La libertad es un término zarandeado a lo largo de
la Historia; bajo su estandarte lucharon millones de hombres, y muchas
veces lo hicieron en bandos opuestos de una misma contienda. Se
considera una virtud que pocos pensadores se han atrevido a denostar
abiertamente y la mayoría más bien la vieron como rasgo definitorio de
la condición humana. Jean Paul Sartre, por ejemplo,
decía que lo que nos hace hombres es que estamos condenados a ser
libres, que lo somos en cualquier circunstancia porque siempre hay un
resquicio al que aferrarnos, que siempre elegimos y que hasta no elegir
es una decisión que tomamos libremente.
Sin embargo en las últimas décadas las cosas han cambiado. Muchos
intelectuales han empezado a decir que la libertad, más que buena o
mala, es “ilusoria”, que ni somos libres ni podemos serlo.
Empezaron los estructuralistas en los sesenta, y en la actualidad son
incontables las escuelas que niegan la viabilidad de este noble anhelo
humano: son los biologicistas, nihilistas, economicistas,
psicoanalistas…y demás trendin topics intelectuales.
Es probable
que la imposibilidad de la libertad sea un pensamiento consolador, ya
que redime de la pesada carga de la responsabilidad. Es más fácil
regodearse en que somos víctimas de estructuras económicas inmovibles,
de nuestro inconsciente traumado o de fallas genéticas heredadas. Todo
antes que sentir la siempre desconcertante mirada de Sartre en nuestros
cogotes murmurando que de la libertad se puede huir, pero no esconderse.
Julián Marías advertía de la “falacia de la negación de la libertad existente”,
pero como era tan caballero no señalaba a nadie. También insinuaba que
muchas veces no es de libertad de lo que estamos faltos, sino
imaginación.
Esta última proposición es completamente cierta y tan
desasosegante como los imperativos sartrianos. Vivimos sometidos a
fuerzas que no controlamos y tener dinero es fundamental, eso nadie lo
niega. Pero nuestros márgenes de movimiento son oceánicos. Hay infinidad
de ensayos de vida individual o colectiva, de sistemas de convivencia
que podríamos crear antes de que un juez nos dé el alto o la bota del
comisario venga a partirnos los dientes. Se nos debería de ocurrir algo
mejor que este mundo y esta vida que nos rodea.
O sea ¿Qué más
necesito? O mejor: ¿qué me asusta? Soy mortal y tengo necesidades
materiales, vale. Pero también exhibo un pasaporte comunitario y atesoro
638,53 euros en mi cuenta corriente: suficiente para empezar algo
nuevo, tal vez lejos de aquí, que funcione mejor. Tampoco los pensadores
de nuestro tiempo, anatemizando desde sus cátedras, parecen concebir
una alternativa viable ¿por qué no somos capaces de cambiar la vida?¿por qué no hacemos algo en lugar de esperar a que suceda algo?
Desgraciadamente
para nuestra autoestima ciudadana no es solo que carezcamos de
libertad, es que nos falta imaginación -o inteligencia, según se mire.
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