Ambos
eran historiadores republicanos que evidentemente eran conscientes de que lo se
jugaba en este debate era algo más que la interpretación de la historia; se
estaba hablando de fondo sobre la cimentación del nuevo Estado.
No
pretendemos inmiscuirnos en un tema que sobrepasa nuestras capacidades.
Simplemente nos felicitamos de que haya duelos intelectuales de tal altura.
Aunque
cuando hay epígonos un tanto discutibles de estos grandes historiadores, sí creemos que es obligación señalarlo.
Fernando
Sánchez Dragó escribe bien y puede resultar un personaje simpático, pero no es un
historiador. Seguramente Gárgoris y
Habidis no merecería una reseña crítica porque ningún académico se lo toma
en serio. Pero estamos hablando de un libro que fue un fenómeno de masas en los
años setenta y cuyo poso ha quedado en el lector medio. Hoy no es raro
encontrar gente que lo leyó en su momento y que lo cita como libro de historia
de España legítimo. Por una parte porque Sánchez Dragó se presenta como
discípulo, heredero y continuador de
Américo Castro, dándose así cierto marchamo respetable e insertándose en la disputa
mencionada; por otra porque el talento narrativo de este autor es más que
evidente, y tiene una gran capacidad para exponer con belleza las ficciones
como hechos históricos y los hechos históricos como ficciones; lo que le
convierte curiosamente en un avanzado para su época.
Vivimos
tiempos donde los relatos nacionales ya ni siquiera pretenden tener cierto
enraizamiento en la verdad histórica, y se recurre desprejuiciadamente a la
falsedad. No pretendemos juzgar este hecho desde un punto de vista moral. En
este caso Sánchez Dragó, como ya hiciera Américo Castro, quiso plantear en
tiempos de reconfiguración política un modelo de país abierto y sin identidades
hegemónicas; pero que la intención sea loable no quiere que desde un punto de
vista epistemológico nos encontremos ante una aberración.
Gárgoris y Habidis se remonta a tiempos romanos.
Principia con la cita de un texto de Tácito en el que se habla de un peninsular
que se resiste al pretor imperial exclamando que “todavía existe la España
antigua”. Sánchez Dragó quiere reconstruir esa supuesta España consciente de sí
misma ya desde antes de los romanos, y puebla el territorio de druidas, magos y
celtas “españoles”. Llega decir que ya hubo una españolidad autóctona cuyo
desarrollo se detuvo por la invasión romana. Este planteamiento lo repite a lo
largo de las ochocientas páginas. Siempre hay algo genial carpetovetónico que
se interrumpe por los extranjeros. Es decir, recurre a un nacionalismo
esencialista.
(A
este propósito es fácil contraargumentar con la distinción que hace José Luis
Villacañas de los idealia y los realia. Los textos históricos nos
hablan de los idealia; así podemos
encontrar innúmeros ejemplos de la propuesta de una patria unida en la Península
desde las cavernas, pero eso no quiere decir que fuera un realia, que realmente hubiera tal entidad política auténticamente existente).
Lejos
de ser una narración patriótica descontextualizada al uso, Sánchez Dragó da
cancha a los nacionalismos periféricos, sobre todo al gallego. A menudo pareciera
un manifiesto separatista galaico: “nunca habrá camaradería entre un gallego y
un español” (página 307, volumen I) dice refiriéndose al siglo XV, cuando hablar
de una identidad española era todavía muy forzado, pero ya considerar que
hubiera una identidad gallega resulta directamente grotesco. Pero va más allá, y ya ve a
los “gallegos” y a “Galicia” luchando frente a los romanos (página 173, volumen
II). Además de establecer equivalencias imposibles y utilizar fuera de contexto
conceptos modernos, recurre a todos los tópicos regionales posibles y
construye un territorio de cucaña regido por fantasmas y meigas que explicaría la
realidad política gallega actual.
Hay
en concreto una parte (página 341 y siguientes del primer volumen) en la que
hablando del apóstol Santiago dice que cuando la leyenda se repite tanto algo
de verdad tendrá, y aun tampoco es especialmente decisivo que su llegada a la
Península sea un dato histórico auténtico para que nos lo creamos y defendamos
como nuestro.
Sánchez Dragó ve sujetos políticos en las montañas y en los linajes; defiende un antiracionalismo permanente en todo el texto y un culto a lo atávico y telúrico.
Sánchez Dragó ve sujetos políticos en las montañas y en los linajes; defiende un antiracionalismo permanente en todo el texto y un culto a lo atávico y telúrico.
Este
planteamiento mitológico y ficcional de las identidades políticas abunda, como
hemos dicho, en el panorama político español, con especial gravedad ahora mismo en los
nacionalismos periféricos. Se inventan una milenaria historia nacional catalana
o vasca para justificar unos objetivos políticos presentes, cuando hablar de naciones políticas antes del siglo XIX es un absurdo. Sánchez Dragó es un ejemplo de esta
ficcionalización de la historia. A este autor, y a todos sus pares nacionalistas,
se les puede y debe exigir que se dediquen a escribir novelas, porque como
historiadores son una auténtica calamidad.
1 comentario:
Que personaje..lleva siempre el agua a su molino,creerle es muy halagador,parece, y no mencionas como usa el insulto mas o menos sugerido y la descalificacion. No deja de ser un rey de taifas,la suya los libros que difundir.
¿rastacuerismo? ¿impunidad porque no se deja crecer la hierba de la discrepancia? ¿puro intéres caciquil?
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