1.8.17

Elogio del olvido, de David Rieff


"Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo". La celebérrima sentencia de George Santayana encabeza la contraportada de la edición española del Elogio del olvido de David Rieff.  No podría estar mejor elegida. En principio parece una idea indiscutible, sensata y humanista: hay que recordar las barbaridades de nuestros antecesores para no volver a cometerlas. Por supuesto, bien pensado, también porta un reverso siniestro, ya que los recuerdos colectivos no existen, son constructos sociales. Personalmente recordamos más o menos verazmente; desde un punto de vista histórico "recordamos" lo que los señores con dinero y pistolas quieren que tengamos por nuestro pasado. La memoria es por definición subjetiva y personal, hacerla colectiva es una narrativa de poder interesada.

O dicho de otra manera: si no lo hemos sufrido en nuestra carne es que nos lo han contado, y por lo tanto hay que sospechar. Si no lo hemos vivido bien puede ser mentira.

El libro de Rieff se desarrolla con bastante tino y valentía. Sus tesis no son cómodas para unas sociedades acostumbradas a que les reescriban la historia a gusto del cotarro de turno. Por supuesto se puede leer en clave española aunque nuestro país solo ocupe un par de páginas, pero queda claro que la usurpación de la historia por los políticos es un tema global.

El autor es estadounidense, pero ha vivido en Irlanda y Australia, además de conocer bien otras latitudes. Se agradece que ejemplifique sus postulados con referencias a varios países. Desmitifica, entre otros, las narraciones de la Guerra Civil norteamericana, el mito fundacional de Australia y, sorprendentemente, toca dos casos bastante intocables: el republicanismo irlandés -la madre de todas las ficciones nacionalistas del siglo XX- y el genocidio judío.

Del primero explica que es una patraña que se inventaron los católicos a posteriori, y cita mucho a Declan Kilberd y Conor Cruise O´Brien, que son dos historiadores irlandeses no muy conocidos aquí pero que sería recomendable leer para entender los nacionalismos europeos irredentos en general. Los rebeldes católicos violentos erigieron su desastre militar del alzamiento de Pascua de 1916 como drama sacro, que es la antítesis de la democracia, ya que al invocar lo sagrado y la sangre de los mártires y todos esos lirismos imposibilita por principio la concordia con el adversario. La idea de una Inglaterra opresora es un injerto en la sociedad irlandesa de después del inicio del conflicto, previamente la mayoría de los irlandeses no compartían ese imaginario.

Y sobre la Shoá se atreve a decir algo que probablemente está en la cabeza de muchos pero nadie se atreve a mencionar: los innúmeros memoriales, museos y actos en recuerdo de los seis millones de víctimas se están deslizando peligrosamente hacia el terreno del kitsch, ya que "la gente usa el hecho de conmoverse como motivo para sentirse superior". Hace tiempo que se ha dejado atrás el imperativo moral de recordar a los muertos. Se manipula el horror con unos fines determinados y se crean narraciones redentoras, pero eso no es ni historia ni conmemoración, ni siquiera un aviso a las generaciones futuras.

 

David Rieff se encuadra claramente en la escuela modernista, que es la que se mueven los historiadores que creen -estamos resumiendo en un brochazo- que las naciones son meras narraciones de invención reciente, y que toda historia nacional o tradición es una patraña. Estos historiadores, cuyo gerifalte sería Eric Hobsbawm, se suelen centrar en analizar los grandes relatos. Rieff aquí se refiere a la recepción de los mismos, sobre todo desde aquello que se ha llamado la "memoria histórica", que es por cierto un oxímoron tremebundo, como bien explica Gustavo Bueno.

El olvido al que se refiere es el colectivo, las supuestas memorias de los pueblos, que no son más que artificios legitimadores del poder. Hay que olvidarse de mitos, y no vivir obsesionado con matar cadáveres, que es lo que se nos pide a diario desde los medios de comunicación.

“Quien no conoce el pasado está condenado a repetirlo, pero quien solo conoce el pasado no podrá ni siquiera repetirlo” que dice Ernesto Castro enmendando a Santayana. Menos regurgitar un pasado mascado por otros y más centrarnos en el presente.

 

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