El término
“vigencia” es sobre todo de uso jurídico y tiene dos sentidos: vigencia de
vigor, vigens, que está vivo y bien
vivo, y vigencia de vigilia o
vigilancia, que está despierto, en guardia. Cuando una ley “está vigente”
quiere decir que está activa, que hay que respetarla, pero además significa que
ella misma de alguna manera no va a permitir que se la irrespete porque permanece
alerta.
Ortega y Gasset
hizo de la vigencia una teoría sociológica; y su más fiel discípulo, Julián
Marías, se encargó de desarrollarla y darle densidad, sobre todo en su tratado
de sociología La estructura social.
Aquí Marías nos explica que toda sociedad se hilvana con vigencias sociales;
éstas son inevitables, o dicho a lo castizo, hay que comérselas con patatas sí
o sí.
Existen y es
imposible vivir en grupos humanos sin atenerse a ellas; a veces no sabemos su
origen pero siempre conocemos a sus destinatarios: nosotros. Pocas veces se
explicitan; están tan incorporadas en el día a día que solo se suele tomar
conciencia de ellas cuando se van apagando.
Y es que estamos
en las vigencias como estamos sobre el suelo que pisamos. Podemos adherirnos o
discrepar, pero no obviarlas.
Las realidades
sociales que no nos afectan realmente no son vigencias. O dicho de otra manera, si estamos exentos de posicionarnos
es que no es una vigencia. No hace falta reaccionar de alguna determinada
manera ante los Hare Krisna porque, salvo que los busquemos, no determinan nada
en nuestra cotidianeidad, no ordenan ni desordenan nuestro mundo.
El filósofo afirma
que frente a una vigencia no se puede ser impunemente refractario, ya que
posicionarse a contracorriente tiene consecuencias. Ante la vigencia de ir de
luto en los funerales, escribe por ejemplo en 1955, se puede ir de blanco, pero
eso es disentir de la vigencia y el cuerpo social responderá con distintos
grados de intimidación para quién lo haga.
Las vigencias
tienen distintas capas de espesor según su potencia o longevidad. Para una mujer
no es lo mismo -sigue Marías en el mismo libro- la moda del otoño que la convención de
que una chica de bien no puede dar el primer paso con un hombre. Vestir ropa
del color que dejó de llevarse el año pasado no es tan grave como convertirse
en la fresca oficial del barrio.
No todas las
vigencias tienen la misma injerencia en nuestras vidas.
Uno de los hechos
sociales que Marías señala como vigencia inapelable es el fútbol. Es imposible
pretender que el fútbol no existe, que no va con nosotros. Por mucho que lo
detestemos somos incapaces de borrarlo de nuestro horizonte. Si un domingo de
partido caminamos por las calles veremos a alegres seres simiescos engalanados
con los colores de su equipo, contemplaremos cómo nuestra ciudad queda hecha un asco
y encima tendremos que pagar la limpieza con nuestros impuestos. Además los
miembros de esta simpática subespecie votan, y sus votos tienen la misma
importancia que los nuestros. Así nos arrastran con ellos a sus ínferos de
atraso y corrupción.
De ahí que el
argumento con el que los futboleros y sus aliados nos descalifican sea inválido.
Que si simplemente no lo veas, que si deja que cada uno se divierta como
quiera. El fútbol no es el buceo marítimo, que ni nos va ni nos viene, es algo
que ejerce violencia sobre quien no quiere sumarse, es una vigencia brutal. El
fútbol es el trágala de nuestro tiempo. Dejaremos de militar contra él, lo
respetaremos como se respeta a alguien con una discapacidad, cuando él deje de
meterse en nuestras vidas, de enmierdar esta sociedad.
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