Leopoldo Zea
El filósofo
mexicano Leopoldo Zea nació en 1912 y murió noventa y dos años después. Más de
cincuenta de ellos estuvo publicando y siendo uno de los pensadores más
reputados de su país. De orígenes humildes, trabajaba en la compañía de
telégrafos hasta que el presidente Cárdenas, Gaos y otros profesores le
promovieron dentro de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde
permanecería siempre. Pertenece a la generación de autores mexicanos nacidos
después de la Revolución, como Octavio Paz y Carlos Fuentes, y que vendrían a
sustituir a Vasconcelos o Ramos como popes culturales nacionales.
Sus libros se
cuentan por docenas; sin embargo, por los que hemos podido consultar, tampoco
hay mucha variedad temática en ellos: Leopoldo Zea es el padre de los Estudios
Latinoamericanos, y este continente, su unidad y liberación, es el principal y
casi único objeto de estudio.
A él se le debe
la revista Latinoamérica. Revista de
Estudios Latinoamericanos. Además, creó muchos centros de estudios
latinoamericanistas en distintos países. Por ejemplo, en 1948 constituyó en
México el grupo filosófico “Hiperión”, donde junto a Luis Villoro y otros
importantes intelectuales se dedica a estudiar lo mexicano.
Tras estar becado
en Estados Unidos, viajó por toda América Latina, y se entrevistó con muchas
personalidades políticas e intelectuales del momento. En Argentina pudo
contemplar in situ el ascenso del
peronismo.
Su pensamiento no
se reconoce como nacionalista, pero algo de eso tiene. Insiste mucho en
estudiar lo universal desde lo regional, lo general desde lo particular, el
mundo desde México. Refractario a ser etiquetado de marxista, abiertamente
hostil a Estados Unidos, sus libros proponen una hermandad antiimperialista de
las regiones del Sur (Asia, Iberoamérica y África) con el apoyo de los dos
países europeos periféricos, España y Rusia, de los que escribirá también
mucho.
Intentó pasar a
la política de joven, pero aquello no cuajó y se mantuvo teóricamente
independiente toda su vida. En el libro Homenaje
a Leopoldo Zea, donde se compilan textos elegíacos de sus discípulos y
amigos, se insiste mucho en su supuesta neutralidad frente al poder. Pero de
hecho estuvo vinculado a varias instituciones gubernamentales toda su vida,
como la vez que vino a España en 1992 de representante de México para el Quinto
Centenario. Más bien parece que fue un compañero de viaje del PRI, como tantos
intelectuales mexicanos del siglo XX. Además, su visión internacional no
desentona mucho con la política exterior que en teoría preconizaba el
sempiterno gobierno priista.
La politización
de su filosofía, por supuesto, no tiene nada de incoherente. El existencialismo
le marcará con profundidad, y la idea sartriana del compromiso emergerá en
todos sus planteamientos. Uno de sus libros, La Filosofía como compromiso de liberación (Biblioteca Ayacucho,
1991), presenta una antología de textos de Zea que, con décadas de diferencia
en su elaboración, presentan incólume este principio.
Este libro es una
buena puerta de entrada a la obra de Zea. Hay otra antología a cargo de la
Universidad Central de Bogotá, Filosofar:
a lo universal por lo profundo (1998), pero se centra demasiado en su
visión de la filosofía.
En La Filosofía como compromiso de liberación encontramos
ordenados los núcleos teóricos de Zea, que básicamente son América Latina y su
historia, y la Filosofía como medio de conciencia latinoamericanista. Además el
libro contiene una breve cronología final con los hitos en la vida de Zea que
es muy cómodo e ilustrativo.
Esta obra nos
sirve también para ver uno de los problemas de las exposiciones de Zea. Aquí,
como en casi todos sus libros, el planteamiento que hace Zea de una idea se
repite varias veces, dentro de un mismo texto, y luego vuelve sobre ella muchas
páginas después cuando ya parecía cerrada. Es un estilo de escritura que
algunos comentaristas denuncian como ingrata y desajustada. Nosotros creemos
que es otra de las herencias orteguianas, esta vez metodológica y no muy
afortunada (las herencias filosóficas las veremos más adelante in extenso). Ortega llamaba a su manera
de escribir el “método de Jericó”: dar vueltas a una idea, mirar cómo enfocarla
desde distintos puntos de vista, hasta poder aprehenderla con fuerza; Leopoldo
Zea trata de hacer algo similar, pero no acaba de convencer en su pericia
técnica.
