Un
amigo colombiano me escribió para pedirme que fuera a buscar a su prima al
aeropuerto, que venía de nuevas a Madrid. Llegué pronto y relajado, sin la
inquietud ni la obsesión horaria de quien va a viajar, y paseé por las
instalaciones.
En
las zonas próximas a los puestos de facturación se arremolinaban adolescentes
de ambos sexos con peinados vorticistas y conversaciones excitadas. A su
alrededor se levantaban pilas de maletas. Oí que volaban a Dublín. Recordé lo
que me impresionó vivir allí siendo yo un veinteañero; pero lamenté que aquella
chiquillería fuera demasiado joven para entender que visitaban un país bien
gestionado. Los grupos de adolescentes son un material humano granítico.
Cohesionados por hormonas y miedos, no tienen curiosidad por algo que no sean
ellos mismos. Llegarán a uno de esos suburbios limpios, prósperos y verdes, y
no buscarán otra cosa que locales nocturnos con música chunda chunda y copas
baratas. Pronto les parecerá que el clima es malo y que todo es demasiado tranquilo.
Enjuiciarán la amabilidad irlandesa como blanda e irrisoria. Extrañarán la
bronca y el cemento. Se juntarán solo entre españoles para contar chistes
cerriles y desearse sin consecuencias. Volverán a casa de sus padres, unos
meses después, sin que nada les haya tocado. Para viajar, mejor esperar un poco
-y hacerlo solo.
Uno
no puede ni podrá nunca dejar de tener expectativas con respecto a las mujeres
desconocidas. La prima en cuestión resultó ser atractiva, y con entusiasmo
cargué sus maletas. Pero en el viaje en metro, luego cenando por el centro, y
hasta que la acompañé a su hostel, charlamos. O habló ella, la verdad. Resultó
ser muy de monólogos; monólogos que se originaban principalmente del análisis
que hacía de las pocas palabras que yo atinaba a decir. Bastante menos
perspicaz de lo que se creía, pretendió calarme al instante, y consideró un
divertido juego desentrañarme, captar mi yo auténtico o algo así. Es demasiado
cansino eso de que quieran llegar a tu cerebro entrando por los pies. No daba
ni una y fue irritante. Ella no vio que mi interés erótico se evaporó demasiado
pronto, y aun se imaginaba coqueteando hasta el final. Me fui visiblemente
decepcionado, pero ella se despidió invitándome a que superara mis timideces.
Hay
gente que con la que no tenemos empatía ni para desagradarnos mutuamente.
(Y
lo peor es que si hubiera sido fea ni siquiera la hubiera acompañado más allá
de la estación de metro. A estas alturas soy todavía un esclavo que ya no sabe
ni de qué).
1 comentario:
Fascinados por la belleza hasta que abre la boca y su estupidez nos entra por los pies, haciéndonos un retrato que todavía nos favorece menos que nuestro selfie. Igualita que los veinteañeros que viajan a Dublin, una mujer guapa tarda en salir de su reino de poder y verse destronada.¿ Cuando empezamos a no incorporar registros nuevos?Temo pasear la mirada con los ojos cerrados, viendo siempre distintas versiones de mi constructo intelectual y emocional, cada día mas rancio.Al final me confinare en el silencio por desconfianza,no sea que mis demonios hagan daño sin querer y ademas me delaten, y aun no me da igual...
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