro, porque los actores respiran con el público.
Están vivos y colean en todo momento ante el espectador, que es libre
de mirar la parte que quiera del escenario sin que su mirada esté
encauzada por la cámara. Así, no hay actor teatral que pueda salirse del
foco, a ninguno le está permitido bajar la guardia, porque aunque esté
en una esquina sin diálogo, ajeno al centro de la acción, puede ser el
objeto de atención de alguien. Por otro lado tiene el inconveniente de
que no hay primeros planos reveladores de emociones, pero en su lugar
los cuerpos enteros interpretan y se relacionan sin ocultamientos.
Seguramente por ello el teatro es más duro para un actor, ya que no solo
no hay repetición de toma posible; es que además no hay manera de
salvar una mala actuación reordenando posteriormente los planos.
La
segunda y principal característica que hace a las artes escénicas más
auténticas es la ausencia de localizaciones múltiples, que las convierte
en una forma de expresión artística accesible a colectivos o incluso a individualidades, como por ejemplo una perfomance de
un grupo de amigos, o un solo actor, en la calle. Mientras, el cine,
aun en sus formas más independientes y rudimentarias, requiere de
máquinas, canales y lugares de distribución, incluso en internet.
Necesita en suma, mediación externa.
Y la mediación externa es
siempre una forma de poder. Algo que se ha salido del dominio del autor y
ha quedado intervenido por intereses económicos o estatales. Es muy
difícil que una película hable con la libertad con que lo puede hacer
una compañía de teatro de barrio. El cine se hace siempre desde arriba y
es normativo; el teatro es posible hacerlo desde abajo y que sea un acontecimiento surgido desde el cuerpo social.
En
España en concreto, donde casi todo el cine se rueda con dinero
público -es decir, es un cine gubernamental- y su distribución se hace a
golpe de ley en las televisiones, se ve claramente que es una narrativa
de poder supeditada a su utilidad política. Raramente en una película
española vemos las preocupaciones o esperanzas realmente vigentes entre
la ciudadanía.
El teatro a menudo es subvencionado y a veces
parece un circo, pero seguramente al tener menos influencia y ser menos
permanente, pasa más desapercibido y tiene más de arte popular; padece
menos filtros y por ello es potencialmente más libre. Si quisiéramos
tomar el pulso a lo que se crea en un lugar y un tiempo determinado, el
teatro es mejor cauce. Hay por supuesto inconvenientes, como que al ser
tan fugaz exige una disposición mayor de tiempo, ya que si no vemos a
ver una obra en un plazo de tiempo determinado, luego no saldrá nunca
en DVD y habremos perdido la oportunidad para siempre. Encima por lo
general es más caro que otras formas de ocio y no hay manera de verlo
“pirateado”.
Pero a pesar de todo hay que ir, para ver cómo respira la ciudad, para ver qué hacen sus habitantes, qué dicen.
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