20.2.17

Tecnofobia


La tecnología ha transformado nuestras vidas de manera tal que ya casi no concebimos al ser humano sin ella. Tal vez quedan reductos del neolítico en algún paraíso amazónico o en algún oasis africano, pero la inmensa mayoría de la población, incluso los campesinos o  los que viven espacios urbanos míseros, tienen una vida configurada por internet, los transportes de mercancías transoceánicos, el arroz transgénico y los vehículos a motor.

Por supuesto la tecnología está mal distribuida en el globo y ahora es complicado discernir si esta desigualdad es el origen o la consecuencia de los desequilibrios socioeconómicos que padecemos. Además, al estar transformando sistemáticamente al ser humano y sus modos de sociabilizarse, está generando una nueva civilización que muchos abominan. Hay toda una serie de tecnófobos que con desigual agudeza han plagado el siglo XX de invectivas contra la civilización tecnológica. Ivan Illich, Lewis Mumford  y John Zerzan, por ejemplo, son autores interesantes que levantan acta de muchas de las fallas de este mundo en que vivimos. Proponen, respectivamente, la cultura humanista, las pequeñas comunidades y el tribalismo anarcoprimitivista como posibles horizontes alternativos hacia los que orientar a la humanidad. Quizá las soluciones no convenzan, pero los análisis sí. Sobre todo hay que admitir que la tecnología tiene un carácter problemático que hay que encarar –principalmente en el tema de la inequidad.

A todos nos gusta que cuando el dentista nos saca muelas lo haga con sedación y cachivaches impolutos, que podamos mantener contacto por internet con amigos que conocimos en lugares lejanos gracias a los aviones, y que cuando vamos a ver a la abuelita podamos ir en metro y no andando, que cansa mucho. Pero es cierto que hay un poco de exceso, de invasión tecnológica en nuestras vidas.

Sin embargo la antitecnología es una causa perdida, aunque no exenta de atractivo estético. Antes o después surgirán cafés donde se pida a los parroquianos que dejen sus utensilios telefónicos en la entrada y disfruten conversación presencial;  se pondrá de moda desenchufar todos los aparatos electrónicos en fin de semana y limitarse a divertirse con la familia; incluso tal vez veremos cómo se alquilan casas veraniegas sin electricidad.

Pero serán pequeños simbolismos que nunca evitarán la fatalidad de tener máquinas varias que de hecho sí pueden mejorar la calidad de nuestras vidas.

Por supuesto con esto discreparían los tecnófobos, que niegan la mayor: que dependamos de la tecnología y la usemos, incluidos ellos, demuestra los esclavos que somos, no lo necesaria que es la tecnología.

En España también hay autores interesantes que están tratando el tema. Entre otros, Félix Rodrigo Mora es un prototipo de intelectual –signifique esta palabra lo que signifique- que poco a poco está cuajando en una reducidísima pero leal audiencia. Y Juanma Agulles, más joven.

Hay un nuevo libro de este último, En los límites de la conciencia, que es similar al Non legor, non legar, su anterior obra.  Ambos son compilaciones de textos más o menos independientes con cierto reguero temático unificador. En Non Legor, la literatura como forma de política –inolvidables textos sobre Sartre y Bukowski-; y en el último reflexiones contra la tecnología, como una aproximación interesante a Günther Anders, un autor no muy conocido pero cuya lectura nunca deja indiferente, y otros estudios sobre cómo la tecnología modifica el arte o las estructuras económicas.

Probablemente estos libros, como los autores mencionados, no convencerán a los que no estaban convencidos previamente y no servirán para hacer retroceder el uso de tecnología en nuestras vidas, pero su lectura es interesante y cultivará la siempre necesaria interrogación sobre las características del mundo en que vivimos.

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