15.11.18

Arte y filosofía, de Estanislao Zuleta



Estanislao Zuleta (1935-1990) es uno de los pensadores colombianos que más influencia ha tenido en la historia de su país. Formado en el marxismo, y tras un breve y desilusionante paso por el Partido Comunista, mantuvo siempre una posición heterodoxa y libre. Su obra tiene bastantes campos temáticos, pero uno especialmente fértil y que ha perdurado bien es su defensa del mejoramiento radical de la sociedad sin recurrir a la violencia. Zuleta abogaba por convivir con las diferencias, buscar la concordia, y sobre todo no esperar nada de las respuestas totalizadoras, definitivas y excluyentes. La revolución, sostenía, se hace desde la vida cotidiana, sabiendo que siempre va a haber conflictos en la sociedad, que cualquier solución es a largo plazo, y que sin reformar el sistema educativo no habrá nunca una prosperidad real.

Su obra se compone principalmente de conferencias transcritas por otros; él escribió poco. Sin embargo, incluso con toda la problemática epistemológica que supone un legado eminentemente oral, todos los textos de sus lecciones están llenos de sugerencias e ideas fecundas.

Uno de sus libros menos conocidos es Arte y filosofía. No está especialmente considerado en los estudios sobre el pensador y nunca es de los más reivindicados por los zuletianos. Y sin embargo es paradigmático. Son once capítulos que corresponden, seguramente, a once conferencias.  En el ejemplar de Hombre Nuevo Editores, donde aparece casi toda su obra, no especifican ni las fechas ni el lugar en las que se impartieron las lecciones. La primera edición es de 1986, así que podemos ubicarlas en el primer lustro de los años ochenta. O sea en la presidencia de Belisario Betancur, que era amigo de Zuleta y que le pidió que formara parte de las negociaciones del proceso de paz que auspiciaba su gobierno.

Arte y filosofía habla de política pero no se orienta hacia casos concretos. Aunque surge enraizada en una circunstancia muy determinada, su defensa de la democracia y apaciguamiento es legible en cualquier país y momento.

Los dos primeros capítulos empiezan en la Grecia clásica. Zuleta vuelve siempre a Platón porque allí encuentra siempre valiosos ejemplos para todo, y porque comparte con el filósofo ateniense su inclinación por el diálogo como forma de conocimiento. Los griegos no tenían textos sagrados, que son una gran lacra de la humanidad, y sus dioses eran leves y poco fiables. Así que como no atesoraban una fuente de autoridad incontestable debían demostrar sus argumentos, y muchas veces era imposible la prevalencia entre dos posiciones antagónicas. Por ello se angustiaban y crearon la tragedia, que difiere de la tristeza o la melancolía.

Zuleta nos explica, siguiendo a Hegel, que la tragedia surge cuando dos potencias igualmente válidas no logran una síntesis. La tragedia solo puede nacer, pues, cuando hay libertad de conciencia. No es posible en los monoteísmos o estados totalitarios. Hay tragedia cuando no hay nada sagrado, cuando se vive sin dogmas, y ninguna de las partes puede recurrir al argumento de autoridad. Solo queda entonces la crítica lógica como forma de combate: analizar sin prejuicios las posiciones del otro, ver que no tenga contradicciones, aceptar lo válido, señalar lo errado, y replantearse las premisas si no han resistido el envite.

No podemos aferrarnos a ningún cetro, y además nada garantiza que lleguemos a una conclusión verdadera. Porque “verdad” es siempre sospechosamente partidista. Zuleta dice, invirtiendo el Evangelio de San Juan, que más que “la verdad os hará libres”, nos consolemos pensando que “la libertad nos hará veraces”.

La tragedia es pues tanto la libertad como la imposibilidad de certezas. Abracémosla y rechacemos a quiénes nos proponen el fácil camino del dogmatismo y los argumentos prefabricados, que solo sirven para la exclusión y el aniquilamiento físico o moral del adversario. Atrevámonos a ser trágicos, nos pide Zuleta, solo así podremos coexistir.

Los siguientes capítulos de Arte y Filosofía se centran en la estética. En un contexto que imaginamos cargado de un asfixiante realismo socialista, Zuleta defiende el arte abstracto. También detesta cualquier enfoque nacionalista en la creación artística. Le gusta el arte que está hecho por la gente llana para crear sus propios significados culturales; el capítulo 3, por ejemplo, es una elegía al arte primitivo. No quiere un arte popular, sino un pueblo de artistas; se opone por ello a la configuración de una cultura popular teledirigida y exige hacer la cultura existente accesible a las gentes.

Para él todo discurso surgido de una minoría con voluntad de hacerse hegemónico es perverso; todo proyecto que busque homogeneizar a la sociedad es antidemocrático. Su recelo hacia los sistemas filosóficos cerrados es constante, por eso prefiere la polifonía de las novelas modernas. 

Como no es un optimista antropológico, tampoco espera una era de acuario que traiga la dicha a la humanidad. Los últimos capítulos son un interesantísimo estudio del romanticismo como categoría atemporal, que lee con Freud como el regreso de lo reprimido. Hay en la condición humana una serie de tendencias al tribalismo y la irracionalidad demasiado profundas como para desaparecer. Es más, resulta contraproducente forzarlas a la extinción, porque regresan como síntoma. Toda luz tiene su oscuridad; toda ilustración tiene su romanticismo. Solo nos queda saber a qué atenernos y esta estar preparados.  

El capítulo final se cierra con un regreso a la polis griegas. Las megalópolis iberoamericanas despersonalizan y anulan cualquier posible autoinstitución social. La arquitectura (aquí sospechamos que la palabra correcta sería “urbanismo”) es el arte definitivo y sobre el que hay que pensar con más urgencia, ya que puede transformar la vida colectiva. De cualquier manera, las ciudades son el futuro, aunque sea un futuro gris. Es un error convertir a la naturaleza en el fantasma de la madre buena agredida por el padre malo del progreso, sentencia Zuleta.

Esa mentalidad adánica es romántica, o sea, poco trágica.     

No hay comentarios: