14.5.18

Leopoldo Zea (Con Ortega al fondo)



Leopoldo Zea

El filósofo mexicano Leopoldo Zea nació en 1912 y murió noventa y dos años después. Más de cincuenta de ellos estuvo publicando y siendo uno de los pensadores más reputados de su país. De orígenes humildes, trabajaba en la compañía de telégrafos hasta que el presidente Cárdenas, Gaos y otros profesores le promovieron dentro de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde permanecería siempre. Pertenece a la generación de autores mexicanos nacidos después de la Revolución, como Octavio Paz y Carlos Fuentes, y que vendrían a sustituir a Vasconcelos o Ramos como popes culturales nacionales.

Sus libros se cuentan por docenas; sin embargo, por los que hemos podido consultar, tampoco hay mucha variedad temática en ellos: Leopoldo Zea es el padre de los Estudios Latinoamericanos, y este continente, su unidad y liberación, es el principal y casi único objeto de estudio.

A él se le debe la revista Latinoamérica. Revista de Estudios Latinoamericanos. Además, creó muchos centros de estudios latinoamericanistas en distintos países. Por ejemplo, en 1948 constituyó en México el grupo filosófico “Hiperión”, donde junto a Luis Villoro y otros importantes intelectuales se dedica a estudiar lo mexicano.

Tras estar becado en Estados Unidos, viajó por toda América Latina, y se entrevistó con muchas personalidades políticas e intelectuales del momento. En Argentina pudo contemplar in situ el ascenso del peronismo.

Su pensamiento no se reconoce como nacionalista, pero algo de eso tiene. Insiste mucho en estudiar lo universal desde lo regional, lo general desde lo particular, el mundo desde México. Refractario a ser etiquetado de marxista, abiertamente hostil a Estados Unidos, sus libros proponen una hermandad antiimperialista de las regiones del Sur (Asia, Iberoamérica y África) con el apoyo de los dos países europeos periféricos, España y Rusia, de los que escribirá también mucho.  


Intentó pasar a la política de joven, pero aquello no cuajó y se mantuvo teóricamente independiente toda su vida. En el libro Homenaje a Leopoldo Zea, donde se compilan textos elegíacos de sus discípulos y amigos, se insiste mucho en su supuesta neutralidad frente al poder. Pero de hecho estuvo vinculado a varias instituciones gubernamentales toda su vida, como la vez que vino a España en 1992 de representante de México para el Quinto Centenario. Más bien parece que fue un compañero de viaje del PRI, como tantos intelectuales mexicanos del siglo XX. Además, su visión internacional no desentona mucho con la política exterior que en teoría preconizaba el sempiterno gobierno priista.

La politización de su filosofía, por supuesto, no tiene nada de incoherente. El existencialismo le marcará con profundidad, y la idea sartriana del compromiso emergerá en todos sus planteamientos. Uno de sus libros, La Filosofía como compromiso de liberación (Biblioteca Ayacucho, 1991), presenta una antología de textos de Zea que, con décadas de diferencia en su elaboración, presentan incólume este principio. 

Este libro es una buena puerta de entrada a la obra de Zea. Hay otra antología a cargo de la Universidad Central de Bogotá, Filosofar: a lo universal por lo profundo (1998), pero se centra demasiado en su visión de la filosofía.  

En La Filosofía como compromiso de liberación encontramos ordenados los núcleos teóricos de Zea, que básicamente son América Latina y su historia, y la Filosofía como medio de conciencia latinoamericanista. Además el libro contiene una breve cronología final con los hitos en la vida de Zea que es muy cómodo e ilustrativo.

Esta obra nos sirve también para ver uno de los problemas de las exposiciones de Zea. Aquí, como en casi todos sus libros, el planteamiento que hace Zea de una idea se repite varias veces, dentro de un mismo texto, y luego vuelve sobre ella muchas páginas después cuando ya parecía cerrada. Es un estilo de escritura que algunos comentaristas denuncian como ingrata y desajustada. Nosotros creemos que es otra de las herencias orteguianas, esta vez metodológica y no muy afortunada (las herencias filosóficas las veremos más adelante in extenso). Ortega llamaba a su manera de escribir el “método de Jericó”: dar vueltas a una idea, mirar cómo enfocarla desde distintos puntos de vista, hasta poder aprehenderla con fuerza; Leopoldo Zea trata de hacer algo similar, pero no acaba de convencer en su pericia técnica.  

