11.1.19

miércoles


Un día caminamos por la ciudad. Vemos un policía con bigotito que nos da el alto y que nos dice que como sigamos por esa calle nos lleva al cuartelillo, y nos caerán hostias hasta debajo de la lengua. Irritados y humillados, pero claramente conscientes de que hemos sido víctimas de un poder despótico, nos volvemos a casa. Luego llamamos a otros amigos que han tenido el mismo ingrato encuentro; tal vez decidamos ir todos juntos para hacer frente al policía, o sencillamente nos lameremos las heridas sintiéndonos hermanados por la injusticia.

Un segundo día caminamos por la ciudad. En la misma bocacalle una hermosa responsable municipal de movilidad nos dice que podemos pasar sin ningún problema, porque la ciudad es de todos y todos somos ciudadanos libres de esta metrópolis abierta y progresista. Lo único malo, matiza, es que si seguimos ella se decepcionaría, y sería una pena porque está convencida de que somos buena onda y no querríamos en ningún caso que ella se sintiera mal. Además, qué demonios, su turno acaba pronto y hoy tiene ganas de fiesta. Pero podemos pasar, nos insiste, es nuestra decisión. Por supuesto no lo hacemos, y cuando volvemos más tarde para irnos de marcha con ella nos dice que nos hemos equivocado al interpretar sus palabras, que tiene un novio guapo, alto y rico, y que por supuesto no va a ir a ningún sitio con nosotros.

Cabizbajos y tristes, extrañamos la honestidad del policía que nunca nos prometió nada y, a su manera, nos trató con respeto. Es un poder honesto.

No hay comentarios: