13.9.18

La tauromaquia en la obra de Ortega y Gasset



 El inicio de las corridas de toros es un tanto difícil de delimitar y su investigación sobrepasa nuestras capacidades y objetivos. Ya Felipe II, temeroso de buscarse animadversiones innecesarias entre sus súbditos, tiene que presionar al Papa para que revoque una bula que prohíbe unas primigenias corridas (1). Ortega dice que la tauromaquia "cuajó como arte" hacia 1740, pero los dibujos goyescos lo describen como algo popular y desordenado. En el siglo XIX los krausistas rechazaban la Fiesta, y pensadores más conservadores como Menéndez Pelayo la defendían sin ser sinceramente aficionados, más bien por oponerse a los primeros (2). Y la Generación del 98, en tiempos del joven Ortega, fue casi unilateralmente anti taurina bajo la decisiva influencia de Eugenio Noel.
Noel nació en Madrid en 1885 y murió en Barcelona en 1936. Seguidor de Joaquín Costa, consagró su vida a las campañas anti flamencas, en las que incluía como simbióticos el cante y los toros, ambos igualmente responsables para él del retraso español. Fue el único ensayista hasta entonces que dedicó su obra a combatir las corridas, lo que le llevó a la fama y a los hospitales, ya que no era raro que los aficionados de apalearan tras alguna conferencia. Sus libros, olvidados hoy, no resultan sobresalientes pero sí merecedores de mejor fortuna editorial.  Lo que es indudable es su presencia capital en la cultura española del primer tercio del siglo. Unamuno y Azorín le escribieron y escribieron sobre él; Ortega le consideraba, según cuenta el propio Noel en su Diario (3), uno de los grandes escritores de su generación, y tal vez era verdad porque Ortega medió para que Espasa publicara dos de sus libros. 
Las arengas anti taurinas fueron perdiendo eco en vida del propio Noel con la aparición de la generación novecentista y el peso en ella de José María de Cossío (1892-1977), némesis de Noel y artífice de una rehabilitación intelectual de la Fiesta. Pero como nos recuerda Rosario Cambria en su imprescindible Los Toros: tema polémico en el ensayo español del siglo XX, Noel tuvo unos años, sobre todo en la década de los diez, de prevalencia absoluta en la polémica taurina. Un ambiente intelectual fervorosamente antitaruino que no pudo dejar indiferente al joven Ortega, que hasta después de la Guerra Civil no escribió nada importante sobre toros, o si lo hizo fue negativo, aun estando interesado en la tauromaquia.
Cossío, por cierto, escribió a lo largo de varias años un opus inabarcable y definitivo sobre el toreo, Los toros, del que Ortega afirma ser instigador (OC IX 1298.) Esto dice mucho de nuestro filósofo y su amor por el debate y la pluralidad: fue el padrino literario tanto de Noel como de Cossío.
Tras la Guerra, la tauromaquia siguió sin contar con grandes intelectuales defensores que a la vez fueran además aficionados. El horror del conflicto llevó a muchos a indagar sobre la idiosincrasia española, fijándose en las corridas como posible fuente de respuestas -y aquí Ortega es paradigmático, también Laín Entralgo- pero poco más. Es interesante para el objetivo de este trabajo mencionar que ninguno de los grandes discípulos de Ortega se interesó realmente por los toros:  solo Julián Marías puntualmente habló de los toros defendiéndolos y haciendo una interesante comparación con el fútbol, que seguramente hubiera suscrito Ortega de haber vivido más tiempo y ver la consolidación del "deporte rey" como el fenómeno masivo que es hoy:
Es notable el contraste entre el público de un espectáculo deportivo -por ejemplo, el fútbol- y el de la corrida. En aquél actúa una masa y en éste una multitud de individuos; es decir, cuando se grita en los toros, cada un grita lo suyo, o sea que hay una especie de salida del individuo de la masa. (4)

