20.2.17

Justicia social y otras justicias, de Julián Marías


Nadie pone en duda que Julián Marías (1914-2005) es uno de los intelectuales españoles más importantes del siglo XX. Sin embargo la mayoría de su obra está descatalogada y tenemos que bucear en las librerías de viejo para encontrar sus siempre sugestivos libros. La justicia social y otras justicias se publicó originalmente en 1974, tuvo una reedición a principios de los ochenta, y luego se perdió en el limbo de los descatalogados (lo que casi es un honor si tenemos en cuenta las maravillas de libros que allí descansan mientras que hay otros malísimos que se reeditan con una regularidad sádica).

Esta breve colección de ensayos autónomos presenta acercamientos a sus sempiternas obsesiones temáticas -las generaciones, Iberoamérica, la manipulación política…-, por supuesto y como siempre todos interesantísimos. Pero el que más llama la atención es un texto de apenas veinte páginas titulado “Sobre la justicia social”.

Se trata de un ataque a toda forma de poder estatal que se legitima como salvaguarda de los derechos de los menos favorecidos en lo pecunario. Que se pudiera publicar sin problemas en su momento, con Franco todavía vivo, certifica las cosas se estaban moviendo deprisa es la sociedad española: hay que recordar que los puntales ideológicos del Movimiento Nacional eran aquello de la Patria, la Paz y la Justicia Social.

Para Marías la justicia social es un “argumento” constitutivo de la vida española, ninguna persona u opción política puede permitirse repudiarla, por ello es importante saber de qué estamos hablando cuando nos referimos a ella. Al filósofo le inquietan las dos palabras del término. “Justicia”,  porque tiene que ver más con la circunstancia en que se habita que con cualquier abstracción ya que no es un concepto universal y atemporal; “social”, porque queda identificado meramente con lo económico cuando va mucho más allá de eso, se relaciona con la libre posibilidad de desarrollar todas las potencialidades individuales en una época histórica determinada.

La justicia social es lo que dicen los políticos que defienden para protegernos de una problemática que de hecho han creado ellos mismos. Ellos son los que amparan lo que verdaderamente es injusto, nos dice Marías, la “eliminación de proyectos”, o sea, que se condene a las personas nacidas en un país a necesitar irremediablemente en el futuro el asistencialismo gubernamental limitando así sus posibilidades existenciales.

Y este desafuero se comete de dos maneras principales: la económica y la cultura.

Marías insiste en otros libros en que la economía entró en el siglo XX en lo que Kant llamaba “el seguro camino de la ciencia”. Ya sabemos cómo hacer que una economía funcione, hay docenas de países que son ejemplos a seguir; otra cosa es que no interese hacerlo. Hay miles de trabas burocráticas e incluso policiales que provocan que una economía se embarre, pero no es por ignorancia, es que a las oligarquías estatales saben que la prosperidad engendra una sociedad dinámica en la que ellas sobrarían a las primeras de cambio.

Para Marías la injustica social afecta tanto “a la ¨distribución¨ de la riqueza como a su producción”. Mantener un sistema económico ineficaz que genera pocos beneficios solo para repartir al final las migajas es un atropello. Que por culpa del imperio de los oligopolios exclusivistas la mayoría de los ciudadanos no puedan acceder libremente a las fuentes de riqueza en una sangrante prevaricación.

Se debería de considerar una exigencia de la justicia social que haya una situación de racionalidad económica en que todos tengan las mismas posibilidades de ganar dinero y salir adelante desde el principio, y que cuando el intervencionismo estatal lo imposibilite se considere una grave injusticia social.

La otra cuestión es la cultura.

Marías no acentúa la importancia de la educación. Él se va por las ramas orteguianas y habla de la falta de ejemplaridad, del gusto por lo vulgar…sin duda algo de razón tiene en el tema de la falta de excelencia, pero para ello hay que fijarse en la formación inicial de los seres humanos, la pedagogía.

Este ámbito también ha llegado a un nivel de desarrollo tal que de igual manera podríamos decir a la manera kantiana que ha entrado en el seguro camino de la ciencia. Ya se sabe cómo educar a una generación para que sean industriosos y éticos, para que cuando lleguen a la edad adulta y tomen el mando hagan una sociedad mejor. Hay docenas de posibles ministros de educación en España que dejarían un sistema educativo de primera. Y ejemplos de sobra en el mundo de que es posible en muy poco tiempo elevar el nivel cultural medio, acaso una o dos generaciones.

Que un Estado como el español, que tiene medios para hacerlo, no haya generalizado el uso del inglés como segunda lengua, no haya incorporado a las nuevas tecnologías al sistema escolar, y sobre todo, no considere la formación del profesorado como una prioridad nacional, se verá algún día como un capítulo más de la crónica de la infamia.

La conclusión que podemos sacar de este pequeño ensayo es que hay que incorporar la idea de una economía racional y una reforma cultural-educativa al programa de la justicia social (o sea, lo que hoy llamamos el Estado de Bienestar). Cuando los políticos dicen defendernos, hay que responderles que no necesitamos tanto que nos protejan, como que no obstaculicen nuestro acceso al dinero y a una buena educación.

O terminando como hace Julián Marías: “Los defensores de privilegios injustos tienen la partida perdida, y lo saben. Su única esperanza es que, con pretexto de justicia social, se intente perpetuar la suma injusticia: el despojo de la libertad, de los proyectos, de las esperanzas; la reducción del hombre a ganado. Los que quieren mantener la injusticia confían en que la repulsa de ese programa la perpetúe; y en otro caso tienen la secreta expectativa de ser los pastores de esa universal dehesa”

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