8.9.18

Lejos de mí, de Clément Rosset



La obra de Clément Rosset crece en espiral. Desde un centro nucleado en torno al problema de lo real, sus reflexiones se plasman en libros breves que escribe regularmente para matizar un poco más lo dicho anteriormente; pero siempre habla de lo mismo.  Para este filósofo francés, lo que llamamos “real” es una cosa idiota y cruel, o sea muy poca cosa, y por eso inventamos “dobles” salvíficos que tratan de dar cierto sentido a todo, y evitan así que veamos este puerco mundo tal cual es y queramos saltar debajo de un autobús.

Paradójicamente es un tipo muy divertido; a veces incluso hilarante.

Hay muchos libros suyos recomendables, pero uno que es fácil de encontrar en las librerías, que no pasa de las noventa páginas, y que no requiere conocimientos rossetianos previos es Lejos de mí.

Este libro habla de la identidad personal. O sea, ese lugar común de la filosofía que consiste en llevarse las manos a la cabeza, y con gesto compungido y teatral preguntarse: “¿quién soy yo?”

Hay una distinción socialmente aceptada entre identidad personal e identidad social. Todos pensamos que tenemos un yo prístino y auténtico -la identidad personal- que se haya coartado por la identidad social, que es que la que nos imponen los demás y que por supuesto es menos verdadera. O sea, mi bella alma está por encima de lo que ponga en mi documento de identidad, de mi actuación en la vida cotidiana, y de cómo me vean mis vecinos y aun mi familia; porque nadie podrá conocer nunca este caudal de promisión y luz que es mi verdadero yo.

Rosset dice, claro, que todo eso es “doble” que encubre el hecho de que no existe tal cosa como la identidad personal, ya que la identidad es necesariamente social (la supuesta identidad personal sería en realidad una pre-identidad). Somos lo que la sociedad y nuestro tiempo hace de nosotros desde el primer día; mamamos todo de fuera para construirnos. No hay originalidad posible, en consecuencia somos solo un yo social. Yo no sería este yo si hubiera nacido en Burkina Faso o en el siglo XIX. 
O como dice Montaigne en una cita que encontramos en este libro: “No estamos hechos más que de piezas añadidas”. 

Incluso si hubiera una identidad personal, afirma Rosset, ésta sería aburrida e inalcanzable, ya que requeriría que nada cambiara, que el yo fuera inmodificable con el pasar de los años. De hecho nadie se encuentra nunca a sí mismo. La introspección es imposible porque el yo no puede analizar al yo al carecer de distancia consigo mismo, no se puede ser sujeto y objeto de estudio. Los que dicen “conocerse”, o “conocer bien” a alguien, simplemente han captado el carácter repetitivo de una conducta y son capaces de prever un comportamiento. Nada más. No han dado con ninguna hipotética fuente originaria porque tal cosa no existe.

Nuestra personalidad es siempre prestada. Vivimos de la imitación, que es la que nos permite constituirnos. Hay que asumirlo y copiar a discreción. Solo así se tendrá algo que decir desde el yo. Necesitamos claramente de “tutores” en el sentido más amplio, también siendo adultos porque la autocreación nunca cesa. Y cuando lo hace es porque ya no existimos. Necesitamos imitar a nuestros tutores para sobrevivir, así que más nos vale buscárnoslos buenos.

En tiempos de interiorismo existencial y narcisismos varios, un tipo que dice que necesitamos ser mirados aunque sea por nosotros mismos, y que por eso nos dedicamos a indagar en nuestro ombligo buscando maná, resulta revitalizador. Desde luego, después de leer  Lejos de mí, se hace dificultoso reprimir la sonrisa cuando nos topamos con viajeros en pos de su "verdadero yo".

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