ORTEGA Y LOS TOROS HASTA LA GUERRA CIVIL  
Ortega y Gasset nació en una familia con afición. Su padre, José Ortega Munilla, llegó a ser apoderado y trabajó la crítica taurina. Por la rama Gasset, su abuelo Eduardo dio espacio con éxito a la crítica taurina en El Imparcial. Ortega y sus hermanos jugaban a torear en casa, y el lenguaje y las metáforas taurinas, que tanto usará el filósofo de por vida, ya están presentes desde su mocedad (5). Llegó a fantasear con ser torero, e incluso se atrevió con alguna capea, hasta que según cuenta Felipe González Alcázar, un morlaco llamado Vinagre le arrolló, sin más consecuencia que un susto y la decisión de dedicarse a otras tareas en las que fuera más diestro.
Según los testimonios de familiares y amigos, Ortega fue con frecuencia a las plazas hasta 1903. Ese año se prohibió por ley las corridas en domingo y Ortega dejó de ir. Pudiera ser que los domingos era el día que le venía bien ir, que perdiera interés, que lo considerara impertinente, masificado... no está claro, pero sin grandes aspavientos se convirtió gradualmente en el paradójico aficionado que fue toda su vida: un taurino en la intimidad, que raramente asistía al espectáculo. Y no habría que rechazar la idea de que una vez que empezó a ser conocido, y debido al descrédito intelectual de la Fiesta, tampoco le gustara ser visto por allí.
Tendríamos que recordar que hasta que en 1923 Primo de Rivera impuso el peto a los caballos, el espectáculo era especialmente desagradable, con docenas de equinos destripados. Eugenio Noel describe los gritos y los olores inmundos que se formaban cuando la cornada abría los intestinos del caballo, además de la cantidad de jinetes que resultaban heridos cuando no muertos. (6). Si bien Ortega decía que ésa era la Fiesta auténtica, la de antes de la Ley, él ya había dejado de ir regularmente mucho antes. No podría descartarse que lo que le interesaba a Ortega de la Fiesta, o sea, la poética, “la geometría”, los toreros y el ambiente, no precisara de la incómoda visión regular de todo aquello.

Ortega y Belmonte
La polémica taurina más significativa del siglo XX fue la que enfrentó a los seguidores de Joselito y Juan Belmonte. Joselito era ágil y elegante, representante de un toreo clásico; Belmonte, más limitado físicamente, optaba por una osadía casi suicida (él fue el primero que esperaba quieto al toro, en lugar de esquivarlo). Sin embargo fue Joselito el que murió en el ruedo en 1920 y Belmonte quedaría como icono agasajado por intelectuales hasta su suicidio en los años sesenta.
Ortega y Belmonte eran amigos, hay fotos que les muestran juntos y afables, pero no está claro si sus preferencias del filósofo como aficionado se inclinaban hacia el bando belmontiano. Las referencias a este respecto son confusas: "Aunque Néstor Luján, en su maravilloso libro Historia del toreo, sitúa a Ortega entre los partidarios de Belmonte -"seducidos, sin duda, por la calidad plástica y literaria del maestro trianero"- algunos testimonios nos hablan más bien de una cierta inclinación por el clasicismo y tecnicismo de Joselito" (7)
En las Obras Completas, no hay referencias a Joselito, y solo una a Belmonte (OC IX pág 595) : "En cierto modo, pues, hacer con el tiempo lo que Belmonte logró hacer con el toro: en vez de azacanearse él en torno al toro logró que el toro se azacanease en torno a él".
Pero más allá de cierta admiración no queda claro mucho más. Si quisiéramos trasladar la filosofía de la élite y del estilo al toreo, Ortega tendería más a Joselito, pero todo es especulación. Y además, parece que a los intelectuales les deslumbraba el Belmonte hombre audaz más que las divagaciones sobre el torero y el purismo de su arte.    

Los toros en los textos orteguianos hasta la Guerra Civil
En el índice onomástico final de la reciente reedición de las Obras Completas de Ortega, editadas por Taurus y la Fundación José Ortega y Gasset, aparecen 36 referencias a los toros. Cuando las revisamos uno a uno vemos que la mayoría son tangenciales, con usos metafóricos y sin mucha importancia desde el punto de vista de la tauromaquia. Sobre todo antes de la Guerra Civil (separativo que usamos con cierta base, más allá de su importancia histórica, ya que ciertamente Ortega solo hablará con cierta profundidad de los toros después de la contienda).
En los tomos que se corresponden a este primer período, pero con publicaciones  póstumas (VII, VII y parte del IX) no hay ninguna referencia al tema. En los que corresponden a textos publicados antes de 1936 (del I a parte del V) sí encontramos algunos.

·         Tomo I (1902/1915)
                 Hay dos citas a Goya donde los toros aparecen nada más que como tema del pintor (págs. 445 y 786).
                Luego hay una referencia claramente despreciativa: un artículo de 1910 para El Imparcial, "Imperialismo y democracia" (pág. 319), dedicado a Ramiro de Maeztu, donde dice que los españoles gastan su nervio en los toros y otros excesos y no en la política.
                Y otra que encontramos en un artículo de 1915 para la revista España: "Un buen discurso barroco" (pág. 858), donde en el contexto de la Gran Guerra, utiliza la metáfora de la rivalidad entre partidarios de dos toreros.

·         Tomo II (1916)
        Dentro de las Moralejas, en su texto sobre "No ser un hombre ejemplar" (pág. 477) de 1924, desarrolla la idea del "falso hombre ejemplar" que insiste en ser o no ser algo, lo que desnaturaliza su condición. Dice que quien no va los toros, como quien no juega a la lotería, puede hacerlo de vez en cuando sin perder su condición de no aficionado a los toros o a jugar lotería, precisamente porque no da importancia a hacerlo y evita ser ejemplar de nada. Según Rodríguez Huéscar (8) en este artículo Ortega renunciaba él mismo a convertirse en hombre ejemplar.
        En la conferencia de 1922, Para un museo romántico (pág. 628), para referirse al interés y desconcierto ante la Historia, utiliza la metáfora del toro: "[que] acierta a pasar junto al sitio donde queda la sangre de otro toro, se estremece magníficamente, retiemblan sus fuertes tendones, jadea frenético y, alzando la testuz al firmamento, llena el cóncavo espacio con un mugido apasionado". Es ejemplo de uso de lenguaje taurino con fines metafóricos, y que resulta potente, brillante, pero sin relación con la Fiesta en sí.   
        En 1930 apareció como prólogo a Tipos y trajes de España de Ortiz Echagüe, Para una ciencia del traje popular (pág. 789). En el texto habla de la manera de vestir, similar entre las clases altas europeas, y más falsamente diferente entre los sectores populares, que erróneamente consideran su vestir autóctono -como en el caso del Motín de Esquilache. La aparición de los toros se utiliza para ejemplarizar esta teoría, ya que dice que las mantillas andaluzas para asistir a las corridas, que se consideran tan propias, se pueden ver en mosaicos de la antigua Creta.  
  
·         Tomo III (1917/1925)
                En esta época hay una mínima referencia en el texto Las Atlántidas (pág. 749), donde se vincula la desaparecida Tartessos con la de Andalucía hoy: "Esta coincidencia llega a ser inquietante cuando se advierte que ya entonces la llanura sevillana y cordobesa gozaba larga fama por sus toros, por la agilidad y buena gracia de sus habitantes, que eran, en cambio, los menos belicosos de España". Es decir, los toros aparecen como símbolo de decadencia.

