18.2.19

martes

Un amigo colombiano me escribió para pedirme que fuera a buscar a su prima al aeropuerto, que venía de nuevas a Madrid. Llegué pronto y relajado, sin la inquietud ni la obsesión horaria de quien va a viajar, y paseé por las instalaciones.
En las zonas próximas a los puestos de facturación se arremolinaban adolescentes de ambos sexos con peinados vorticistas y conversaciones excitadas. A su alrededor se levantaban pilas de maletas. Oí que volaban a Dublín. Recordé lo que me impresionó vivir allí siendo yo un veinteañero; pero lamenté que aquella chiquillería fuera demasiado joven para entender que visitaban un país bien gestionado. Los grupos de adolescentes son un material humano granítico. Cohesionados por hormonas y miedos, no tienen curiosidad por algo que no sean ellos mismos. Llegarán a uno de esos suburbios limpios, prósperos y verdes, y no buscarán otra cosa que locales nocturnos con música chunda chunda y copas baratas. Pronto les parecerá que el clima es malo y que todo es demasiado tranquilo. Enjuiciarán la amabilidad irlandesa como blanda e irrisoria. Extrañarán la bronca y el cemento. Se juntarán solo entre españoles para contar chistes cerriles y desearse sin consecuencias. Volverán a casa de sus padres, unos meses después, sin que nada les haya tocado. Para viajar, mejor esperar un poco -y hacerlo solo.

Uno no puede ni podrá nunca dejar de tener expectativas con respecto a las mujeres desconocidas. La prima en cuestión resultó ser atractiva, y con entusiasmo cargué sus maletas. Pero en el viaje en metro, luego cenando por el centro, y hasta que la acompañé a su hostel, charlamos. O habló ella, la verdad. Resultó ser muy de monólogos; monólogos que se originaban principalmente del análisis que hacía de las pocas palabras que yo atinaba a decir. Bastante menos perspicaz de lo que se creía, pretendió calarme al instante, y consideró un divertido juego desentrañarme, captar mi yo auténtico o algo así. Es demasiado cansino eso de que quieran llegar a tu cerebro entrando por los pies. No daba ni una y fue irritante. Ella no vio que mi interés erótico se evaporó demasiado pronto, y aun se imaginaba coqueteando hasta el final. Me fui visiblemente decepcionado, pero ella se despidió invitándome a que superara mis timideces.
Hay gente que con la que no tenemos empatía ni para desagradarnos mutuamente.
(Y lo peor es que si hubiera sido fea ni siquiera la hubiera acompañado más allá de la estación de metro. A estas alturas soy todavía un esclavo que ya no sabe ni de qué).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fascinados por la belleza hasta que abre la boca y su estupidez nos entra por los pies, haciéndonos un retrato que todavía nos favorece menos que nuestro selfie. Igualita que los veinteañeros que viajan a Dublin, una mujer guapa tarda en salir de su reino de poder y verse destronada.¿ Cuando empezamos a no incorporar registros nuevos?Temo pasear la mirada con los ojos cerrados, viendo siempre distintas versiones de mi constructo intelectual y emocional, cada día mas rancio.Al final me confinare en el silencio por desconfianza,no sea que mis demonios hagan daño sin querer y ademas me delaten, y aun no me da igual...