Leopoldo Zea no
conoció, empero, a Ortega en persona. Por lealtad a José Gaos, que se negó a volver, no quiso visitar España hasta que
acabara a dictadura. Para cuando se decidió, en los años finales de Franco,
Ortega ya había muerto. Su conocimiento de Ortega vino al principio a través de
Gaos y Samuel Ramos. El primero fue, como sabemos, el discípulo más valorado
por Ortega en aquél tiempo, y cuando llegó a México como exiliado, decidió que
lo suyo era más bien un “transterramiento”, que cambiaba una tierra de su
patria por otra, que serviría a su circunstancia mexicana como había servido a
su circunstancia española. Trasladó la filosofía orteguiana al otro bando
atlántico.
El segundo,
Samuel Ramos, ya había integrado a Ortega en la preocupación por México, en El perfil del hombre y la cultura en México (1934),
y tuvo una influencia decisiva en Zea y muchos de sus coetáneos.
Empecemos a ver
cómo influyó Ortega en Zea.
Ortega y eurocentrismo
Evitemos, pues, suplantar con nuestro mundo el de los demás. Otra cosa
llevaría irremediablemente a la incomprensión del prójimo.
Ortega y Gasset. Las Atlántidas
El filósofo
madrileño es conocido por ser el profeta de europeísmo. Para él, en Europa
están las soluciones a los problemas españoles. Predicará la integración
continental y lo que eso representa; “Europa es ciencia”, dirá, sin parecer muy
crítico con el modelo racionalista de la modernidad. Sin embargo, hay varios
textos secundarios suyos donde es evidente que no piensa que desde la periferia
haya que hacer genuflexiones a los ideales europeos.
Hay un trabajo
interesante, fácilmente hallable en Internet, de Alejandro de Haro Honrubia,
profesor de antropología de la Universidad de Castilla-La Mancha, sobre esta
faceta orteguiana: Antropología del
“sentido histórico” de la vida. Una crítica al etnocentrismo cultural
occidental desde Ortega.
Aquí se hace un
repaso a esos primeros escritos de Ortega donde pide una nueva ciencia que
estudie la dimensión cultural del hombre, como en Para una psicología del hombre interesante (1932), o Las Atlántidas (1924), que Zea citaba
constantemente, y en donde pide que no juzguemos a otras culturas desde nuestro
punto de vista, que partamos siempre de la historicidad del hombre, que las
mentalidades cambian, que el tiempo criba, que lo que hoy es salvaje puede que
en su momento fuera lo normal.
Hay un Ortega
claramente antropólogo filosófico, el de ¿Qué
es filosofía? por ejemplo, pero incluso aquí que la vida que propugna como
realidad radical tiene bastante de antropología cultural, “pues estudia al
hombre en circunstancia, deviniendo con ésta social, cultural e históricamente
(…) Si hay, no obstante, un atributo que simbolice toda la vida humana ése no
es otro que su sentido histórico” (Honrubia).
Es decir, que hay
un joven Ortega que aunque parezca fascinado por Europa y “el imperativo de la
modernidad”, como alguien describió su pensamiento, también presentó sus
reproches al eurocentrismo y su respectivo logos. De todas formas, estos textos
“relativistas”, que sorprenden, si bien gustaban a Zea no fueron los que más le
marcaron. Lo que le impregnó más fueron las teorías de la circunstancia, el
perspectivismo y la historia.
Ortega en Zea
Hay dos estudios
que sepamos dedicados a la influencia de Ortega en Zea.
Uno es Entre la jerarquía y la liberación. Ortega y
Gasset y Leopoldo Zea (FCE, 1998) de Tzvi Medin. Bien escrito, a la manera
de las Vidas Paralelas de Plutarco, presta atención a las biografías de los dos
pensadores. Otro es Del
circunstancialismo filosófico de Ortega y Gasset a la filosofía mexicana de
Leopoldo Zea (CCyDEL, 2004) de Guillermo Hernández Flores, más extenso y
menos biográfico que el anterior. Ambos son muy recomendables.
