4.1.17

Cuatro visiones de la Historia Universal, de José Ferrater Mora


El filósofo barcelonés José Ferrater Mora fue uno de los exiliados que desarrolló una vasta obra en el exterior; aún vivía en 1975 y volvió a pasar sus últimos años en España. Sin embargo su vigencia filosófica en nuestro país no goza –nunca lo ha hecho- de buena salud. Sus libros no se reeditan y hay algunos que ya son inhallables. Eso por supuesto no quiere decir que no merezcan la pena. Hay un texto en concreto que aparece en sus Obras Selectas[1], llamado Cuatro visiones de la Historia Universal que es una inmejorable puerta de entrada en eso que se ha venido a llamar la Filosofía de la Historia.

En este texto se nos explica la concepción que han tenido de la Historia cuatro autores cimeros (San Agustín, Vico, Voltaire y Hegel), en los que considera que se resume un poco toda la Filosofía de la Historia Occidental. Dice que estos cuatro no son necesariamente los más importantes, pero sí los más originales, y que los demás se pueden inscribir en sus sistemas. Así, por ejemplo, dice que Marx no necesita un apartado especial porque él cabe en el pensamiento de Hegel. Por supuesto todas estas generalizaciones necesitarían matices, pero para aproximarnos brevemente a los antecedentes del materialismo histórico dentro de los márgenes de este trabajo, nos sirven.

La otra cuestión importante que también se destaca en el título es que habla de “visiones” y no de “filosofías”. Ferrater Mora explica que las concepciones que tienen estos autores sobrepasan la problemática científica porque se plantean en parámetros casi teológicos (¿cuál es el ser de la historia y qué finalidad tiene?) que nunca van a encontrar solución, ergo no son filosofía (ciencia) si no visiones, o casi revelaciones. Además los cuatro autores presentan también de fondo cierta homogeneidad.

La conciencia histórica que hoy tenemos empieza con el cristianismo. Los orientales creen que en realidad nada cambia, o sea que no tienen una Historia como la nuestra. Los griegos tenían conciencia histórica, pero la veían en sentido estrictamente político, y no muy universal precisamente; no incorporaron a “los otros” a sus concepciones. No consiguen aceptar que la Historia pueda tener unas leyes propias, son más bien leyes naturales. Y se centraban en lo inmutable, para ellos lo que “sucedía” no era lo decisivo, eran hostiles a la idea del tiempo. Además tardaron mucho en separarse de las explicaciones míticas. Por ejemplo Platón seguía hablando de los atlantes como antecedentes de los atenienses.


Ferrater Mora considera que la Historia como hecho universal, aglutinante e irreversible, empieza con San Agustín. Lo que el santo de Hipona hizo fue no solo vivir la Historia, sino pensarla;  compatibilizar teología e historia, o mezclarlas. La Historia surge porque Dios se manifiesta: Creación, Caída y Redención son acontecimientos históricos y lo histórico tiene que entenderse desde estos supuestos.  La Historia será el gran drama de la salvación humana, con castigo y misericordia, pero siempre como una teodicea. Sobre esta premisa, y contra ella, seguirán pensando los otros tres autores reseñados. Pero ésta será ya la base.

San Agustín incorpora, como es sabido, mucho del platonismo a su visión, pero cristianizándolo.  Platón parte de la idea que todo surge de la Naturaleza y todo se supedita a ella. Los cristianos quieren sacar al hombre de esa caverna y consideran que la physis no tiene ningún sentido si no es para que los seres humanos se desenvuelvan en ella, y que al final del camino está la contemplación divina.

Otra diferencia con los griegos tiene que ver con el bagaje que arrastra cada uno. En tiempos de San Agustín los bárbaros son una amenaza sobre el Imperio, y existe memoria de otros pueblos y civilizaciones que existieron antes y decayeron hasta desaparecer. La idea de lo Uno griega no tiene viabilidad ya. La Historia Universal no puede ser doméstica. En la visión agustiniana tiene que entrar la multiplicidad de pueblos y épocas históricas, o sea, toda la humanidad; es por supuesto una historia de conflictos.

Trece siglos después de la muerte de San Agustín aparece Giambattista Vico. Entre medias se ha descubierto América y navegado por todos los océanos, y contra los pronósticos milenaristas, Dios no había decidido que la Historia tenga un final, es más el mundo en ensanchaba y diversificaba. El pensador napolitano no tendrá mucha repercusión en su tiempo, pero hoy se presenta con una modernidad pasmosa. Para él las Matemáticas y la Historia son las nuevas ciencias, o las únicas ciencias, ya que anti cartesianamente sostiene que la mente humana puede pensarlo todo, pero no comprenderlo todo; no tiene una especie de racionalidad innata, solo puede participar de la razón externamente, en consecuencia es imposible que aprehenda los misterios últimos de la physis. Sin embargo las dos disciplinas mencionadas son saberes accesibles y dentro de los parámetros de lo posible.