Leopoldo Zea no conoció, empero, a Ortega en persona. Por lealtad a José Gaos, que se negó  a volver, no quiso visitar España hasta que acabara a dictadura. Para cuando se decidió, en los años finales de Franco, Ortega ya había muerto. Su conocimiento de Ortega vino al principio a través de Gaos y Samuel Ramos. El primero fue, como sabemos, el discípulo más valorado por Ortega en aquél tiempo, y cuando llegó a México como exiliado, decidió que lo suyo era más bien un “transterramiento”, que cambiaba una tierra de su patria por otra, que serviría a su circunstancia mexicana como había servido a su circunstancia española. Trasladó la filosofía orteguiana al otro bando atlántico.

El segundo, Samuel Ramos, ya había integrado a Ortega en la preocupación por México, en El perfil del hombre y la cultura en México (1934), y tuvo una influencia decisiva en Zea y muchos de sus coetáneos.

Empecemos a ver cómo influyó Ortega en Zea.



Ortega y eurocentrismo

Evitemos, pues, suplantar con nuestro mundo el de los demás. Otra cosa llevaría irremediablemente a la incomprensión del prójimo.

Ortega y Gasset. Las Atlántidas

El filósofo madrileño es conocido por ser el profeta de europeísmo. Para él, en Europa están las soluciones a los problemas españoles. Predicará la integración continental y lo que eso representa; “Europa es ciencia”, dirá, sin parecer muy crítico con el modelo racionalista de la modernidad. Sin embargo, hay varios textos secundarios suyos donde es evidente que no piensa que desde la periferia haya que hacer genuflexiones a los ideales europeos.

Hay un trabajo interesante, fácilmente hallable en Internet, de Alejandro de Haro Honrubia, profesor de antropología de la Universidad de Castilla-La Mancha, sobre esta faceta orteguiana: Antropología del “sentido histórico” de la vida. Una crítica al etnocentrismo cultural occidental desde Ortega.

Aquí se hace un repaso a esos primeros escritos de Ortega donde pide una nueva ciencia que estudie la dimensión cultural del hombre, como en Para una psicología del hombre interesante (1932), o Las Atlántidas (1924), que Zea citaba constantemente, y en donde pide que no juzguemos a otras culturas desde nuestro punto de vista, que partamos siempre de la historicidad del hombre, que las mentalidades cambian, que el tiempo criba, que lo que hoy es salvaje puede que en su momento fuera lo normal.

Hay un Ortega claramente antropólogo filosófico, el de ¿Qué es filosofía? por ejemplo, pero incluso aquí que la vida que propugna como realidad radical tiene bastante de antropología cultural, “pues estudia al hombre en circunstancia, deviniendo con ésta social, cultural e históricamente (…) Si hay, no obstante, un atributo que simbolice toda la vida humana ése no es otro que su sentido histórico” (Honrubia).         

Es decir, que hay un joven Ortega que aunque parezca fascinado por Europa y “el imperativo de la modernidad”, como alguien describió su pensamiento, también presentó sus reproches al eurocentrismo y su respectivo logos. De todas formas, estos textos “relativistas”, que sorprenden, si bien gustaban a Zea no fueron los que más le marcaron. Lo que le impregnó más fueron las teorías de la circunstancia, el perspectivismo y la historia.



Ortega en Zea

Hay dos estudios que sepamos dedicados a la influencia de Ortega en Zea.

Uno es Entre la jerarquía y la liberación. Ortega y Gasset y Leopoldo Zea (FCE, 1998) de Tzvi Medin. Bien escrito, a la manera de las Vidas Paralelas de Plutarco, presta atención a las biografías de los dos pensadores. Otro es Del circunstancialismo filosófico de Ortega y Gasset a la filosofía mexicana de Leopoldo Zea (CCyDEL, 2004) de Guillermo Hernández Flores, más extenso y menos biográfico que el anterior. Ambos son muy recomendables.

Si nos centramos en tres teorías capitales orteguianas que marcaron a Zea, podríamos etiquetarlas por circunstancia, perspectiva e historia.  



-Circunstancia

Hernández Flores explica que el término “circunstancia” aparece mucho en los primeros textos de Zea, pero que gradualmente va desapareciendo. Lo que no quiere decir que esté superado u olvidado por el mexicano, lo que sucede es que lo integrado de tal manera en su pensamiento que ya está implícito en todo lo que escribe. En algún momento Zea también hablará de “situación” cuando deje sentir el peso de Sartre.

Zea destaca en uno de sus primeros libros, Ensayos sobre filosofía en la historia, la relación entre hombre “con” el mundo, en tiempos de convivencia, “contra” el mundo, en época de conflicto. De cualquier manera, la relación es radical y no se puede romper, no se concibe a uno sin el otro.

No puede, en cualquier caso, el “yo” desvincularse de la circunstancia, que si en Ortega era España, en Zea es Latinoamérica. “Cuando la filosofía nos habla de la relación entre Yo y el mundo, Yo y mi circunstancia, el americano podrá preguntarse: ¿Cuál es mi mundo?, ¿Cuál es mi circunstancia? y la respuesta será en ambos casos: América” (cita en Hernández Flores, pág 110)

Para Zea la circunstancia presenta, en el siguiente paso, la misma problematicidad que en Ortega. No somos pasivos frente a ella, tenemos que hacer algo con ella. El pensamiento es reacción ante lo que nos encontramos.

La filosofía se hace así circunstancial, “urgente”, para nuestra salvación. Con la circunstancia nos llegan unos problemas que habremos de encarar si queremos seguir viviendo. El problema es que cada circunstancia, con sus problemas, es única e intransferible, como lo son las consecuentes soluciones. Que la vida sea auténtica o inauténtica depende de la capacidad de encarar la circunstancia.

“Filosofía de la salvación, de salvación de circunstancias” que dirá Leopoldo Zea prologando las Obras completas de José Gaos. 

Y aquí llegamos hasta la vida como realidad radical y la razón como función vital. Teorías orteguianas ambas que Zea también suscribe: algo es real cuando se encuentra en la vida, y la vida es realidad radical por ser donde arraigan todas las cosas. Y pensar es una función vital que nos lleva a conceptualizar la circunstancia.

En Zea las conexiones entre vida y circunstancia, y entre vida y razón, que llevan a la historicidad del pensamiento, siempre le sirven para consolidad su defensa de un pensamiento circunstancial, esto es, latinoamericano –este principio es el puntal más importante de su obra, por cierto.

Como hemos dicho, Zea dejará de usar el término “circunstancia” pero por haberlo integrado ya en todo su pensamiento. En uno de sus últimos textos dirá: “Toda filosofía es filosofía universal, pero a partir del hombre concreto. Un latinoamericano puede ver su problemática universal a partir de lo concreto. Lo concreto no se puede evitar” (cita en Hernández Flores, pág 127)



-Perspectiva

La perspectiva en Ortega es el complemento a la circunstancia. También lo es en Zea, que sigue a su maestro sin contestarle. Simplemente trata de adaptar el concepto a su realidad transatlántica, lo que llamaría “perspectivismo aplicado”, que consiste en la reflexión propia adaptándose a los problemas que encara. En consecuencia, la perspectiva no puede ser nunca fija, cambia a remolque de las circunstancias y se complementa con otras.

Ortega decía que los pueblos y las generaciones también tienen perspectiva. En seguida lleva Zea la doctrina a la cuestión geopolítica. Le preocupa la imposición de la perspectiva occidental sobre los demás pueblos del globo. Hay hombres que tratan de imponer su perspectiva sobre otros; pero imponer la perspectiva es imposible porque las circunstancias son distintas; aceptar la imposición, como hace un habitante del sur que intenta ser europeo, es ridículo porque es ser infiel a uno mismo.

