26.4.17

Politzer y Harnecker, dos ejemplos de divulgadores del marxismo


El marxismo es una corriente filosófica una tanto peculiar, ya que a pesar de estar concebida, o así se supone, para liberar al pueblo trabajador, se ha esforzado muy poco en llegar a ser inteligible para él; más bien se ha limitado a ser una especie de saber arcano solo apto para avezados. Y es que como sabemos hay muchos intelectuales marxistas, algunos muy célebres, casi todos portadores de una nueva visión presuntamente definitiva; pero lo que hay son pocos marxistas pedagógicos, esos capaces de destilar conocimiento para un público general.


Nosotros vamos a reseñar a dos de estos excepcionales divulgadores, autores de sendos manuales que durante décadas han sido obra de cabecera de todos los estudiantes que se iniciaban en el marxismo. Uno es Principio de Elementales y Fundamentales de Filosofía de George Politzer[1], y el otro es Los conceptos elementales del materialismo histórico de Marta Harnecker[2].

El primero es un libro envuelto un halo de heroísmo y martirio. George Politzer (1903-1942) escapó de Hungría en 1919 tras el fracaso de la revolución comunista y se exilió en Francia, donde se vinculó a la Universidad Obrera de París, que fue un intento de crear un conjunto de textos de introducción al marxismo asequibles a los trabajadores concienciados. Durante la Segunda Guerra Mundial se unió a la Resistencia y por ello fue fusilado. Las últimas palabras que le espetó a sus ejecutores fueron: “¡Yo os fusilo a vosotros!”

Los Principios se publicaron en 1949, siete años después de su muerte. Lo forman dos libros, el primero son las notas de clase que recopilaron sus alumnos; el segundo un texto ampliamente reescrito por Maurice Caveing y Guy Besse, que sin embargo eligieron homenajear a su maestro dejando que apareciera como autor único. El éxito de la obra fue apabullante y marcó una manera de entender el materialismo dialéctico en Europa Occidental que se acabaría convirtiendo en hegemónico, y como tal, por supuesto, merecedor de ser derribado por la siguiente generación.

Las teorías que Politzer expone son ciertamente inflexibles. El autor recorre la historia de la filosofía con vehemencia. Y sin embargo su honestidad y claridad expositiva, así como la riqueza de sus ejemplos, convierten a este manual ortodoxo en una inapreciable puerta de entrada al corpus marxista. Inicia estableciendo la distinción entre los idealismos y materialismos morales y filosóficos. Siendo, obviamente, el idealismo filosófico el enemigo a desenmascarar. Lo ejemplariza en la obra del obispo irlandés George Berkeley (1685-1735), tal vez el más extremo de los idealistas, que sostenía que la materia solo era real cuando era percibida. Luego Hume y Kant, a los que llama agnósticos, serán sentenciados con una cita de Lenin en el siguiente capítulo, ya que intentan establecer puentes entre el idealismo y el materialismo. Pero el materialismo es la “explicación científica del universo”, por lo que cualquier intento de contradecirlo o matizarlo es anticientífico. Su historia se remonta al pensamiento griego, y culmina en Marx y Engels, con grandes filósofos silenciados entre medias por la tradición idealista, como Holbach y Helvetius.

El idealismo surge como un mal menor ante los límites del conocimiento humano. Y deriva en la religión, que es la consagración de la irracionalidad. Según avanza el conocimiento se van derribando los límites al conocimiento, y el materialismo revela una realidad que cada vez se puede explicar mejor científicamente. Al final, cuando el ser humano comprenda su existencia, no hará falta, obviamente, la religión y el idealismo será definitivamente desenmascarado.

El materialismo histórico es estudiado en el quinto capítulo de la primera parte. Se explica con la sencillez (o simplicidad) habitual y la base bibliográfica son exclusivamente Marx y Engels. Politzer empieza desengañando al lector: la mera existencia del cerebro no garantiza que haya un pensamiento autónomo. Lo que hace que sea posible es el hecho del “ser social”, y éste viene determinado por las condiciones materiales de la existencia. Vivimos en un régimen capitalista que en consecuencia es el que determina nuestro pensamiento. Hay burgueses y proletarios, que tienen conciencia de tales por el hecho de vivir a diario en condiciones muy diferentes. O sea, que el capitalismo engendra automáticamente dos conciencias antagónicas que se enfrentarán irremediablemente en la lucha de clases, que es el motor de la Historia.

