18.4.18

Materiales para una crítica del futbolismo IV


El término “vigencia” es sobre todo de uso jurídico y tiene dos sentidos: vigencia de vigor, vigens, que está vivo y bien vivo, y vigencia de vigilia o vigilancia, que está despierto, en guardia. Cuando una ley “está vigente” quiere decir que está activa, que hay que respetarla, pero además significa que ella misma de alguna manera no va a permitir que se la irrespete porque permanece alerta. 
Ortega y Gasset hizo de la vigencia una teoría sociológica; y su más fiel discípulo, Julián Marías, se encargó de desarrollarla y darle densidad, sobre todo en su tratado de sociología La estructura social. Aquí Marías nos explica que toda sociedad se hilvana con vigencias sociales; éstas son inevitables, o dicho a lo castizo, hay que comérselas con patatas sí o sí.
Existen y es imposible vivir en grupos humanos sin atenerse a ellas; a veces no sabemos su origen pero siempre conocemos a sus destinatarios: nosotros. Pocas veces se explicitan; están tan incorporadas en el día a día que solo se suele tomar conciencia de ellas cuando se van apagando.
Y es que estamos en las vigencias como estamos sobre el suelo que pisamos. Podemos adherirnos o discrepar, pero no obviarlas.
Las realidades sociales que no nos afectan realmente no son vigencias. O dicho de otra manera, si estamos exentos de posicionarnos es que no es una vigencia. No hace falta reaccionar de alguna determinada manera ante los Hare Krisna porque, salvo que los busquemos, no determinan nada en nuestra cotidianeidad, no ordenan ni desordenan nuestro mundo.
El filósofo afirma que frente a una vigencia no se puede ser impunemente refractario, ya que posicionarse a contracorriente tiene consecuencias. Ante la vigencia de ir de luto en los funerales, escribe por ejemplo en 1955, se puede ir de blanco, pero eso es disentir de la vigencia y el cuerpo social responderá con distintos grados de intimidación para quién lo haga.
Las vigencias tienen distintas capas de espesor según su potencia o longevidad. Para una mujer no es lo mismo -sigue Marías en el mismo libro- la moda del otoño que la convención de que una chica de bien no puede dar el primer paso con un hombre. Vestir ropa del color que dejó de llevarse el año pasado no es tan grave como convertirse en la fresca oficial del barrio.
No todas las vigencias tienen la misma injerencia en nuestras vidas.

Uno de los hechos sociales que Marías señala como vigencia inapelable es el fútbol. Es imposible pretender que el fútbol no existe, que no va con nosotros. Por mucho que lo detestemos somos incapaces de borrarlo de nuestro horizonte. Si un domingo de partido caminamos por las calles veremos a alegres seres simiescos engalanados con los colores de su equipo, contemplaremos cómo nuestra ciudad queda hecha un asco y encima tendremos que pagar la limpieza con nuestros impuestos. Además los miembros de esta simpática subespecie votan, y sus votos tienen la misma importancia que los nuestros. Así nos arrastran con ellos a sus ínferos de atraso y corrupción.
De ahí que el argumento con el que los futboleros y sus aliados nos descalifican sea inválido. Que si simplemente no lo veas, que si deja que cada uno se divierta como quiera. El fútbol no es el buceo marítimo, que ni nos va ni nos viene, es algo que ejerce violencia sobre quien no quiere sumarse, es una vigencia brutal. El fútbol es el trágala de nuestro tiempo. Dejaremos de militar contra él, lo respetaremos como se respeta a alguien con una discapacidad, cuando él deje de meterse en nuestras vidas, de enmierdar esta sociedad. 

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