Si nos centramos
en tres teorías capitales orteguianas que marcaron a Zea, podríamos
etiquetarlas por circunstancia, perspectiva e historia.
-Circunstancia
Hernández Flores
explica que el término “circunstancia” aparece mucho en los primeros textos de
Zea, pero que gradualmente va desapareciendo. Lo que no quiere decir que esté
superado u olvidado por el mexicano, lo que sucede es que lo integrado de tal
manera en su pensamiento que ya está implícito en todo lo que escribe. En algún
momento Zea también hablará de “situación” cuando deje sentir el peso de
Sartre.
Zea destaca en
uno de sus primeros libros, Ensayos sobre
filosofía en la historia, la relación entre hombre “con” el mundo, en
tiempos de convivencia, “contra” el mundo, en época de conflicto. De cualquier
manera, la relación es radical y no se puede romper, no se concibe a uno sin el
otro.
No puede, en
cualquier caso, el “yo” desvincularse de la circunstancia, que si en Ortega era
España, en Zea es Latinoamérica. “Cuando la filosofía nos habla de la relación
entre Yo y el mundo, Yo y mi circunstancia, el americano podrá preguntarse:
¿Cuál es mi mundo?, ¿Cuál es mi circunstancia? y la respuesta será en ambos
casos: América” (cita en Hernández Flores, pág 110)
Para Zea la
circunstancia presenta, en el siguiente paso, la misma problematicidad que en
Ortega. No somos pasivos frente a ella, tenemos que hacer algo con ella. El
pensamiento es reacción ante lo que nos encontramos.
La filosofía se
hace así circunstancial, “urgente”, para nuestra salvación. Con la
circunstancia nos llegan unos problemas que habremos de encarar si queremos
seguir viviendo. El problema es que cada circunstancia, con sus problemas, es
única e intransferible, como lo son las consecuentes soluciones. Que la vida
sea auténtica o inauténtica depende de la capacidad de encarar la
circunstancia.
“Filosofía de la
salvación, de salvación de circunstancias” que dirá Leopoldo Zea prologando las
Obras completas de José Gaos.
Y aquí llegamos
hasta la vida como realidad radical y la razón como función vital. Teorías
orteguianas ambas que Zea también suscribe: algo es real cuando se encuentra en
la vida, y la vida es realidad radical por ser donde arraigan todas las cosas.
Y pensar es una función vital que nos lleva a conceptualizar la circunstancia.
En Zea las
conexiones entre vida y circunstancia, y entre vida y razón, que llevan a la
historicidad del pensamiento, siempre le sirven para consolidad su defensa de
un pensamiento circunstancial, esto es, latinoamericano –este principio es el
puntal más importante de su obra, por cierto.
Como hemos dicho,
Zea dejará de usar el término “circunstancia” pero por haberlo integrado ya en
todo su pensamiento. En uno de sus últimos textos dirá: “Toda filosofía es
filosofía universal, pero a partir del hombre concreto. Un latinoamericano
puede ver su problemática universal a partir de lo concreto. Lo concreto no se
puede evitar” (cita en Hernández Flores, pág 127)
-Perspectiva
La perspectiva en
Ortega es el complemento a la circunstancia. También lo es en Zea, que sigue a
su maestro sin contestarle. Simplemente trata de adaptar el concepto a su
realidad transatlántica, lo que llamaría “perspectivismo aplicado”, que
consiste en la reflexión propia adaptándose a los problemas que encara. En
consecuencia, la perspectiva no puede ser nunca fija, cambia a remolque de las
circunstancias y se complementa con otras.
Ortega decía que
los pueblos y las generaciones también tienen perspectiva. En seguida lleva Zea
la doctrina a la cuestión geopolítica. Le preocupa la imposición de la
perspectiva occidental sobre los demás pueblos del globo. Hay hombres que
tratan de imponer su perspectiva sobre otros; pero imponer la perspectiva es
imposible porque las circunstancias son distintas; aceptar la imposición, como
hace un habitante del sur que intenta ser europeo, es ridículo porque es ser
infiel a uno mismo.
Es fundamental
que el hombre del sur se sitúe en su circunstancia y desarrolle su perspectiva
para recuperar su autoestima. Y es necesario que el hombre occidental entienda
lo contingente de sus propios planteamientos, lo imposible de su exportación.