Es fundamental que el hombre del sur se sitúe en su circunstancia y desarrolle su perspectiva para recuperar su autoestima. Y es necesario que el hombre occidental entienda lo contingente de sus propios planteamientos, lo imposible de su exportación. Ambos tienen que entender lo relativo e infinito de las perspectivas, y entonces será posible la verdadera universalidad: la que se construye comprendiendo al Otro, no despojándole de su perspectiva (Zea ejemplarizará esta idea con la relación EEUU-México).

Para Zea hay dos mundos, el Occidental y el de los pueblos sometidos a su hegemonía. Ambos tienen un punto de vista, pero el de los primeros les es propio y consecuencia de sus vivencias. Pero el segundo tiene una perspectiva que es “reflejo”, imposición del mundo occidental. En la aceptación de esto ve Zea la configuración de una “periferia”.

En un mundo donde el aislamiento es cada vez más difícil, las perspectivas conviven y es imposible eludir su confrontación, así que hoy el tema de las perspectivas de los pueblos está especialmente viva.



-Historia

La razón histórica orteguiana también definió desde el principio el pensamiento de Zea.

Vivir es convivir porque el hombre no existe solo, con los demás aprende y aprovecha de las experiencias pasadas para avanzar. De la convivencia y el recuerdo, dice Zea, se deduce que el hombre es histórico. La historia no es algo ajeno o trascendental, es simplemente la naturaleza del hombre-frente a las cosas que “son”, el hombre “se hace”. El hombre es un continuo hacerse en libertad.

El pasado actúa en el presente. Por ello es importante conocer el pasado, contarnos nuestra propia historia. No podemos repudiarla. En México se intentó hacerlo, nos dice Zea, y por ello ahora el mexicano tiene una “conciencia escindida”, fruto de una desproporción entre los proyectos futuros y el ignoto pasado que los hubieran hecho posibles.

El pasado solo puede ser negado si lo hacemos dialécticamente, asimilándolo, pero eso no es lo que se ha hecho en México. Hace falta crear conciencia histórica, donde ningún hecho es minusvalorado ni ninguna forma de expresión, nos dice en América como conciencia (1953).

En todas sus reflexiones sobre la historia, Zea está en guerra con Hegel, que nunca pudo imaginarse el escozor que provocarían sus teorías al occidente del Atlántico. También lucha con lo que de hegeliano hay en Ortega, aunque al pensador madrileño le perdona todo mejor.

Zea establece de hecho un paralelismo entre la lucha orteguiana por incorporar España a Europa, olvidando un pasado imperial que bloquea el futuro, y la necesidad de unificar Latinoamérica mirando al futuro, evitando que los “muertos dominen a los vivos” –metáfora nada inocente para el contexto cultural mexicano, por cierto.



España en Leopoldo Zea

Zea visitó España en varias ocasiones y es tal vez el país no americano al que dedica más textos. La España de la que él habla se identifica con las reflexiones de Gaos en Confesiones de un transterrado (1963), donde el filósofo asturiano dice que nuestro país fue también conquistado por una Monarquía Católica antinacional, como lo fue el Nuevo Mundo : “España es el último país hispanoamericano que queda por independizar del pasado imperial común, convirtiéndose en una república pareja de las americanas”.

La idea que ambos tienen es que España es víctima de un imperialismo católico que ha creído domeñar pero que de hecho le ha perjudicado. Una vez que se libre de él, que ese tiempo está encarnado en Franco, podrá pedir como una república hispana más su ingreso en la mancomunidad latinoamericana, donde será mejor que aceptada que en Europa, donde España -como Rusia- no encaja por mucho que mantenga su “ilusión”, en todos los sentidos del término, de ser europea.

Zea es responsable de una antología de textos con el diciente título de España: última colonia de sí misma (FCE, 2001), donde distintos autores analizan la crisis del 98. Pero sobre todo estas ideas sobre España se tratan en su libro Discurso desde la marginación y la barbarie (Anthopos, 1988), que dedica a la memoria de Gaos.

Para Zea, España, las Islas Británicas y Rusia (que entonces es URSS) tienen una situación geográficamente periférica, que también se puede entender culturalmente, con respecto a Europa. Sus destinos están precisamente en aceptar lo que ya son y dejar de llamar a las puertas de un continente, cuyo núcleo franco-alemán, les es hostil.

