12.10.17

Eros opresor




Es fácil ningunear las vigencias de los demás. Cuando una abuelita le enciende una vela a la virgen de la Candelaria pidiendo sanar la ciática, o cuando un campesino afirma poder vaticinar el clima venidero por los relinchos de su burra, ladeamos la cabeza condescendientes y se nos escapa la sonrisita de superioridad. Si nos pilla con el día militante sostendremos incluso que esas credulidades son una absurdez intolerable y querremos arrastrar a tales sujetos ignorantes hasta la biblioteca más cercana.



 
Porque demoler vigencias ajenas es todo un placer; así nos sentimos la pera limonera. Es la ilusión de liberación de la que nos advierte el psicoanálisis: buscamos un padre autoritario débil para matarlo con facilidad y así engañarnos pensando que nos estamos liberando. Obviamente el padre autoritario fuerte, el que cuesta una vida enterrar, no está fuera, está dentro; son nuestras propias vigencias, no las de los otros. Por eso hay que ser especialmente valiente o insensato para señalar las estupideces que nuestros iguales dan por hecho, o sea, las vigencias en las que nosotros estamos instalados.



 
Hay toda una serie de supersticiones y sumisiones que entran plácidamente por nuestras tragaderas con la pátina del moderneo. El problema es que intentar rebelarse conduce a la exclusión, exclusión de la verdadera, de la que duele, no de ese malditismo autosatisfecho de andar por casa que en el fondo nos hace más molones.



 
Se permite, por ejemplo, decir que las procesiones a Fátima son grotescas, que lo son, pero no que también lo es pasarse horas bajo la lluvia para entrar en el concierto de los Rolling al precio de media mensualidad, cuando no se es capaz de pedir un café con leche en inglés, y encima luego decir que es que te han cambiado la vida, tío, que son la caña.

 
Cada tiempo tiene sus heterodoxos; y las más de las veces no estamos entre ellos. Solo somos rupturistas si miramos hacia fuera o hacia atrás, hacia otros lares o hacia enemigos póstumos, todo así resulta más fácil. Somos así de dóciles.





Coral Herrera Gómez ha publicado un artículo recientemente que viene a desmontar la idea romántica de la pareja. Lo hace desde una perspectiva feminista, lo que está muy bien porque si lo hace servidor siempre podrá ser acusado de ser un falócrata gruñón. Ella da en el clavo. Nos movemos en una sociedad que vive pendiente de las cuestiones amatorias; todo el horizonte conversacional está cubierto de mermelada. Hay tecnología para poblar Marte y el gobierno no puede sacar adelante los presupuestos, pero de lo que hablamos es de echarse novia y de que mi primo no se decide a casarse. Nadie se indigna porque a estas alturas entremos en los bares como animalitos ansiosos que suplican ser mirados, que aguantemos humillaciones y sacrifiquemos nuestra libertad solo para que el superyó no nos penalice por carecer de una relación estable.



 
Pocos parecen plantearse estas cuestiones. Nuestra vigencia es que hay que ser dos para ser normales; es casi un dogma. Hay personas que se echan su primer ligue a los trece años y desde entonces practican una monogamia sucesiva, sin estar ni una semana desemparejados, o sea saltan de pareja en pareja, sin saber quiénes son ellos mismos realmente, porque para esto hay que vivir solo un tiempo y conocer otras prioridades afectivas. Y encima estos seres deficientes se permiten mirar por encima del hombro a los solteros, que aceptan las culpas como lo hace un inocente que ha interiorizado las injurias.



 
Los habitantes de las metrópolis occidentales deambulamos entre clichés y mentiras, así que tampoco es necesario ir de finolis con los foráneos. Sin ir más lejos, nos creemos el discurso amoroso, que es otra forma de sujetarnos, y que está enraizado en la estructura capitalista y amparado por la maquinaria estatal. De hecho es más biopoder y represión que monseñor, el coronel y el banquero juntos. Pero mientras que a estos poderes es posible no tomarlos en cuenta con más o menos facilidad, la vivencia de la soltería tiene algo de hechicería contemporánea vigilada por la inquisición social y feliz de hoy en día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

la soltería, los muchos hijos,los trans, las monjas, todo es brujeria ,hasta la pareja heterosexual para muchos como si entre las parejas homo no hubiera guerritas patriarcales, o no consumieran en los centros comerciales.En este momento del mundo que vivimos, con quien y como viva el votante consumidor importa poco al vendedor que se diversifica velozmente. Entiendo el enfado, pero quiza por las muchas mujeres solas que me rodean, o por experiencias abiertas y dolorosas de juventud,sigo esperando de la pareja un interlocutor privilegiado, compartir problemas y ser como Hansel y Gretel dos frente al huracan.Si es un infierno la huida o la apertura a lo que salte .Quiza por todo esto la pareja sigue siendo para mi la Virgen de Candelaria y le pido milagritos