1) Queda
prohibido que los curas, los seminaristas o incluso los monaguillos se reciclen
en filósofos.
Lamentamos mucho la pérdida de las
certezas que la fe prodiga, pero la filosofía no es una sustituta de la
religión. La filosofía no es una teología laica; en consecuencia no reclama
exégesis sistemáticas, ni adhesión escolástica a la pureza de un texto
revelado. Recitar coránicamente las palabras de Kant, Marx o Husserl no es ser un
filósofo, es ser un papagayo. La filosofía se hace pensando contra los grandes
filósofos, no siendo sus adeptos incondicionales.
La filosofía no es una fe de recambio.
Punto. Los ex piadosos varios pueden hacerse aficionados al tai chi, al karaoke
o a lo que tengan a bien, pero no tienen derecho a seguir embarrando a la
filosofía con sus anhelos de dogmas y de la cálida familiaridad
de la servidumbre intelectual.
2) Cualquier
filósofo que utilice el “yo” en una argumentación quedará inhabilitado para
siempre.
Todos hemos tenido una infancia traumática;
no sabíamos jugar al fútbol, teníamos acné y tartamudeábamos al hablar con las
chicas guapas. Sin duda a la filosofía
se llega por deficiencias personales; si supiéramos hacer algo importante no
seríamos filósofos. Pero eso no autoriza a resarcir el ego herido
convirtiéndolo en el centro del sistema filosófico. A los demás nos importa un
pito tu “yo”. El “yo” queda para la psicología, la poesía o la autoayuda, pero
hiede en filosofía. No se hace filosofía mirándose uno pensar. Cómo percibe el “yo”, lo que siente o sus
intereses, su intencionalidad o su conciencia, es tema de teorías científicas, que son falsables;
en filosofía esos temas se convierten en explicaciones mitológicas.
Rechacemos los solipismos de
baratillo.
3) Los
filósofos podrán elegir a sus autores de referencia pero no los temas filosóficos
que traten, que les serán impuestos, y se vetará el uso abusivo de terminología
propia de un grupúsculo determinado.
Hacerse experto en un autor está muy
bien, pero hay que saber hablar de temas diversos que no necesariamente sean el
campo de nuestro autor elegido. También hay que ser capaz de comunicarse con
otros filósofos que no dominen ni los temas ni la jerigonza del autor al que
estemos adscritos. Magnífico conocer a Heidegger al dedillo, por ejemplo, pero
eso de ser militantemente incapaz de hablar de cuestiones que le son ajenos es una
pérdida de tiempo y dinero del contribuyente. Hay que obligar al filósofo a
trabajar temas circunstanciales y que no le interesen; basta de entrar en bucle.
Además lo de considerar
innecesario “traducir” un léxico grupal a otros filósofos que no tienen una formación determinada merece la expulsión del ágora. La filosofía no es una exhibición semántica. Si nos ponemos en ese plan, a hablar solo el idioma filosófico que
hemos aprendido, nos convertimos todos en islas monocordes.
(Y por supuesto nada de
parir nuevos términos si no son necesarios, evitemos la multiplicación de los
entes).
1 comentario:
Voto por mantener las tres prohibiciones en uso y por el castigo único: la Expulsión.
Ni libros sagrados, ni devotos, ni egolatras enamorados de su discurso.Tampoco maquillaje semántico ni perdida de interés por la vida mas allá de los referentes propios.
No solo para la filosofía ,también para la medicina y las peleas de vecinos.
Queda muy claro en el manifiesto y me adhiero
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