Ante la repetición acrítica de tal dislate marxista, no podemos evitar volver a mirar la fecha de redacción de estos textos. Politzer fue coetáneo de Gramsci y Lukács, y al menos al segundo sí pudo haberle conocido, ya que Historia y conciencia de clase se publicó en 1923. Sin duda la ortodoxia de Politzer, o mera cerrazón, le impidió incorporar a estos teóricos del siglo XX, que ya venían poniendo en duda la idea de que la conciencia revolucionaria surge necesariamente en situaciones de explotación.

El grueso de la obra empero se centra en el materialismo dialéctico como método de conocimiento. Hay referencias a Hegel, que es valorado teórico de la dialéctica, pero no pasa de ser un autor idealista superado por Marx; Heráclito sí es visto con simpatía. Como hemos dicho, la segunda parte del libro fue reescrito ampliamente por dos seguidores de Politzer, y se nota, ya que se vuelve sobre el materialismo dialéctico en el último tercio para darle una aproximación más profunda. Aun así sigue habiendo una inexorabilidad hacia la revolución y la dictadura del proletariado que tampoco se entiende muy bien. La dialéctica se sigue casi como una cuestión de fe.

El otro libro de pedagogía marxista que queremos comentar es el de Marta Harnecker (n. 1937). Se trata de una autora chilena de origen austriaco que se inició en política a través del grupo de Acción Católica Universitaria de Santiago. Muy vinculada de joven al castrismo, y ahora al chavismo, vive entre Cuba, Venezuela y Canadá, de donde es su marido. El primer capítulo de los Conceptos elementales es una entrevista bastante informativa sobre su trayectoria intelectual. Se interesó por el marxismo debido a las continuas críticas que recibía en los círculos católicos, quiso conocer a sus adversarios. Su primera aproximación fue a través del manual de Politzer, pero éste “lo único que logró fue acentuar mis aprehensiones contra el marxismo por la forma esquemática y simplista con que aborda los principales problemas filosóficos”[3] (Y sin embargo la vocación pedagógica de ambos les hace autores paralelos).

Formada como psicóloga, no fue hasta que se fue becada a Francia que descubrió al estructuralista Louis Althusser, que le demostró que Marx, lejos de ser un autor superado, era de hecho “infrautilizado”, que el marxismo tenía todavía ángulos e interpretaciones que estaban a la espera de ser trabajados. Junto con el interesantísimo Nikos Poulantzas (1936-1979) se convirtió en uno de los referentes del marxismo estructuralista.

Uno de las bases de esta recuperación de Marx por parte de los Althusser y sus discípulos es el llamado “antihumanismo”, que Harnecker explica en este libro. Dice que no hay que olvidar que es una antihumanismo “teórico”, que por supuesto ningún marxista puede ser nunca antihumanista práctico. Pero el humanismo tradicional se ha dedicado a hablar del hombre en abstracto, y Marx lo que quiere es defender al hombre real entendiendo las leyes que determinan sus existencias; no es la conciencia, la libertad, o la naturaleza humana lo que inquieta a Marx, son las fuerza productivas. Para salvar al hombre hay que olvidarse de su idealización y analizar lo que le constriñe.

Luego cuenta una anécdota bastante diciente de esta postura: Cuando Althusser descubrió que en Polonia los intelectuales se dedicaban a estudiar a Maritain, Mounier y otros autores que tratan de escudriñar la condición humana, se indignó, porque la tarea de los marxistas es hablar sobre los problemas del socialismo, no sobre el hombre, “tema sobre el cual la Iglesia Católica tenía una ventaja de siglos”.

Volviendo a Los conceptos elementales del materialismo histórico, se trata de un manual mucho más completo y trabajado que el Politzer, pero de igual éxito y aceptación. Los Conceptos se ha leído mucho, sobre todo en América Latina, y ha marcado un hito difícilmente superable. Hoy se lee más como una curiosidad que como un manual de acción política, pero sigue siendo una buena introducción al marxismo de segunda mitad del siglo XX, o más específicamente, del marxismo de los años setenta.

