1.10.18

Gárgoris y Habidis, de Fernando Sánchez Dradó


En el siglo XX español hubo una polémica intelectual que de alguna manera todavía colea: la confrontación entre la visión de la historia de España de Américo Castro y la de Claudio Sánchez Albornoz. Resumiendo a brochazos diremos que el primero resaltaba la diversidad cultural de  nuestro país, dando protagonismo a musulmanes, judíos, y a las distintas regiones y subculturas; mientras que el segundo establecía una linealidad histórica desde la Reconquista cristiana hasta la actualidad, considerando que el elemento católico era el prevaleciente en la construcción nacional.
Ambos eran historiadores republicanos que evidentemente eran conscientes de que lo se jugaba en este debate era algo más que la interpretación de la historia; se estaba hablando de fondo sobre la cimentación del nuevo Estado.
No pretendemos inmiscuirnos en un tema que sobrepasa nuestras capacidades. Simplemente nos felicitamos de que haya duelos intelectuales de tal altura.
Aunque cuando hay epígonos un tanto discutibles de estos grandes historiadores, sí creemos que es obligación señalarlo.

Fernando Sánchez Dragó escribe bien y puede resultar un personaje simpático, pero no es un historiador. Seguramente Gárgoris y Habidis no merecería una reseña crítica porque ningún académico se lo toma en serio. Pero estamos hablando de un libro que fue un fenómeno de masas en los años setenta y cuyo poso ha quedado en el lector medio. Hoy no es raro encontrar gente que lo leyó en su momento y que lo cita como libro de historia de España legítimo. Por una parte porque Sánchez Dragó se presenta como discípulo, heredero  y continuador de Américo Castro, dándose así cierto marchamo respetable e insertándose en la disputa mencionada; por otra porque el talento narrativo de este autor es más que evidente, y tiene una gran capacidad para exponer con belleza las ficciones como hechos históricos y los hechos históricos como ficciones; lo que le convierte curiosamente en un avanzado para su época.
Vivimos tiempos donde los relatos nacionales ya ni siquiera pretenden tener cierto enraizamiento en la verdad histórica, y se recurre desprejuiciadamente a la falsedad. No pretendemos juzgar este hecho desde un punto de vista moral. En este caso Sánchez Dragó, como ya hiciera Américo Castro, quiso plantear en tiempos de reconfiguración política un modelo de país abierto y sin identidades hegemónicas; pero que la intención sea loable no quiere que desde un punto de vista epistemológico nos encontremos ante una aberración.
Gárgoris y Habidis se remonta a tiempos romanos. Principia con la cita de un texto de Tácito en el que se habla de un peninsular que se resiste al pretor imperial exclamando que “todavía existe la España antigua”. Sánchez Dragó quiere reconstruir esa supuesta España consciente de sí misma ya desde antes de los romanos, y puebla el territorio de druidas, magos y celtas “españoles”. Llega decir que ya hubo una españolidad autóctona cuyo desarrollo se detuvo por la invasión romana. Este planteamiento lo repite a lo largo de las ochocientas páginas. Siempre hay algo genial carpetovetónico que se interrumpe por los extranjeros. Es decir, recurre a un nacionalismo esencialista.
(A este propósito es fácil contraargumentar con la distinción que hace José Luis Villacañas de los idealia y los realia. Los textos históricos nos hablan de los idealia; así podemos encontrar innúmeros ejemplos de la propuesta de una patria unida en la Península desde las cavernas, pero eso no quiere decir que fuera un realia, que realmente hubiera tal entidad política auténticamente existente).
Lejos de ser una narración patriótica descontextualizada al uso, Sánchez Dragó da cancha a los nacionalismos periféricos, sobre todo al gallego. A menudo pareciera un manifiesto separatista galaico: “nunca habrá camaradería entre un gallego y un español” (página 307, volumen I) dice refiriéndose al siglo XV, cuando hablar de una identidad española era todavía muy forzado, pero ya considerar que hubiera una identidad gallega resulta directamente grotesco. Pero va más allá, y ya ve a los “gallegos” y a “Galicia” luchando frente a los romanos (página 173, volumen II). Además de establecer equivalencias imposibles y utilizar fuera de contexto conceptos modernos, recurre a todos los tópicos regionales posibles y construye un territorio de cucaña regido por fantasmas y meigas que explicaría la realidad política gallega actual.
Hay en concreto una parte (página 341 y siguientes del primer volumen) en la que hablando del apóstol Santiago dice que cuando la leyenda se repite tanto algo de verdad tendrá, y aun tampoco es especialmente decisivo que su llegada a la Península sea un dato histórico auténtico para que nos lo creamos y defendamos como nuestro. 
Sánchez Dragó ve sujetos políticos en las montañas y en los linajes; defiende un antiracionalismo permanente en todo el texto y un culto a lo atávico y telúrico. 

Este planteamiento mitológico y ficcional de las identidades políticas abunda, como hemos dicho, en el panorama político español, con especial gravedad ahora mismo en los nacionalismos periféricos. Se inventan una milenaria historia nacional catalana o vasca para justificar unos objetivos políticos presentes, cuando hablar de naciones políticas antes del siglo XIX es un absurdo. Sánchez Dragó es un ejemplo de esta ficcionalización de la historia. A este autor, y a todos sus pares nacionalistas, se les puede y debe exigir que se dediquen a escribir novelas, porque como historiadores son una auténtica calamidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que personaje..lleva siempre el agua a su molino,creerle es muy halagador,parece, y no mencionas como usa el insulto mas o menos sugerido y la descalificacion. No deja de ser un rey de taifas,la suya los libros que difundir.
¿rastacuerismo? ¿impunidad porque no se deja crecer la hierba de la discrepancia? ¿puro intéres caciquil?