En concreto la Historia, al contrario de la física, es el estudio de lo que hacemos como humanos, no simplemente lo que sucede aun sin nuestra mediación. Por ello es más accesible y lo que hemos de hacer es buscar sus propias leyes universales que expliquen los sucesos particulares. Y  principal de esas leyes, para Vico, es que la Providencia supervisa el desarrollo de la Historia, dando libertad pero garantizado que ésta transcurre dentro de unos márgenes. Hay a pesar de esto períodos de desorden, pero no contradicen la voluntad divina, simplemente anuncian que se pasa a una nueva etapa. Y cada etapa corresponde a una edad humana: infancia (innovación), juventud (heroísmo) y madurez (cumplimiento). La Historia es entonces algo monótona y sujeta a leyes inalterables. Cada pueblo y etapa se puede entender según leyes. Hay de fondo una perpetua agonía, ya que solo en los cielos la Historia alcanza la perfección, pero Vico es paradójicamente optimista, ya que agonía no es muerte, y siempre queda lugar para la esperanza.

Hemos dicho que con San Agustín se inicia una visión teológica de la Historia que va a durar hasta nuestros días, y aún lo sigue haciendo en muchos aspectos. Incluso en autores no especialmente religiosos se la ve como un recorrido lineal dotado de una finalidad.  Voltaire, por ejemplo, estará obsesionado con el mal y la posible naturaleza corrupta de hombre; verá en la Historia una forma de pulir esa condición. Todo lo que no sea civilización le hace desconfiar. Sin embargo la razón no es al camino, ya que ésta es esquiva para los hombres, y de hecho se esconde en determinadas etapas históricas; de hecho, las pasiones han tenido más que ver con la Historia que la razón.

Así que no es la razón lo que mejorará al hombre histórico, sino la verdad; o luz ilustrada frente a la oscuridad de la superstición y el odio. Claro que para ello hace falta una intervención externa. Como ya no es Dios, ahora son los hombres. Voltaire cede a los hombres el imperio sobre la Historia. El problema es que los hombres, como hemos dicho, no son racionales. Aparece entonces una institución humana que sí puede otear cierta razón, aunque débil. El poder organizado. Solo de la unión de la razón y un poder benévolo puede surgir una mejora de las condiciones de vida. Si estudiamos la Historia, nos dice, vemos que solo en las etapas en que esto ha sucedido ha sido cuando ha habido paz y tranquilidad. Su ejemplo preferido es China, donde considera que esto se ha dado durante más tiempo. Esta idealización de China, paralela a la que se hace del Nuevo Mundo, amplía ya las áreas de reflexión, que incluye a lo extra europeo.

Georg Wilhelm Hegel sigue y culmina con al divinización de la Historia; Ferrater Mora le llama “místico”, de hecho. En su visión no habla de Dios como tal, él dice que es la Idea la manera en que se desenvuelve la divinidad en el mundo. El objetivo, tras muchos problemas que la Idea provoca y resuelve, es reconciliarse consigo misma. La idea necesita salir de sí misma, porque encerrada en sí no puede contrastarse con el mal mundano. De ahí que la Idea sea un tanto promiscua en sus enredos con toda la diversidad terrenal. Es su manera de llegar a la verdad.

Claro que esto le lleva a encadenarse en la Naturaleza, a unas leyes que no son las suyas, y en consecuencia a perder su libertad. Empieza entonces la lucha por recuperarla. Ahí empieza el drama de la Historia, que es el escenario de esta lucha. La libertad es entendida desde aquí como una necesidad que limita a que cada uno realice su esencia. Lo que es un poco ambiguo: quien alcanza su libertad al final es el Espíritu Universal cuando la Idea vuelve sobre sí misma, ya que los seres humanos más bien la interiorizan como necesidad.

Frente a Voltaire y otros, Hegel no cree que el poder pueda confabularse con el Espíritu porque éste el único poder posible. La vertiente política de esta concepción es muy interesante. Los pueblos alcanzan madurez cuando han integrado al Espíritu, cuando lo llevan en la entraña, y ahí es donde participa de la Historia Universal. Y esto solo se puede hacer mediado por el Estado. Sin él los pueblos no tienen Historia, no forman parte de la libertad. El Estado es el que armoniza las necesidades objetivas con las subjetivas, la Naturaleza con la sociedad. Y tampoco es tan fácil, ya que esto solo se ha podido dar en la tercera fase del desarrollo humano, con el Cristianismo, y más en concreto el mundo germánico, que es el mundo del espíritu moderno. Solo entonces ha empezado la reconciliación del Espíritu. Lo que no sea esto no es Historia. Y lo que hay en las periferias no es nada que debamos tener en cuenta.

Este eurocentrismo de Hegel, que supuestamente va a heredar Marx, un tema que hoy sigue coleando.

[1] Ferrater Mora, José. Obras Selectas I, Ediciones Revista de Occidente, Madrid, 1967

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