4.4.17

El crepúsculo de las máquinas, de John Zerzan

Aparece por fin en nuestro idioma el libro El crepúsculo de las máquinas de John Zerzan. Publicado originalmente en el año 2008, se trata de una recopilación de textos, no especialmente largos, del teórico anarquista estadounidense. Las obstinaciones temáticas son las mismas que en el anterior Futuro primitivo, aunque ahora están tratadas con menos pasión y más academicismo; lo que no quiere decir que hayan dejado de ser interesantes. Futuro primitivo era de 1994, y desde entonces y hasta el 2008 hubo mucho acelerón. En los nuevos textos abundan los ipads, las críticas al Imperio de Negri y los simuladores virtuales. La rabia contra la civilización sigue intacta.

Carlos Taibo explica en el prólogo que el pensamiento de Zerzan se condensa en seis críticas: 1) al lenguaje; 2) al sexismo; 3) a la guerra; 4) a la religión; 5) a la vida urbana; y 6) a las jerarquías. Habría que matizar que su crítica a la religión se orienta hacia el monoteísmo, ya que habla sin complejos de sanas búsquedas espirituales y defiende la hierofanía antigua como una forma de conexión con la naturaleza. Su crítica al sexismo y a la guerra son por otro lado subsidiarias de sus críticas a la civilización. De cualquier manera el estudio de Taibo, como el Gustavo Bueno en Futuro Primitivo, demuestra que hablamos de un autor que hay que tomarse en serio.

El crepúsculo de las máquinas no sorprenderá a quién ya conozca el libro anterior, pero sí sentirá que lo complementa. La parte más interesante del pensamiento de Zerzan es, en nuestra opinión, su idea del pueblo depresivo o psiquiatrizado como sujeto revolucionario. Ya no es algo así como Foucault que ve en los locos resistentes individuales e irremediablemente condenados al fracaso; de lo que se trata es de que ahora los desequilibrados son la mayoría, pueden formar un ejército rebelde y finalmente vencer. Están muy enfadados, no porque no llegan a fin de mes, sino porque para hacerlo tienen que atiborrarse de pastillas.

Un autor que aparece saludado como un retratista de este zeitgeist afligido es Michel Houllebecq, el cronista de la depresión moderna. En El crepúsculo de las máquinas puede leerse como una continuación de cualquiera de sus novelas, donde los personajes solitarios y adictos al porno acaban tomando conciencia revolucionaria desde su situación, no impostándose ninguna otra, y se amotinan en barricadas levantadas sobre electrodomésticos de último modelo.

Pero esto nos lleva a la flaqueza de Zerzan: ¿realmente podemos exigir que la felicidad –que de hecho no existe, no es más que un “imposible necesario”, que diría Julián Marías- nos venga dada? Entendemos como él que la postmodernidad es la narrativa del actual poder político y económico, especialmente difuso pero no menos certero. Y la postmodernidad ha acabado con los grandes relatos, ya no hay refugio en Dios, ni en nada que necesite de palabras para existir. Pero se trata de eso, de ser libres, de no heredar certezas sino de ser supervivientes y salir adelante según nuestros propios parámetros. El poder laico actual no es una religión, no está para imponernos un sentido total de la existencia. No se puede culpar al sistema capitalista de no garantizarnos el sentido de la vida; exigírselo solo oculta la nostalgia de un orden religioso. Zerzan padece un afán de regreso a las seguridades de la tradición y la fe. Tiene algo de niño que ha descubierto que su padre no lo sabe todo.

(Addendum)
Hay una historia que circula por la red, imaginamos que es cierta, que cuenta que Bill Clinton fue a la MTV en período electoral porque quería atraer el voto del mocerío. Era una semana en la que Kurt Cobain se acababa de suicidar, y uno de los espectadores en el turno de preguntas del público le espetó al Presidente que aquella tragedia había deprimido mucho a los jóvenes que idolatraban al cantante, que qué pensaba hacer. Clinton entonces no pudo más que balbucear unos cuantos lugares comunes y al día siguiente fue criticado por ello en los medios. La cuestión es ¿por qué demonios tenía que hacer o decir nada para evitarle el spleen a los fanáticos del Cobain? Esa no es su función. A él hay que exigirle que la economía vaya bien, que sea posible salir adelante y que haya seguridad, nada más. Y los motivos para rebelarse tienen que ver si incumple estos mandatos o si por supuesto deriva en tiranía, no porque no nos da mascaditos argumentos para levantarnos por la mañana.

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