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Ivan
Illich quería parar las máquinas y que empezáramos a producir por nosotros
mismos lo esencial que necesitáramos para llevar una buena vida, sin malgastar ni
un minuto de más en nada superfluo. Nació en Austria en 1926, se hizo
sacerdote, y pronto emigró a Nueva York, donde tomó un primer y decisivo contacto
con la población hispana. Más tarde se trasladaría a Puerto Rico y luego a
México, donde se acabaría enraizando. No es forzado sostener que toda su obra
es incomprensible si la desvinculamos del compromiso con Iberoamérica.
Escribió
una decena de libros y podemos dividir su obra teórica en dos etapas: en la
primera critica radicalmente lo que él considera mitos de la modernidad occidental
(educación, sanidad, desarrollo,…); mientras que en la segunda se orienta a una
investigación sobre la percepción y la materialidad, con sus historias de la
lectura, del trabajo, o del imaginario popular en torno al agua, por ejemplo.
Es
un autor marginal en Europa, un poco más leído en tierras americanas, que
resulta cautivador y desconcertante. Dejó la Iglesia pero no el cristianismo, y
la idea cristiana de hombre y de esperanza está en todos sus textos, lo que le
da un empaque muy heterodoxo frente a otros pensadores paralelos marxistas o
estructuralistas. También se diferencia en su intento por crear una obra
“vernácula” –término fundamental en el corpus
illichiano- que permitiera a los desposeídos hablar por sí mismos, sin
tener que estar incorporando sistemáticamente a su lenguaje conceptos
académicos foráneos.
En
un ejemplo de coherencia máxima, tras haber estado criticando toda su vida la
medicina moderna por crear más problemas que soluciones, murió en el 2002
consumido por un tumor en la cara que se negó a extirparse.
Sus
obras casi completas han sido felizmente reeditadas por el Fondo de Cultura
Económica, lastimosamente a un precio que no hace recomendable su compra, salvo
que se sepa seguro que se van a leer sus no siempre accesibles páginas. Sin
embargo, sí está publicado independiente El
viñedo del texto, que él consideraba su mejor libro, y que es un
fecundísimo estudio de la historia de la lectura a través de un estudio de Hugo
de San Víctor.
Y
sobre todo acaba de aparecer en Malpaso Ediciones Otra modernidad es posible. El pensamiento de Ivan Illich de
Humberto Beck, que es una buena
introducción a un autor que sin duda necesita una buena introducción para ser
legible. Beck es un historiador de Monterrey que hace una gran labor y en
apenas ciento cuarenta páginas traza un mapa de lo esencial de las propuestas illichianas.
Quienes
estamos fascinados por el silicio y la velocidad no tenemos un pensador más
adverso. Y sin embargo hay que leer a Illich, batirse con él precisamente
porque nos “niega la mayor” (o sea, que el progreso sea bueno). Sus teorías
dejan calado, aunque acaban siendo inasibles. Por ejemplo, después de leer La sociedad desescolarizada tenemos
claro que el sistema de educación universal es contraproducente, genera
desigualdad y es contrario a la libertad individual; pero luego, cuando
imaginamos un mundo sin él, un imperio de ágrafos, no conseguimos ver la virtud
por ningún lado. Con Némesis médica se
nos revela el término “iatrogenésis”, que es cuando un sistema de salud nos hace
más daño con sus remedios que la propia enfermedad, que nunca se cura, solo se
mitiga el dolor; pero nada nos convence para tener la coherencia final de
Illich. Con Desempleo creador
descubrimos no somos sedentarios porque pasamos una cuarta parte de nuestra
vida movilizándonos en transportes modernos, pero por nada del mundo querríamos
volver a un mundo vernáculo y de
proximidades.
1 comentario:
En el momento en que murió quitándose el dolor con opio no manufacturado,su tipo de tumor no se curaba, ahora si...muchas veces me pregunto si la medicina alternativa, es la medicina antes de la industrialización, y si la medicina actual, es la medicina antes de la AI y la manipulación genética...los tumores cada vez se consideran mas relacionados con lo exponencial de la división celular, y por tanto cada vez mas asequibles a la intervención intracelular.Todos tendremos un cáncer de viejos, y la mayoría nos curaremos.No solo fue cura,Illich fue escolapio, de esos que fundaron la primera escuela para pobres en 1597, son los de las escuelas pías.Emociona seguir los pasos vitales de esta honesta gente de iglesia, cuando se va a vivir con los pobres y se transforma, como el jesuita de Vallecas el padre Llanos,Diaz Alegria,o Michel Azcueta, el alcalde de Villa Salvador.La mayoría acercándose al marxismo,buscando un paraíso en el mañana,no como este hombre tan alternativo,que parece buscarlo en el pasado,y al que se leía para vivir en el campo con nuestros recursos, cuando pensábamos en esa posibilidad, como una forma de vida mejor y una opción política de oposición radical,antes de pegarnos entre nosotros por celos y aburrimiento principalmente. También era lectura cuando estudiábamos medicina y nos preguntábamos por nuestra futura practica,tan convencional después. Que volvió a Europa,derrotado imagino, por una realidad oligárquica y cainita que pone difícil la calma de la reflexión, simplemente por la enfermedad y el cansancio de la edad.Son personas a las que agradecer,la experiencia de que la ética de la fraternidad es posible, y que se puede pensar sin casarse con nadie,esto Illich, que los otros eran polígamos y se querían casar con las dos religiones de su tiempo:la rubia y la morena,la iglesia y el partido, y acababan divorciados o con cuernos.
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