Ambos tienen que entender lo relativo e infinito de las perspectivas, y
entonces será posible la verdadera universalidad: la que se construye
comprendiendo al Otro, no despojándole de su perspectiva (Zea ejemplarizará
esta idea con la relación EEUU-México).
Para Zea hay dos
mundos, el Occidental y el de los pueblos sometidos a su hegemonía. Ambos
tienen un punto de vista, pero el de los primeros les es propio y consecuencia
de sus vivencias. Pero el segundo tiene una perspectiva que es “reflejo”,
imposición del mundo occidental. En la aceptación de esto ve Zea la
configuración de una “periferia”.
En un mundo donde
el aislamiento es cada vez más difícil, las perspectivas conviven y es
imposible eludir su confrontación, así que hoy el tema de las perspectivas de
los pueblos está especialmente viva.
-Historia
La razón
histórica orteguiana también definió desde el principio el pensamiento de Zea.
Vivir es convivir
porque el hombre no existe solo, con los demás aprende y aprovecha de las
experiencias pasadas para avanzar. De la convivencia y el recuerdo, dice Zea,
se deduce que el hombre es histórico. La historia no es algo ajeno o
trascendental, es simplemente la naturaleza del hombre-frente a las cosas que
“son”, el hombre “se hace”. El hombre es un continuo hacerse en libertad.
El pasado actúa
en el presente. Por ello es importante conocer el pasado, contarnos nuestra
propia historia. No podemos repudiarla. En México se intentó hacerlo, nos dice
Zea, y por ello ahora el mexicano tiene una “conciencia escindida”, fruto de
una desproporción entre los proyectos futuros y el ignoto pasado que los
hubieran hecho posibles.
El pasado solo
puede ser negado si lo hacemos dialécticamente, asimilándolo, pero eso no es lo
que se ha hecho en México. Hace falta crear conciencia histórica, donde ningún
hecho es minusvalorado ni ninguna forma de expresión, nos dice en América como conciencia (1953).
En todas sus
reflexiones sobre la historia, Zea está en guerra con Hegel, que nunca pudo
imaginarse el escozor que provocarían sus teorías al occidente del Atlántico. También
lucha con lo que de hegeliano hay en Ortega, aunque al pensador madrileño le
perdona todo mejor.
Zea establece de
hecho un paralelismo entre la lucha orteguiana por incorporar España a Europa,
olvidando un pasado imperial que bloquea el futuro, y la necesidad de unificar
Latinoamérica mirando al futuro, evitando que los “muertos dominen a los vivos”
–metáfora nada inocente para el contexto cultural mexicano, por cierto.
España en Leopoldo Zea
Zea visitó España
en varias ocasiones y es tal vez el país no americano al que dedica más textos.
La España de la que él habla se identifica con las reflexiones de Gaos en Confesiones de un transterrado (1963),
donde el filósofo asturiano dice que nuestro país fue también conquistado por
una Monarquía Católica antinacional, como lo fue el Nuevo Mundo : “España es el
último país hispanoamericano que queda por independizar del pasado imperial
común, convirtiéndose en una república pareja de las americanas”.
La idea que ambos
tienen es que España es víctima de un imperialismo católico que ha creído
domeñar pero que de hecho le ha perjudicado. Una vez que se libre de él, que
ese tiempo está encarnado en Franco, podrá pedir como una república hispana más
su ingreso en la mancomunidad latinoamericana, donde será mejor que aceptada
que en Europa, donde España -como Rusia- no encaja por mucho que mantenga su
“ilusión”, en todos los sentidos del término, de ser europea.
Zea es
responsable de una antología de textos con el diciente título de España: última colonia de sí misma (FCE,
2001), donde distintos autores analizan la crisis del 98. Pero sobre todo estas
ideas sobre España se tratan en su libro Discurso
desde la marginación y la barbarie (Anthopos, 1988), que dedica a la
memoria de Gaos.
Para Zea, España,
las Islas Británicas y Rusia (que entonces es URSS) tienen una situación
geográficamente periférica, que también se puede entender culturalmente, con
respecto a Europa. Sus destinos están precisamente en aceptar lo que ya son y
dejar de llamar a las puertas de un continente, cuyo núcleo franco-alemán, les
es hostil.
