Martin Heidegger (1889-1976) está considerado el
gran filósofo del siglo XX. Su prestigio sin embargo es algo voluble, ya
que ha tenido décadas en las que su lectura era vergonzante y otras en
las que parecía que se hacía obligatorio pasar por él para poder
elaborar cualquier propuesta filosófica. Ahora estamos dejando
felizmente atrás unos años postmodernos en los que los que la
hermenéutica heideggeriana era, como decía G. Vattimo, la Koiné (o lengua común) del mundo intelectual europeo.
Heidegger ha sido totalmente hegemónico.
Hemos tenido que crecer con él los que nos formamos en Filosofía en
años recientes, como Marx se le salía por las orejas a los estudiantes
en los años setenta o Santo Tomás saturaba a nuestros pares de la
postguerra. Es inevitable cierto asco cuando un autor se impone en los
planes de estudios y cercena otros posibles caminos, muchos más
interesantes pero inexplorados porque no son por los que transitó el
pope.
La cuestión que más se le suele reprochar a Heidegger es su filiación nazista.
Se recuerda su discurso hitleriano en los años 30 (“Todo lo grande
emerge en el asalto, esto es, en la tormenta”); sus mezquindades con su
maestro Husserl, que era judío; sus silencios y falta de
arrepentimiento; así como otros hechos inmorales de su vida que son el
blanco perfecto en el que se centran los que quieren descalificarle
radicalmente, o son justificados, minusvalorados u ocultados por los que
quieren salvarle paternalistamente.
No es cuestión aquí entrar en
esos juicios. Somos conscientes de que estuvo mal lo que hizo, pero no
nos consideramos almas bellas libres de pecado, no sabemos qué
hubiéramos hecho nosotros en sus zapatos, solo sabemos que las
circunstancia son las que nos han hecho inocentes. Así que mejor callar.
Nuestro rechazo a Heidegger no tiene que ver con su categoría como ciudadano si no con su propia filosofía.
Pero hay pocos académicos que se hayan limitado a criticar su obra sin
hablar desde una atalaya moral, centrándose solo en lo que dijo o no
dijo en sus libros, celebrando sus aciertos y señalando sus desatinos
filosóficos.
Hay un libro de Darío Botero Uribe, el filósofo colombiano, que sí cumple en este terreno, Martin Heidegger: La filosofía del regreso a casa
(2004). Aquí se repasa la obra del pensador alemán sin casi tocar el
tema del nazismo, porque lo que interesa es el enfoque que delata el
título. Para Botero “todo en Heidegger es regreso”, ya
sea a casa, a la aldea, a la filosofía medieval, a las fuentes
cristianas, a una Alemania decimonónica…y a partir de ahí es muy difícil
querer seguirle para quien aspira a un mañana mejor.
El caso es
que Botero siente algo de aprecio por Heidegger y hace valoraciones
positivas de su obra, que además conoce muy bien. Pero lo que nos
murmura cada línea es que es un autor que convendría ir olivando. Esa
angustia metafísica que anhela volver a la posición fetal, refractario
al mundo moderno, no vale para un intelectual como Botero, que predicaba
el humanismo y progreso en un contexto, la Colombia de los años 90,
bastante complicado.
Hay más cuestiones que son tratadas en el
libro. Heidegger fue un filósofo puro, que al contrario que sus
coetáneos, cerró la filosofía a otras ciencias, como la sociología o la
historia; tampoco quiso que tuviera ninguna proyección política directa y
de hecho se opuso a que tuviera alguna aplicación mundana: rechazó el
tránsito hegeliano de la teoría a la praxis. Para él la filosofía se
acercaba más a la poesía que a la ciencia, y convirtió la creación de
neologismos en todo un arte, el lenguaje fue su principal preocupación.
En cuanto a la libertad, la veía como una fatalidad más a la que hemos
sido arrojados, no como un fundamento de la condición humana, que
básicamente consideraba como un preludio a la muerte.
¿Por
qué un cenizo así ha sido durante los últimos lustros el referente
intelectual europeo? En un siglo que dio tantas ideas interesantea y
conceptos liberadores ¿no hay pensadores mucho más útiles?
Heidegger es de la cuerda de esos pensadores que sostienen que tenemos
un yo puro y celestial contaminado por la civilización, que viviríamos
mejor en una cabaña en los bosques subsistiendo con la caza y la pesca,
que el desarrollo material es malo y la sociedad aun peor. Todo un
soniquete que defienden supuestos intelectuales que no son más que una
pérdida de tiempo, un cul de sac en la historia de las ideas.
En tiempos de ingeniería genética, carrera espacial y drones bélicos hay
cosas en las que pensar y entender que van más allá de ese culto a “lo
auténtico”, que no se sabe dónde puede estar, pero desde luego hay que
ser un narcisista de cuidado para pensar que está en el interior de uno.
Es algo así como una paganización del dios personal.
Enterremos ya a este pelmazo reaccionario.
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