·         Tomo IV (1926/1931) 
En los años inmediatamente previos a la proclamación de la II República hay dos citas que finalmente son muy interesantes:
El primero es su artículo Sobre el vuelo de las aves anilladas (pág. 238), que apareció en El Sol firmado por “X”. Es un juego de metáforas, en la que anillar a un ave, como torear a un toro, cuenta con la oposición de una Sociedad Protectora de Animales, como el viejo idealismo puede encontrar defensores frente a la fenomenología (9). Aprovecha para decir que la relación ética entre animales y hombres, como solo entre hombres, no se puede reducir a no hacer daño. Y rechaza los argumentos animalistas, pues dice que los toros mueren mejor en la Plaza, mostrando la bravura, y que sin la Fiesta ni siquiera existirían.
Hay cierta actualidad en los argumentos de Ortega, que ya habla contra los defensores de los animales, trasladando la polémica taurina al eje desde el que gira hoy, el maltrato animal.
El segundo apunte en torno a los toros se hace en el prólogo de 1937, En cuanto al pacifismo, para la Rebelión de las masas. Escrito en el exilio parisino, tiene una nota a pie de página en la que anuncia por primera vez, al menos en negro sobre blanco, que trabajará en un libro sobre tauromaquia llamado Paquiro o de las corridas de toros. Este libro, que será anunciado hasta el hartazgo, nunca se escribirá. Según José Luis Aranguren (10), no hay que tomarse en serio a Ortega cuando lo publicitaba:
Bueno, a Ortega le gustaba exagerar y no hay que tomar a la letra lo que parece exabruptos. Por lo demás, pertenece a la generación de quienes quisieron hacer filosofía de los toros. 
En la actualidad tenemos más de cien notas de una carpeta personal de Ortega llamada "Toros", rescatas y publicadas en los números 21, 22, y 23 la Revista de Estudios Orteguianos, muchas de desigual interés y extensión, pero que en ningún caso constituyen un principio de libro. Muestran que el filósofo tuvo pensamientos siempre hacia los toros (las notas abarcan muchos años) pero no tuvo la voluntad, tiempo o el conocimiento como para hilar si quiera varios párrafos seguidos.
Pero eso no quiere decir que Ortega no creyera que fuera a escribirlo antes o después. Llega a hablar con su editor alemán del libro (11), con el que no creemos que exagerara como dice Aranguren.

·         Tomo V (1932/1940)
                Sin duda en el encadenamiento de conflictos nacionales e internacionales hizo que Ortega no escriba nada sobre toros en estos años. Ni una referencia en este tomo.

