3.6.18

Milan Kundera y el totalitarismo kitsch, de Ivan Vicente Padilla Chasing




Milan Kundera es un escritor paradigmático del buen hacer. En El arte de la novela afirma cultivar el “ensayo específicamente novelesco”, y en sus ficciones abundan las digresiones ensayísticas explícitas. Al final estos injertos dan un estilo propio a sus novelas, muy del gusto de su legión de lectores leales, y las enriquecen.

Desde luego para quien no tiene tiempo para leer libros menores -seguramente porque hace cosas heroicas como trabajar o sacar adelante una familia-, y necesita recomendaciones literarias certeras, este autor checo es la mejor garantía, ya que casi todos sus libros son de gran calidad literaria y buena sazón intelectual.

No existen, que sepamos, grandes estudios en nuestro idioma sobre el aspecto ensayístico de Kundera. Por eso saludamos Milan Kundera y el totalitarismo kitsch. Dictadura de conciencias y demagogia de sentimientos de Iván Vicente Padilla Chasing, libro a priori inaudible, ya que fue publicado por la Universidad Nacional de Colombia en el 2010 y su destino parecía ser no salir de ese hábitat, pero que sin embargo está teniendo una vida más larga gracias a internet.

Son 170 páginas en los que se estudian los conceptos y reflexiones que lanza Kundera en sus libros, especialmente en los tres más reseñados aquí: el mencionado El arte de la novela, La inmortalidad y La insoportable levedad del ser.

El eje central del estudio de Padilla es el concepto de “kitsch”, que como nos recuerda el profesor colombiano empezó siendo un término para designar lo cursi o excesivo en el arte, y que fue derivando y creciendo en espiral ampliando sus significados y connotaciones, y que finalmente en Kundera adquiere un sentido político y sociológico de gran perspicacia y hondura. Está desarrollado en los distintos libros, pero sobre todo en La insoportable levedad del ser. El kitsch es ese imperativo que nos obliga a conmovernos de una manera determinada, a marchar con la multitud con los ojos acuosos y finalmente a reverenciar al que manda. Tiene que ver con la huida del miedo a la muerte y la desorientación vital. “El kitsch es incompatible con la mierda”; supone “mirarse en el espejo del engaño embellecedor y reconocerse en él con emocionada satisfacción”. Es lo que nos hace gesticuladores autosatisfechos, lo que nos impulsa a darnos palmaditas en la espalda porque pensamos que estamos más vivos cuando caminamos por sendas trilladas.

Es kitsch el nacionalista que se emociona porque ve su bandera, y además se emociona de nuevo luego por haberse emocionado en el primer momento; considera que tanta emoción demuestra su natural autenticidad. Es kitsch la pareja que juega a discutir dentro de un bar para luego poder reconciliarse en la calle, en la noche y bajo la lluvia, felices porque actúan como en las películas románticas. Es kitsch el cuñado que pontifica a favor de la causa política de moda ante sus amigos, y mientras habla se contempla a sí mismo orgulloso, situado a la altura de los tiempos…     

Además existe toda una constelación de conceptos que giran en torno a este principio axial, como, entre muchos otros, “homo sentimentalis”, “infantocracia”, ”imagología” o ”levedad”. 

Para Kundera la civilización postindustrial ha conseguido producir en serie toda clase de objetos y bienes de consumo, pero también ha conseguido serializar los sentimientos, a los que ha convertido en derechos inviolables para el hombre europeo. La Ilustración quiso poner a los sentimientos, por naturaleza irracionales, bajo vigilancia; los poderes actuales han descubierto que pueden crear esos sentimientos primero, difundirlos en su manera más obscena (“kitsch”) después, y terminar por convertirse en sus adalides ante el “homo sentimentalis”, el ciudadano de la nueva “infantocracia”, que defiende sus emociones prefabricadas con pataletas y llantos.

Kundera creció bajo el comunismo. Le llamaba la atención su poderío estético y esa capacidad de movilizar incluso a los que no estaban a favor. La explicación que encuentra es que la ideología había sido sustituida por la “imagología”, que no busca tanto convencer como crear un idioma que haya que hablar necesariamente. Como dice en La inmortalidad, donde desarrolla el concepto, las ideologías sucumben a la realidad, pero la “imagología” no, porque ella misma crea la realidad. La propaganda soviética es hoy equivalente a la publicidad capitalista. Tenemos un “sistema imagológico” que controla los medios y decide que anhelamos y quiénes queremos ser. Desde unos despachos en algún sitio lejano, alguien con una corbata cara decide que este año vamos a suspirar por las pelirrojas, que nos sentiremos más nosotros mismos con ropas de colores cálidos, y que ya no queremos tener un coche en propiedad porque nos hemos vuelto muy ecológicos.   

Y de fondo, “la levedad”, una vida cruda y cruel que no nos promete nada, que nos es hostil. Vamos a morir y a poca gente le importará. Los personajes de Kundera buscan desnudarse ante los otros para que las miradas les atrapen y ser así inmortales –“Todos necesitamos alguien que nos mire”-, pero siempre vuelve la certeza de que nada importa nada. Los otros no nos salvarán. El socorrido amor tampoco parece ser la solución, ya que aparece siempre mediatizado por el kitsch.

Solo nos queda contarnos historias para seguir adelante; lástima que las de ahora estén tan trilladas…

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