22.3.17

La España vacía, de Sergio del Molino


Decía Julián Marías que en España nunca se dice lo que pasa, pasa lo que se dice. Es algo que vemos a diario: los medios de comunicación arrojan sobre la audiencia temas que igual no son importantes ni aun si quiera verdaderos, y sin embargo se convierten en las preocupaciones de la ciudadanía. Y en el envés de estos temas suceden cosas reales que sí son sustanciales y afectan nuestra vida diaria pero que sin embargo nadie advierte. Muchas veces el mundo intelectual actúa como epígono de esta carencia, y dedica sus esfuerzos a desentrañar los temas identitarios y demás storytellings del poder, en vez de dedicarse a buscar el meollo de las cosas para ampliar los horizontes de la convivencia común.

Cuando se habla de nuestro país se recurre casi siempre a un lenguaje metafísico, muy en la onda noventayochista, donde los autores del centro y la periferia sobrevuelan la realidad sin atinar en las cuestiones cruciales o cuanto menos sugestivas. Una particularidad de los españoles es que viven pendientes de su país, en unas alturas que en apariencia son elevadísimas aunque realmente no sirven para nada. Se habla con obsesión patológica de la Historia, pero no del presente y de las posibilidades futuras; se debaten si existen o no la nación o naciones, pero no se analiza cómo vive el español de a pie; se acentúa constantemente una supuesta “excepcionalidad” nacional, cuando de hecho lo interesante sería relativizar lo propio y situarlo dentro de la globalidad.

Como hartazgo ante esta mixtificación carpetovetónica, ya sea en sus variantes optimista o pesimista, surge otra anomalía también muy española e igual de nociva: el intento por obviar todo enraizamiento y hablar desde aquí como si no hubiera un aquí, como si  estuviéramos en París o Nueva York. Esto origina una sensación de superficialidad que cuando se plasma por escrito produce libros banales.

Hay que asumir que este es nuestro país y que no es el más elegante ni el más avanzado, pero es en el que nos ha tocado salir adelante y el que debemos entender con más urgencia.

La España vacía de Sergio del Molino (Madrid, 1979) se suma desde el sosiego al intento por analizar la realidad española. Empieza reutilizando la idea de las dos Españas para referirse a la demografía: dice que hay una España llena, la que hay en las costas y en las grandes ciudades; y otra, la España vacía, que está en Castilla principalmente y que es “un mar de arena” con unos índices de densidad poblacional extremadamente bajos. Estas dos Españas se miran con recelo y se narran desde la nostalgia y el desconocimiento. Los de la España llena tienen memoria de que no hace muchas generaciones atrás ellos eran de campo e idealizan el mundo de sus abuelos; los de la España vacía ven a las ciudades como nuevas babilonias narcisistas. Tal vez para algunos lectores con muchos kilómetros hechos por la Península este planteamiento sea una obviedad, pero los capítulos que crecen concéntricos a este tema son interesantes y eruditos sin ser plomizos.

Desde lo que el autor llama el Gran Trauma, la migración masiva del campo a la ciudad en los años 50 hasta nuestros días, con un país convertido en abrumadoramente urbano, se nos habla de literatura, sociología, geografía e historia. Hay planteamientos reveladores y alguna anécdota curiosa. La lectura es grata, accesible, e inevitablemente aportará puntos de vista nuevos (Solo cabe reprocharle un dato que aporta que es erróneo: en su capítulo sobre el carlismo atribuye a Donoso Cortés haber sido uno de los portavoces de este movimiento, cuando el pensador extremeño fue leal a la causa isabelina).

El libro está escrito desde una perspectiva bien ajustada, ajena tanto a la obsesión nacional como a su negación, explicando determinadas características de nuestro país sin caer en alarmismos ni gesticulaciones. El autor conoce otros rincones del mundo y cuando le parece necesario hace comparaciones, en lo bueno y en lo malo. Si cree que El Quijote ha sido perjudicial en algún aspecto, lo dice tranquilamente sin escupir bilis ni aparentar que profana un templo. Tiene buenos conocimientos de literatura e historia española, pero cuando los expone habla de realidades, no parece que esté divagando sobre teología. Su preocupación es sencillamente España y lo demuestra analizando pragmáticamente su situación, sin hacer grandes discursos ni darlo todo por perdido. Podríamos concluir diciendo que este libro es un ejemplo de lo que más falta hace en estos momentos: una equilibrada conciencia nacional inteligente.

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