29.12.18

Colombia, de Estanislao Zuleta


El pensador colombiano Estanislao Zuleta nació en 1935 y murió en 1990. Implicado en los asuntos cruciales de su país y su época, es un ejemplo de intelectual en el mejor sentido del término. Tras haber pasado por el Partido Comunista Colombiano, y con las visitas de rigor a Europa del Este para conocer de primera mano el socialismo real, se fue desvinculando de cualquier marxismo de mira estrecha, que no del marxismo en sí, y en los últimos años de su vida formó parte de la Consejería de Derechos Humanos de la Presidencia de la República, desde donde participó en los fallidos procesos de paz de la primera mitad de los años ochenta.

Colombia: Violencia, democracia y derechos humanos es una selección de artículos que escribió en su mayoría precisamente en esos años. Son textos dispersos y no sabemos si Zuleta los concibió para publicarse juntos, pero hoy lo podemos leer como un libro con cierta unidad y la mejor exposición del pensamiento político de este pensador.

Algo reiterativo, y con muchos temas y argumentaciones que ya conocemos de libros anteriores, su lectura resulta sin embargo muy recomendable. Nos ejemplifica cómo poder hacer una mejor democracia sin que prescindamos de nuestros principios ni rechacemos la dificultad que implica conseguirlo.  Rezuma ese mantra tan zuletiano de que los conflictos son inevitables en toda forma de sociedad, y a lo que tenemos que aspirar es a tenerlos mejores y más interesantes

El libro está compuesto de tres partes. Imaginamos que esta división, así como los títulos de las mismas, se deben a José Zuleta, hijo del autor, que presenta la obra.

La primera parte, “Valores para la construcción de la democracia”, es una defensa del desarme y la ampliación de la democracia. Se abre con la conferencia “La democracia y la paz”, que Zuleta impartió en un campamento del Cauca a un grupo de guerrilleros del M-19 que esperaban para desmovilizarse. Les exhorta a optar por seguir con su lucha pero por medios pacíficos; dialogando pero desde posiciones de fuerza, ya que lo que tienen que buscar es el respeto de sus adversarios, no su tolerancia. También desmonta las críticas elitistas que se hacen a la democracia desde tiempos de Platón, y que tienen su continuación hoy en todos los espectros políticos, y les invita a avanzar en la democratización radical de la sociedad.

Los seis capítulos restantes de esta parte se podrían encuadrar también en lo que hoy entendemos como la polémica entre populismo y republicanismo. Para Zuleta, el lenguaje autoritario y maniqueo, propio del marxismo ortodoxo, promete soluciones simples y se basa en la exclusión del enemigo, al que priva de la condición de sujeto político legítimo. Frente a esto él defiende, siguiendo a Spinoza, un Estado de derecho fuerte en el que se pueda ser libre, con unas instituciones que favorezcan la inclusión y la mejora gradual sin violencias.

La segunda parte se llama “Filosofía política y derechos humanos” y es un poco más teórica. Sigue con las constantes citas a Kant y su defensa de la Ilustración; y desde el diálogo con  Marx trata de defender a los derechos humanos como garante de la vida, si bien entiende que además de estos derechos hay que tener las posibilidades para ejercerlos. Contiene un capítulo final sobre Tomas Mann, que por supuesto es otro de los referentes de Zuleta y en cuyas novelas ve respuestas a las grandes cuestiones del siglo XX.

El libro se cierra con los capítulos de “Sociología política de Colombia”, que igual supone que el lector no colombiano se pierda entre presidencias y siglas de grupos guerrilleros, pero con la Wikipedia a mano se puede salir del laberinto. Desde luego es claro y esperanzado en sus propuestas para su país. Además contextualiza muy bien el tiempo para el que Zuleta pensó y defendió sus postulados.

Colombia: Violencia, democracia y derechos humanos es otro de los grandes libros de su autor. Algunos de sus capítulos han aguantado mal el paso del tiempo pero son sin embargo de gran valor histórico. Otros podrían haberse escrito ayer para desentrañar las graves cuestiones sociopolíticas en las que estamos inmersos hoy; lo que confirmaría que Zuleta tenía razón y el trabajo por una sociedad integradora es compleja y larga, si bien no hay que rendirse nunca porque esa dificultad es en sí misma emancipadora.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando en dos palabras se ve reconocido el camino por el que se quiere transitar, lo que se siente es agradecimiento y compañía, y hasta la sensación optimista, de que se podrá conseguir.Las dos palabras son:respeto e integración.
La idea de conflictos fuertes entre rivales que se respetan y se esfuerzan por integrar posiciones,resulta mejor receta que la eliminación de contrarios, y mas ajustada a como nos conviene ser, si no nos puede la rabia revanchista.
El otro día en el bus 5, pase por un barrio en que todas las calles tenían nombres de jefes militares,ahora sus nombres son de lideres socialistas. Han cambiado los dueños de las casas o es afán municipal,no se, me tranquilizo la única calle que vi con su nombre anterior " Mártires de Paracuellos" dentro del esfuerzo de memoria histórica, sera un reconocimiento de que en el Madrid sitiado, se masacro al enemigo con saña.