Immanuel Wallerstein no aparece citado en ningún momento, pero sabemos que influyó poderosamente en el grupo de Dussel, así que es más que probable que Zea conociera la teoría del sistema-mundo del neoyorquino. De hecho, mientras leemos este libro de Zea no podemos dejar de intuir de fondo esa visión de capitalismo como un sistema que busca un centro, y que va moviendo dejando luego con una política de tierra quemada. España fue ese centro hasta que dejó de ser útil, y entonces pasó a la periferia, que para el eurocentrismo es lo mismo que barbarie.           

Lejos de avergonzarse de ser barbarie, lo que hay es que hacer bandera de ello. “Bárbaro” es el calificativo que utilizan los imperios cuando quieren someter a alguien. Se busca incorporarlos al logos europeo como medio de modernización. Lo que hay que preguntarse, dice Zea, es si es buena esa incorporación.

El sitio de España está con sus repúblicas hermanas frente a esa tesitura, o sea, en la barbarie.   



Zea y la polémica Gaos-Nicol

Entre los intelectuales españoles exiliados en México, como es sabido, no imperó la armonía. Muchas veces viejas disputas, o nuevos enfrentamientos, agriaron las relaciones y tensaron hasta romper los lazos que los unían. Una de las enemistades más destacadas fue la de Gaos y Eduardo Nicol, que aquí nos interesa mucho por la adscripción de Zea a uno de los bandos.

Mari Paz Balibrea contribuye al volumen colectivo Pensamiento español exiliado: el legado filosófico del 39 y su dimensión iberoamericana (Csic, 2010) con un artículo llamado “Occidentalismo e integración disciplinaria: Eduardo Nicol frente a América”. En él nos basamos para las siguientes líneas.

Eduardo Nicol había nacido en Barcelona en 1907. En los años de la II República y la Guerra Civil formó parte de instituciones de la Generalitat. Luego se tendrá que exiliar en México, donde se vinculará a la UNAM. Su obra es menos famosa que la de Gaos y hoy más olvidada si cabe, pero interesa sobre todo como contrapunto de las teorías de Ortega-Gaos-Zea.

De Nicol hay dos libros primeros que anuncian que el diálogo no va a ser fácil: Conciencia de España (1949) e Historicismo y existencialismo (1950). En ellos denuncia el nacionalismo del pensamiento español en general y de Ortega en particular. Y Nicol, como catalanista, quiere dejar claro que el discurso españolista no corresponde con la realidad del país. Gaos le responderá con mucha agresividad, insultos personales según parece, en parte porque si Ortega caía en el desprestigio, su propio prestigio de discípulo podría verse mermado.

Luego, en 1961, apareció otro libro de Nicol, El problema de la filosofía hispánica, que parece escrito contra todo lo que defiende Zea.

En este libro Nicol sostiene que no hay más filosofía que la que se hizo en la Grecia Clásica, que no hay verdadero pensamiento fuera de allí. Puesto que los españoles tenían al mundo clásico asimilado, la Conquista fue positiva porque incorporó a los indígenas a la Razón. Pero de todas formas si lo español es mejor que lo indígena, es por lo que tiene de griego. El pensamiento hispánico no vale por sí mismo y debe de ser absorbido a su vez por la filosofía universal.

Pudiera parecer que a los pensadores mexicanos más o menos nacionalistas les parecería bien el discurso antiespañol de Nicol. Pero no fue así. Zea despreció también a Nicol; escribió “Ortega, el americano” donde dice que las teorías de Ortega de la circunstancia y la perspectiva han servido para el latinoamericanismo. Además donde Ortega pide una reconstrucción de España, una filosofía española, se puede pedir una filosofía mexicana para la era post revolucionaria, algo que con la filosofía universalista de Nicol es imposible.   

Balibrea concluye así su artículo: “Paradójicamente, aquellas posturas de la filosofía hispánica que tanto Nicol denostó, en lo filosófico por su poco rigor y en lo político por su implicación en la difusión de una idea errónea y perjudicial de la historia y el “ser” españoles, posturas en definitiva tan eurocéntricas como las de él, demostraron ser mucho más fértiles en su implantación en el pensamiento latinoamericano que la suya propia”.


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