ORTEGA Y LOS TOROS DESPUÉS DE LA GUERRA CIVIL
Ortega vuelve a España desde el exilio en 1945. Crea el Instituto de Humanidades y sus obras dan entonces un giro, podríamos decir que más orientado hacia el acontecer íntimo de las personas. Interesado en entender a los españoles y su "intrahistoria", escribe estudios sobre Goya y Velázquez, y cosas más elaborados sobre tauromaquia. Sigue siendo un aficionado que se jacta de no ir mucho a las corridas (aunque bien pudiera ser que fuera más de lo que admitía).
Los dos Ortegas
Como hemos insinuado aquí, y otros autores como Aranguren o Ferrater Mora sostienen, a Ortega lo que le gustaba era lo que rodea a los toros más que el espectáculo en sí, y por supuesto las amistades con toreros era fundamental para su afición. Tras la amistad con Belmonte, ya en sus últimos años se consolida una más entrañable y cercana con Domingo Ortega (1906-1988).
Este torero, de estilo clásico, se autoproclamaba seguidor de Belmonte, cuyo arte quería sosegar. Hay fotos de los dos Ortegas capeando una becerra (12) y el torero acompañó al filósofo en sus viajes por Alemania y en algunas de sus conferencias en Madrid.
En la biblioteca de la Fundación José Ortega y Gasset se encuentran dos libros sobre Domingo Ortega. Uno es La fábula de Domingo Ortega, escrito por Antonio Díaz-Cañabate, en edición de Madrid de Juan Valer, sin fecha, que perteneció a la biblioteca personal del filósofo y a él aparece dedicado en una nota caligrafiada por el autor. El otro libro es Domingo Ortega. 80 años de vida y toros, una biografía escrita por Antonio Santainés, con el maestro todavía vivo. Lo que llama la atención es que en ambos la relación con Ortega y Gasset queda como anecdótica, sin darle importancia, como un episodio baladí en la gloriosa vida del matador, que sin embargo llegó a decir, como nos recuerda Antonio Rodríguez Huéscar, que toreaba mejor después de haber leído a Ortega. (13)
En las Obras Completas hay tres referencias en Domingo Ortega, las tres de después de la Guerra Civil.
La primera es en el Tomo VI, de la página 593 a la 597, Enviando a Domingo Ortega el retrato del primer toro, donde el filósofo presenta una conferencia del torero. Lo hace desde la admiración, aunque afirmando que solo ha ido a contadísimas corridas. Ortega afirma saber de toros y empieza a exponer una teoría de la geometría del torero, pero se detiene, como hará más adelante, tras principiar su exposición. Estos arranques que no llevan a ningún sitio, por cierto, recuerdan inevitablemente al Ortega retratado de Tiempo de Silencio de Luis Martín Santos.
Luego, gracias a la reedición de las Obras Completas, en el Tomo X, en las páginas 329 y siguientes, tenemos un texto alternativo a éste, que no llegó a publicar. Este texto, junto a otro inédito, Notas para un brindis, es donde más se explaya Ortega en la tauromaquia. El problema es saber por qué no quiso sacarlos a la luz, ya que son hermosos y didácticos ¿Querría reservarlos para su Paquiro?¿No son suficientemente buenos desde un punto de vista taurino? Luis Dominguín decía que Ortega y Gasset no sabía realmente de toros (14) y toda la teoría de la geometría, del movimiento y la rapidez, no tienen mucho que ver con el toreo real. Pudiera ser que para profanos el texto está muy bien, como es nuestro caso, pero que Ortega, en cambio, supiera suficiente de toros como para saber que no sabía lo suficiente y prefirió esperar a publicar textos más trabajados.
¿Qué es “la geometría del toreo”? En el texto publicado sobre Domingo Ortega, don José solo menciona el concepto, diciendo aunque lamenta que nadie lo haya meditado antes, él no lo va a hacer. En el borrador empero sí hay cierto avance: “Toro y torero, en efecto, son dos sistemas de puntos que han de variar en correlación uno con otro”. Y lo importante no sería tanto la valentía o la fuerza del torero como su capacidad de entender el “teorema” y ser capaz de anticiparse así al toro. Cita unos versos de Zorrilla: “El diestro es la vertical; el toro, la horizontal”, que tal vez iluminen un poco la teoría.
Y finalmente, la tercera referencia a Domingo Ortega está en las conferencias de 1948 sobre Toynbee, Sobre una nueva interpretación de la historia universal (Tomo IX pág. 1296 y ss), donde un Ortega y Gasset indignado habla de "sabandijas periodísticas" que han intentado desacreditar las conferencias porque asisten toreros, -además de Domingo Ortega, Dominguín también estaba allí (15) aunque no se le mencione-. Luego Ortega y Gasset reclama la paternidad de la obra de Cossío, que está presente, pero asegura que es él, el filósofo, quien más sabe de toros en España. En este texto, furioso, acaba diciendo que no se puede hacer historia de España desde 1650 sin tener en cuenta a los toros, que estos son un hecho arcano y de primer orden el país. Es decir, aquí don José llega a un esencialismo en el que pocos intelectuales españoles han caído, y sí algunos extranjeros, como en el grotesco intento de definir lo español usando la figura del matador que hace Elías Canetti en Masa y Poder.
Hay otro texto de Ortega, también de 1948, en el mismo Tomo IX -si bien no sabemos si anterior o posterior a la conferencia- que es una carta a José María Pemán, Epistolario a los Cuatro Vientos (pág 1182 y ss), donde Ortega contesta un artículo de Pemán en el que se congratula de que los extranjeros se interesen por los toros, lo que él supone es reconocer el genio español. Ortega le dice, y bien pudiera estar diciéndoselo a sí mismo, que los toros son una contingencia y que el genio español es mucho más que los toros.