Immanuel
Wallerstein no aparece citado en ningún momento, pero sabemos que influyó
poderosamente en el grupo de Dussel, así que es más que probable que Zea
conociera la teoría del sistema-mundo del neoyorquino. De hecho, mientras
leemos este libro de Zea no podemos dejar de intuir de fondo esa visión de
capitalismo como un sistema que busca un centro, y que va moviendo dejando
luego con una política de tierra quemada. España fue ese centro hasta que dejó
de ser útil, y entonces pasó a la periferia, que para el eurocentrismo es lo
mismo que barbarie.
Lejos de
avergonzarse de ser barbarie, lo que hay es que hacer bandera de ello.
“Bárbaro” es el calificativo que utilizan los imperios cuando quieren someter a
alguien. Se busca incorporarlos al logos
europeo como medio de modernización. Lo que hay que preguntarse, dice Zea, es
si es buena esa incorporación.
El sitio de
España está con sus repúblicas hermanas frente a esa tesitura, o sea, en la
barbarie.
Zea y la polémica Gaos-Nicol
Entre los
intelectuales españoles exiliados en México, como es sabido, no imperó la
armonía. Muchas veces viejas disputas, o nuevos enfrentamientos, agriaron las
relaciones y tensaron hasta romper los lazos que los unían. Una de las
enemistades más destacadas fue la de Gaos y Eduardo Nicol, que aquí nos
interesa mucho por la adscripción de Zea a uno de los bandos.
Mari Paz Balibrea
contribuye al volumen colectivo Pensamiento
español exiliado: el legado filosófico del 39 y su dimensión iberoamericana (Csic,
2010) con un artículo llamado “Occidentalismo e integración disciplinaria:
Eduardo Nicol frente a América”. En él nos basamos para las siguientes líneas.
Eduardo Nicol
había nacido en Barcelona en 1907. En los años de la II República y la Guerra
Civil formó parte de instituciones de la Generalitat. Luego se tendrá que exiliar
en México, donde se vinculará a la UNAM. Su obra es menos famosa que la de Gaos
y hoy más olvidada si cabe, pero interesa sobre todo como contrapunto de las
teorías de Ortega-Gaos-Zea.
De Nicol hay dos
libros primeros que anuncian que el diálogo no va a ser fácil: Conciencia de España (1949) e Historicismo y existencialismo (1950).
En ellos denuncia el nacionalismo del pensamiento español en general y de
Ortega en particular. Y Nicol, como catalanista, quiere dejar claro que el
discurso españolista no corresponde con la realidad del país. Gaos le
responderá con mucha agresividad, insultos personales según parece, en parte
porque si Ortega caía en el desprestigio, su propio prestigio de discípulo
podría verse mermado.
Luego, en 1961,
apareció otro libro de Nicol, El problema
de la filosofía hispánica, que parece escrito contra todo lo que defiende
Zea.
En este libro
Nicol sostiene que no hay más filosofía que la que se hizo en la Grecia
Clásica, que no hay verdadero pensamiento fuera de allí. Puesto que los
españoles tenían al mundo clásico asimilado, la Conquista fue positiva porque
incorporó a los indígenas a la Razón. Pero de todas formas si lo español es
mejor que lo indígena, es por lo que tiene de griego. El pensamiento hispánico
no vale por sí mismo y debe de ser absorbido a su vez por la filosofía
universal.
Pudiera parecer
que a los pensadores mexicanos más o menos nacionalistas les parecería bien el
discurso antiespañol de Nicol. Pero no fue así. Zea despreció también a Nicol;
escribió “Ortega, el americano” donde dice que las teorías de Ortega de la
circunstancia y la perspectiva han servido para el latinoamericanismo. Además
donde Ortega pide una reconstrucción de España, una filosofía española, se
puede pedir una filosofía mexicana para la era post revolucionaria, algo que
con la filosofía universalista de Nicol es imposible.
Balibrea concluye
así su artículo: “Paradójicamente, aquellas posturas de la filosofía hispánica
que tanto Nicol denostó, en lo filosófico por su poco rigor y en lo político
por su implicación en la difusión de una idea errónea y perjudicial de la
historia y el “ser” españoles, posturas en definitiva tan eurocéntricas como
las de él, demostraron ser mucho más fértiles en su implantación en el
pensamiento latinoamericano que la suya propia”.
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