Cuando los debates políticos se enrocan en
paralogismos absurdos se agradece que alguien niegue la mayor y plantee
un marco dialéctico nuevo. En España llevamos ya casi diez años de
soniquete avinagrado entre el centro y la periferia rebelde. Los
argumentos de ambos suelen ser pueriles, ya que no niegan el
Estado-nación, simplemente discuten sobre cuál de los posibles es el
menos malo. Así, se suceden en los medios un sinfín de diversas
narraciones nacionales cuando ya no necesitamos ni queremos este tipo de
identidades. En un mundo cada vez más pequeño e inmediato, los Estados y
sus correlatos nacionales son inventos arcaicos.
La ciudadanía y sus necesidades se canalizan mejor en las urbes. Por ello el futuro debería pertenecer a las ciudades libres del globo. Las ciudades globalizadas, cosmopolitas y abiertas presentan por otro lado más similaridades entre sí que con sus respectivos países, y por ello los Estados se empecinan en controlarlas.
La ciudadanía y sus necesidades se canalizan mejor en las urbes. Por ello el futuro debería pertenecer a las ciudades libres del globo. Las ciudades globalizadas, cosmopolitas y abiertas presentan por otro lado más similaridades entre sí que con sus respectivos países, y por ello los Estados se empecinan en controlarlas.
La España de las ciudades de J.M. Martí
Font plantea que no hay ninguna excepcionalidad española, y que aquí el
Estado y Autonomías están de acuerdo en algo fundamental: hay que
detener el avance de las metrópolis peninsulares. Estos poderes buscan
el control del territorio y homogeneizar la sociedad, por eso se sienten
más seguros en el campo, con las gentes de pueblo, de las que el autor
habla justificadamente con desprecio. Las ciudades sin embargo no
necesitan ni expandirse ni imponer identidades, respiran mejor con la
libertad y el comercio; son dinamismo y emprendimiento económico. Los
poderes estatales lo saben, lo temen, y hacen lo posible para evitar que
adquieran soberanía.
No hay ciudad importante que no tenga
litigios con el ente autonómico en que esté. Los ejemplos que se dan en
este libro, aun siendo una mínima parte de los existentes, son
abundantes: en Andalucía, la Junta privilegia a la burocrática Sevilla
frente a la innovadora Málaga; en Madrid, la CAM hace lo posible por
frenar a la ciudad, a la que le hubiera ido mejor, según su alcaldesa,
siendo un “distrito federal”; en Cataluña, donde las plañideras
independentistas no hacen más que quejarse de que el Estado les corta
las alas, cualquier forma de autonomía metropolitana barcelonesa es
sistemáticamente torpedeada por la Generalitat. Etc.
Martí Font no
profundiza tampoco mucho en la teoría política. Este es un libro de
divulgación para un lector generalista. De ahí precisamente su fuerza.
Queda claro lo que propone desde la primera página y hay poca trampa en
sus postulados. En todo momento explicita sus simpatías por los
movimientos municipalistas de los Comunes, sobre todo con la alcaldesa
de Barcelona, Ada Colau. Para compensar también ensalza al alcalde
popular de Málaga, Torre Prados, y al socialista Pascual Maragall, pero
se nota que sus esperanzas están en las órbitas de Podemos. Quiere una
nueva política que erradique los discursos nacionalistas y estatalistas,
y entienda que las cosas han cambiado demasiado como para seguir con
esas matracas decimonónicas.
Además de los kilómetros y las horas de estudio que rezuma La España de las ciudades,
del que aprendemos muchas cosas de nuestras urbes, lo más interesante
es el discurso alternativo de país que propone. Por supuesto que es
crítico con el gobierno central del Partido Popular, pero el catalanismo
-el autor es de Mataró- no sale bien parado tampoco. Ambos le
disgustan. Con el resto de las autonomías no es más benevolente. Es
decir, Martín Font quiere una Iberia de ciudades y para ello no cae en
el chantaje emocional de los regiones ni en los tópicos victimistas. Él
está a otras cosas.
Para el autor es fundamental que las ciudades
se conviertan en conurbaciones integrando sus localidades dormitorio,
como Barcelona y periferias; y que las ciudades que por encima de
fronteras se vinculan, como Vigo y Oporto, vean sus realidades plasmadas
en organismos administrativos.
Revitalizar la economía creando
grandes áreas metropolitanas, así como abandonar los nacionalismos
identitarios con una nueva forma de ciudadanía política, son
planteamientos novedosos. Además los esbozos de antropología urbana que
hace, una tanto políticamente incorrectos, son refrescantes; es cierto,
como dice, que los urbanitas nos sentimos más en casa en otra ciudad de
las mismas dimensiones que la nuestra, aunque esté a miles de
kilómetros, que en un pueblo rural de nuestra misma provincia. Madrid se
parece más a Lisboa, por ejemplo, que a un poblado serrano. Sus
problemas son similares y por lo tanto sus soluciones bien deberían de
ser conjuntas.
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