Los toros en los textos orteguianos después de la Guerra Civil
·         Tomo VI (1941/1955)
En este volumen hay tres menciones muy extensas. Una es el primer texto de Domingo Ortega, que ya hemos comentado. Y los otros dos son los comentarios al Conde Yebes y a Goya.
Eduardo Figueroa Alonso Martínez, séptimo Conde de Yebes, (1899-1986), era un gran aficionado a la caza y la montería, y escribió un libro sobre ello llamado Veinte años de caza mayor. Ortega y Gasset presentó un largo prólogo en 1943 (págs 269-334) , donde afirma ser amigo del Conde y no saber mucho de la caza. Sin embargo se explaya bastante en la historia cinegética, las diferencias entre hombres y animales -los primeros, al no tener instinto, no tienen una pauta determinada de cómo satisfacer sus necesidades, lo que les lleva a cierta "poética" existencial-, y sobre todo hay muchas comparaciones entre caza y toros: dice que los toros son más igualitarios porque no aspiran a apodarse del animal, sino a destruirlo, y que hay algo orgiástico en la sangre del toro, como en el circo romano. Al final hace una defensa de la caza y los toros, artes ambos que rezuman autenticidad, frente las sociedades protectoras de animales y amor de ingleses por los animales, del que insinúa que proviene de cierto rechazo insular a los extranjeros.
 En la parte de Goya (pág 755 y ss) de los Papeles sobre Velázquez y Goya, encontramos varias referencias a los toros. Estas páginas son interesantes y fecundas; Ortega reflexiona sobre el supuesto populismo de Goya, que discute atribuyendo a la época y los dictados del poder, no al gusto del pintor. Habla de los toros como consecuencia del plebeyismo español del siglo XVIII, cuando la aristocracia perdió su ejemplaridad y fue feliz copiando formas del pueblo llano: ahí surge la Fiesta como punto de encuentro. 

·          Tomo IX (1933/1948)
En El hombre y la gente (pág 302), dice que el español y el toro tienen una amistad milenaria de origen religioso, pero no desarrolla la idea, que más o menos sobrevuela otras dictámenes suyos.
Entre las páginas 471 y 472 de este Tomo IX encontramos un breve texto nunca publicado Sobre las corridas de toros o secretos de España, con la numeración I (y no hay II). Este puede ser un ejemplo de libro ambicioso abortado, tal vez un connato de Paquiro.  Solo hay un arranque donde dice que los toros han sido lo único que ha entusiasmado a los españoles en los últimos siglos y que es lamentable que nadie haya querido estudiarlos, pero se detiene allí y él mismo no lo hace ¿se vio incapacitado para seguir? Lo que deja claro este texto es uno de los puntos fuertes de la defensa orteguiana de las corridas: tienen capacidad de unir a los españoles.
Tal vez ésta es una de las ideas claves de la simpatía que tiene Ortega por la Fiesta, que es española, nacional, que supone un encuentro interclasista, que ilusiona a todos los españoles. Aún más, que es lo único que ha podido hacerlo en los últimos siglos. La idea de los toros como punto de encuentro para los españoles parece un argumento sentido en él.
Desde la página 759 hasta la 821 encontramos un borrador del texto sobre Goya que apareció en los Papeles sobre Velázquez y Goya. Es un texto más largo y con más citas, menos ligero que el final, pero en lo referente a los toros no aporta mucho más. Insiste en que Goya no tenía que simpatizar con las corridas para pintarlas.
En la Idea del teatro (pág 824-885) utiliza la metáfora de que para saber lo que es una buena corrida hay que hacerlas visto malas. Dice que el circo y los toros son primos, y cuanta la anécdota de un torero que en 1850 le dijo a un actor que en la plaza la muerte no se interpreta, es de verdad, lo que le lleva a decir que los toros más que un espectáculo son una realidad. Termina diciendo que los toros son una herencia del carnaval agónico, pero que no va a desarrollar la idea.
En el Curso de Cuatro lecciones, introducción a Velázquez (pág. 887-926) hay varias proposiciones sobre los toros, pero nunca se llegan a desarrollar porque a Ortega en este caso le interesa más hablar de Velázquez. Se queja una vez más de que nadie se ha interesado por los toros, que solo él, y dice que la estructura social de España se puede entender mejor con una serie de claves que da la tauromaquia, pero no llega a decir qué claves son. Afirma que para entender a España hay que analizar su Fiesta.
En el Tomo IX está la carta a Pemán y las conferencias sobre Toynbee que ya hemos visto. Tendríamos que añadir una leve mención más que en hace estas conferencias, en la página 1309, a los toros conectándolos con la tibetización de España.