Tiene doce capítulos divididos en tres partes: I) La estructural social, II) Las clases sociales, y III) La teoría marxista de la Historia. Cada capítulo acaba con un resumen y un pequeño cuestionario para asegurarse de que se ha entendido la lectura.  Ciertamente se lee bien y sirve para entender muchas constantes del pensamiento actual, ya que es estructuralismo marxista tiene hoy una larga sombra. Pero lo que en Politzer parecía ingenuo en Harnecker resulta un poco turbio, si se quiere decir así. La autora chilena tiene muy buena formación y la bibliografía que maneja es más amplia; por ello no tiene disculpa. Hay en todo ese antihumanismo del que hace gala algo de sádico. Atrapa al ser humano en una serie de infraestructuras y procedimientos donde no parece haber salida posible; el hombre ha perdido toda capacidad de repuesta y su conciencia, si la tuviera, es mecánica, lejos de ser tornasolada y sorprendente, como puede sabemos que puede llegar a ser. Se echa de menos a un Ortega, recordando que el hombre actúa por “razones líricas”.

De cualquier manera, la parte que más nos interesa es la tercera, donde desarrolla la teoría marxista de la Historia.  Aquí encontramos, en no más de treinta páginas, una buena exposición del tema, que tampoco fue muy tratado como tal por Marx.

Empieza remitiéndose a Hegel, que fue el primero en ver que había principios de inteligibilidad entre las distintas épocas, en lugar de solo fechas, batallas y personajes decisivos. Hay móviles que actúan bajo la superficie conocida de la Historia. Pero el siguiente paso que da Hegel, etiquetar estos móviles como “Espíritu”, es idealismo. Ahí es donde Marx y Engels le dan la vuelta, ellos ven evolucionismo materialista donde Hegel veía evolucionismo espiritualista.

La cuestión esencial del materialismo histórico marxista es el estudio científico de los modos de producción. Cada uno de estos modos tiene una problemática que genera una realidad singular llamada “formación social”, por supuesto no tiene sentido estudiar ésta obviando el modo de producción que la engendró; sería estudiar la consecuencia y no la causa.

Harnecker considera, empero, que el materialismo histórico tiene que estar abierto a repensarse, ya que como toda ciencia que no innova, puede llegar a estancarse. Aunque por supuesto dice que eso no quiere decir que toda novedad sea buena, e invita a mantenerse alerta frente a los revisionistas. La innovación vendría más bien de considerar los puntos aportados por Marx como “piedras angulares” que habría que desarrollar.

El libro se cierra con la cuestión del hombre, tan importante en una discípula de Althusser. Y hemos visto que el marxismo estructuralista no pretende ser una anti humanismo. Pero eso nos lleva a preguntarnos dónde queda el hombre de carne y hueso entre tantas determinaciones estructurales.

La autora chilena recurre a citas de Lenin para subrayar que las leyes científicas del materialismo histórico para nada abocan a la pasividad de los seres humanos, ya que estos son los protagonistas de la Historia, son los que lo hacen; simplemente están determinados por sus posibilidades materiales. Y sin embargo un hombre solo difícilmente puede hacer nada políticamente relevante. Sus acciones solo tienen repercusión dentro de la lógica de la lucha de clases. Aquí el texto vuelve sobre Lenin y un ejemplo bastante ilustrativo que da: el cura Gapón tenía conciencia y capacidad de liderazgo, pero solo hizo algo importante cuando consiguió movilizar a los trabajadores ante el Palacio del Zar en 1905; les recibieron descargas de fusiles porque todavía no era la coyuntura justa para provocar una insurrección general.

Los dos principales defectos en los que puede caer el materialismo histórico son el economicismo y el voluntarismo. El primero puede llevar a una simplificación excesiva, que derivaría en la teoría del “espontaneísmo social”: considerar que las infraestructuras originas automáticamente la conciencia de clase sin que medie la acción previa de un partido de vanguardia política.  El segundo es lo que Lenin llamaba la enfermedad infantil del comunismo; es un subjetivismo tal que lleva a pensar que basta con desear la revolución para que ésta se realice; se caracteriza además por su individualismo, falta de organización y su incapacidad para entender que las posibles etapas de la revolución.

La parte del materialismo histórico se cierra, y con ella el libro, resaltando la importancia de las masas y su organización, esto es lo que llevará al socialismo al poder y lo más importante es educarlas para la acción política.

[1] Politzer, George. Principio de Elementales y Fundamentales de Filosofía. Editorial Alba, Madrid, 1997
[2] Harnecker, Marta. Los conceptos elementales del materialismo histórico. Siglo XXI Editores, Madrid, 1984
[3] Op cit pág 16

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