26.12.18

Tres sencillas propuestas para reflotar la filosofía en España



1)      Queda prohibido que los curas, los seminaristas o incluso los monaguillos se reciclen en filósofos.
Lamentamos mucho la pérdida de las certezas que la fe prodiga, pero la filosofía no es una sustituta de la religión. La filosofía no es una teología laica; en consecuencia no reclama exégesis sistemáticas, ni adhesión escolástica a la pureza de un texto revelado. Recitar coránicamente las palabras de Kant, Marx o Husserl no es ser un filósofo, es ser un papagayo. La filosofía se hace pensando contra los grandes filósofos, no siendo sus adeptos incondicionales.
La filosofía no es una fe de recambio. Punto. Los ex piadosos varios pueden hacerse aficionados al tai chi, al karaoke o a lo que tengan a bien, pero no tienen derecho a seguir embarrando a la filosofía con sus anhelos de dogmas y de la cálida familiaridad de la servidumbre intelectual.

2)      Cualquier filósofo que utilice el “yo” en una argumentación quedará inhabilitado para siempre.
Todos hemos tenido una infancia traumática; no sabíamos jugar al fútbol, teníamos acné y tartamudeábamos al hablar con las chicas guapas.  Sin duda a la filosofía se llega por deficiencias personales; si supiéramos hacer algo importante no seríamos filósofos. Pero eso no autoriza a resarcir el ego herido convirtiéndolo en el centro del sistema filosófico. A los demás nos importa un pito tu “yo”. El “yo” queda para la psicología, la poesía o la autoayuda, pero hiede en filosofía. No se hace filosofía mirándose uno pensar.  Cómo percibe el “yo”, lo que siente o sus intereses, su intencionalidad o su conciencia, es tema de teorías científicas, que son falsables; en filosofía esos temas se convierten en explicaciones mitológicas.
Rechacemos los solipismos de baratillo.
        
3)      Los filósofos podrán elegir a sus autores de referencia pero no los temas filosóficos que traten, que les serán impuestos, y se vetará el uso abusivo de terminología propia de un grupúsculo determinado.
Hacerse experto en un autor está muy bien, pero hay que saber hablar de temas diversos que no necesariamente sean el campo de nuestro autor elegido. También hay que ser capaz de comunicarse con otros filósofos que no dominen ni los temas ni la jerigonza del autor al que estemos adscritos. Magnífico conocer a Heidegger al dedillo, por ejemplo, pero eso de ser militantemente incapaz de hablar de cuestiones que le son ajenos es una pérdida de tiempo y dinero del contribuyente. Hay que obligar al filósofo a trabajar temas circunstanciales y que no le interesen; basta de entrar en bucle. 
Además lo de considerar innecesario “traducir” un léxico grupal a otros filósofos que no tienen una formación determinada merece la expulsión del ágora. La filosofía no es una exhibición semántica. Si nos ponemos en ese plan, a hablar solo el idioma filosófico que hemos aprendido, nos convertimos todos en islas monocordes.
(Y por supuesto nada de parir nuevos términos si no son necesarios, evitemos la multiplicación de los entes).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Voto por mantener las tres prohibiciones en uso y por el castigo único: la Expulsión.
Ni libros sagrados, ni devotos, ni egolatras enamorados de su discurso.Tampoco maquillaje semántico ni perdida de interés por la vida mas allá de los referentes propios.

No solo para la filosofía ,también para la medicina y las peleas de vecinos.

Queda muy claro en el manifiesto y me adhiero