·         Tomo X (1949/1955)
En este último tomo encontramos otro de los tal vez connatos de texto largo abortado sobre los toros, las Notas para un brindis (págs 52-57). Fue escrito para un programa de radio donde Ortega iba a conversar con unos toreros (desconocemos si se realizó). Insinúa que Cossío no llega al meollo de los toros, hace una especie interpretación fenomenológica que no desarrolla y defiende los toros de antes de las normativas, cuando lo que pasaba era más natural. Y hace un repaso a cómo usan la palabra "toro" en alemán e inglés y resalta que en España "toro" tiene un sentido mucho más amplio.
Además del segundo texto desechado sobre Domingo Ortega, que ya hemos comentado, tenemos otra página que Ortega no quiso leer para sus conferencias de El hombre y la gente (pág 197) donde habla de las corridas como psicología del español, su gusto por el riesgo, su necesidad de aventura y lo que llama Danza ante la muerte.

Notas
(1)  Pág. 14, CAMBRIA, Rosario. Los toros: tema polémico español en el ensayo español del siglo XX. Editorial Gredos Madrid, 1974
(2)  Pág. 30, CAMBRIA, Rosario. op. Cit
(3)  Pág. 223, NOEL, Eugenio. Diario Íntimo. Editorial Berenice, 2013
(4)  Pág. 353, CAMBRIA, Rosario. op. Cit.
(5)  Pág. 47, GONZÁLEZ ALCÁZAR, Felipe. Paquiro o de las corridas de toros. Ortega y la tauromaquia. Revista de estudios Orteguianos Nº16/17. 2008
(6)  Pág. 177, NOEL, Eugenio. op. Cit.
(7)  Pág. 57, Artículo de ABELLÁ en GONZÁLEZ ALCÁZAR, Felipe. Op. Cit.
(8)  Pág. 51, RODRÍGUEZ HUÉSCAR, Antonio. Semblanza de Ortega. Anthopos 1994
(9)  Pág. 59, GONZÁLEZ ALCÁZAR, Felipe. Op. Cit.  
(10) Pág. 346, CAMBRIA, Rosario. Op. Cit
(11)Pág. 77, GONZÁLEZ ALCÁZAR, Felipe. Op. Cit.
(12)Pág. 96, GONZÁLEZ ALCÁZAR, Felipe. Op. Cit.
(13)Pág. 48,RODRÍGUEZ HUÉSCAR, Op. Cit.
(14) Pág. 44, GONZÁLEZ ALCÁZAR, Felipe. Op. Cit.
(15) Pág. 92, GONZÁLEZ ALCÁZAR, Felipe. Op. Cit.

No hay comentarios: